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El sábado 5 de julio, ante el Comité Federal del PSOE, el Secretario General, Pedro Sánchez, confirmará que no ha tenido más remedio que amputarse su mano derecha en el partido por dos veces. Primero José Luís Abalos y luego Santos Cerdán, dos de las personas que más le ayudaron a llegar donde está y que ahora están acusados de corrupción, el segundo de ellos en la cárcel sin posibilidad de fianza.
El 29 de enero de 1981 el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, explicó durante diez minutos a los españoles su dimisión irrevocable como la mejor forma de servir a España para evitar que se volviera al pasado. Había ganado dos elecciones generales con comodidad pero las tensiones políticas, los ataques personales desde denrro y desde fuera de su partido, la UCD, y la posibilidad de un golpe de estado por parte de una minoría de militares le llevaron a aquel gesto de honestidad política, que nunca más se ha repetido en la historia de los últimos cincuenta años en nuestro país.
Aprobada la amnistia entre las defensas y ataques de los que la ven como un paso más en la pacificacion de Cataluña, y los que la demonizan como si la hubieran sacado de uno de los circulos infernales de Dante, queda por dar el ultimo paso: el regreso de Carles Puigdemont para que intente volver a la Generalitat como presidente. No es Lope de Aguirre y su aventura no es equinocial, ni tendrá un escribidor como Ramón J. Sender. De la aragonesa Chalamera a la catalana Amer hay un siglo de distancia. Illa le quitó la silla en su ausencia y no está dispuesto a devolverla.
Existe tal deseo de destruir a Pedro Sánchez en su doble condición de presidente del Gobierno y Secretario General del PSOE que cualquier declaración o amenaza directa contra él se utiliza en el hoy, sin ver que existe el mañana y que dentro de diez años el actual inquilino de La Moncloa ya no estará en ese palacio, se habrá ido o le habrán expulsado las urnas. Estamos en el teatro de las mentiras y los engaños: se firma una cosa y se dice la aparente contraria, que no lo es. El tiempo es el que permite al presidente jugar en el escenario.
Primero juntos y luego por separado, tanto el que fuera Secretario General del PSOE y presidente del Gobierno como el que fuera su segundo para todo, hasta que el Felipe González mató políticamente a Alfonso Guerra para cambiar de forma definitiva al socialismo español, no dudaron en acabar de forma metódica e implacable con cualquier mínima e insignificante disidencia interna. Lo pueden atestigar desde Joan Raventos a Nicolás Redondo y desde Pablo Castellano a Joaquín Leguina, pasando por Rafael Escudero y hasta José Bono, por no hacer más larga la lista. Sus grandes adversarios no fueron ni Manuel Fraga, ni Santiago Carrillo, ni Adolfo Suárez, al que llamaron de forma reiterada “tahúr del Mississippi” en el Hemiciclo del Congreso. Rompieron en pedazos, junto al resto del “Clan de la tortilla” sevillano, al PSOE que intentaba regresar del exilio para hacerse con el poder interno y sentar las bases de catorce años de poder en España.
Conseguiría hoy el PSOE los 7.821.718 votos y los 121 escaños que logró el 23 de julio de 2023?. Lo más probable es que no y que serían menos. ¿Cuántos menos?: si hacemos caso a los datos del CIS no sólo serían menos, serían más, en contra de todas las demás encuestas y sondeos electorales y del desgaste de los escándalos de presunta corrupción que le está afectando al socialismo día tras día.
Utilizar a la OTAN para posicionarse electoralmente es un viejo truco de los líderes del PSOE. LO utilizó Felipe Gonzalez ante el referendum que convocó Leopoldo Calvo Sotelo, con su estudiado y ambivalente: “de entrada, no”, para ganar las elecciones y mantener a nuestro país en la Organización. Pedro Sánchez ha hecho lo mismo: no al 5% del PIB para invertir en Defensa y en detrimento de otras áreas. Es un movimiento obligado ante el deterioro de la situación política en la que vive, una forma de posicionarse a favor de las tesis que defienden la mayoría de sus socios de investidura.
El ex presidente Rajoy aguantó seis años la investigación de la financiación irregular del PP que comenzó en 2013, cuando no hacia ni dos años que había ganado las elecciones, con las primeras informaciones de El Mundo sobre los sobrepagos del tesorero Luis Bárcenas a altos cargos del partido. De ahí, tirando del hilo se demostró en 2018 que el PP llevaba 20 años cobrando ilegalmente de decenas de empresas. Si el caso Ábalos comenzó en 2023, Sánchez no tendría que preocuparse por lo menos hasta 2029, es decir que todavía podría completar la mitad de la siguiente legislatura siempre que lograra mantener los escaños y los apoyos necesarios.
Tras casi cinco horas de reunión del Comité Ejecutivo del PSOE y otras tres de preparación de su rueda de prensa, el presidente del Gobierno dejó su cargo público a un lado y se presentó ante los periodistas como el líder de un partido en el que la traición de dos de sus principales colaboradores y amigos le habían dejado confuso y muy dolido. Pedro Sánchez no lo dijo de forma textual, pero el resumen de sus explicaciones y las respuestas a las pocas y endebles preguntas que le hicieron, es el siguiente: “no me quiero ir, y los que opinen lo contrario que me derroten”.
El 25 de abril de 2015 Pedro Sánchez celebraba el Día De la Rosa asistiendo a una exhibición de aizcolaris en compañía de Santos Cerdán y con Koldo García como estrella. El baracaldés le enseña al entonces secretario general del PSOE el filo del hacha. Ninguno de los tres podía imaginar que diez años más tarde el filo del hacha de la corrupción comenzaría a romper en pedazos al Gobierno y al partido.
Felipe González ha reconocido muchos años después que fue una equivocación no haberse dejado La Moncloa tras las elecciones de 1993 ya que con ello se hubiera evitado toda la sangría política que tuvo que soportar él y su partido hasta las siguientes elecciones de 1996 donde dejó ya vía libre a José María Aznar. Un ministro y un secretario de Estado, Barrionuevo y Rafael Vera, fueron condenados por el mal uso de los fondos reservados, el gobernador del Banco del España, Mariano Rubio, detenido, y el propio presidente del Gobierno estuvo en un tris de tener que comparecer ante el Supremo acusado de ser la famosa “X” de los Gal. A Sánchez le está pasando lo mismo pero no acaba de entenderlo.
Hace 40 años y tras más de otros 25 de coqueteos España formaba su adhesión a la Europa que nos quitaba la verja política que había puesto al franquismo. Los europeos podían venir de vacaciones y llegaron en masa; podían comerciar con las empresas españolas pero políticamente el régimen de Francisco Franco seguía fuera de las normas democráticas que se impusieron por los vencedores tras la II Guerra Mundial. El 12 de junio de 1985 Felipe González firmaba en el Palacio Real, bajo la mirada del Rey Juan Carlos, el ingreso en el exclusivo club de la Europa de Mitterrand y Olof Palme.
Llevar al Rey a un combate de boxeo es otro disparate más de nuetra clase política, simbolizada por los líderes de los dos únicos partidos que pueden gobernar en España. La Conferencia de Presidentes de este viernes en Barcelona, 48 horas antes de la gran concentración en Madrid que ha convocado el PP, no servirá para nada, no resolverá ningún problema, no ayudará a la gobernabilidad en ninguna Comunidad Autónoma y volverá a colocar a Felipe VI ante la disyuntiva de cumplir con el papel de moderación entre las fuerzas políticas que le adjudica la Constitución.
Bajo la mirada del Rey, este viernes, seis de junio de 2025, comienza un duro y extenuante maratón cuya meta está en las urnas electorales de 2027. Serán 730 días de esfuerzos políticos en los que los dos grandes favoritos para ganar, Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez, no dejarán de empujarse en todas y cada una de las zonas por las que va a transcurrir, desde las embarradas cuestas judiciales a las necesarias zonas de avituallamiento que van a tener los participantes.
Sentarse en un palacio construido a la sombra de la Inquisición, y en el que durante más de trescientos años se tejieron y destejieron todo tipo de conspiraciones que incluían el asesinato como arma de escalar hasta el poder y luego mantenerlo, es como sentarse en una butaca de cine para ver una película de Wes Craven, Darío Argento o Guillermo del Toro. El último en descubrirlo ha sido Juan Manuel Moreno Bonilla, el hombre sin atributos, el antihéroe, el político que parece sacado de la novela inacabada de Robert Musil y que habita entre las dos destemplanzas que definen a Sevilla y Andalucía.
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