Fernando Jáuregui

Batacazo es lo menos que se puede decir que ha experimentado un Artur Mas que se creyó el mesías catalán. Perder doce escaños cuando se apostó tan fuerte por un nuevo régimen es, simplemente, una catástrofe. Cierto que puede que las acusaciones periodísticas de presunta corrupción hayan pesado -y qué duda cabe de que ahora habrá quien salga reivindicando, desde algún periódico, 'su' participación en los resultados de las urnas--; pero me parece que han influido mucho más las promesas que todos sabían que no se podían cumplir, las quimeras. La independencia de Cataluña, por mucho que ahora Artur Mas se quiera apoyar en Esquerra -la gran triunfadora de la jornada electoral-es, pura y simplemente, imposible. Y no me parece que debamos lamentarnos de ello, ni los catalanes ni el resto de los españoles.
Superados ya los análisis y valoraciones -algunas bien extremistas, por cierto, en uno y otro sentido- sobre el 'primer año', que en realidad son poco más de diez meses, de Rajoy en el poder, ahora toca pensar en lo mucho que falta por hacer. Y el presidente del Gobierno tendrá que hacerlo en este segundo año, que marca el ecuador de la Legislatura. Lo que no haga ahora, ya no podrá hacerlo después, embarcado, como estará, en una larga precampaña electoral. Así que, considerando que, desde el próximo lunes, estaremos una larga temporada sin elecciones...
La cosa, en este 20-n, va de aniversarios. La no muy feliz ocurrencia de Zapatero de colocar las elecciones que marcarían el triunfo del PP en el mismo día en el que se cumplía el 36 aniversario de la muerte de Franco dejó para siempre marcada la jornada en la conciencia de los españoles. Pero hoy me parece mucho más interesante, e importante, fijarse en lo conseguido o no por Mariano Rajoy en estos doce meses de agonía que recordar las muchas más sombras que luces de aquel jefe del Estado que nos restringió las libertades durante cuatro décadas y a quien hoy las nuevas generaciones desconocen y las no tan nuevas tratamos de olvidar. Vamos, pues, con Rajoy.
Dice Pujol (Oriol) que una negociación (sobre un Estado catalán) con el Príncipe sería más fácil que hacerlo con el Rey, "que ya ha tomado partido por una cosa muy concreta". Sospecho, en primer lugar, que Don Felipe no habrá tomado partido por algo diferente a la unidad territorial, defendida, faltaría más, por Don Juan Carlos. E igualmente pienso que no es Oriol Pujol quien debe determinar dónde debe radicar el diálogo sobre el modelo territorial de España, ni un mítin durante una campaña electoral tan vehemente como la que padecemos es el marco para hablar de cuestiones que, por naturaleza y por las decisiones equivocadas que algunos toman, se han convertido en muy delicadas.
Hace ya bastantes años, le solté de golpe a Josep Antoni Duran i Lleida que él podría, acaso, llegar a presidente del Gobierno de España. Se quedó aparentemente estupefacto, aunque me parece que el comentario ni le disgustaba ni le parecía por completo descabellado. Al fin y al cabo, si Jordi Pujol se lo hubiese permitido, podría haber sido ministro de Exteriores, o incluso vicepresidente del Gobierno del Reino de España, cuando José María Aznar le ofreció serlo: él sí lo quería, dígase ahora lo que se diga. Luego, he leído algún libro suyo, con el que he estado casi absolutamente de acuerdo: por ejemplo, 'Entre una España y la otra', donde abogaba por un gran pacto entre las grandes formaciones para sacar el país (España) adelante.
Ya sé, ya sé, que el hecho de que yo prefiera a Obama sobre Romney no va a cambiar el signo de las elecciones en los Estados Unidos. Pero, a pesar de todo, me atrevo a decir que yo quisiera que gane Obama. ¿Una cuestión ideológica? No mucho, la verdad. Es, simplemente, que me parece mejor el talante de Obama, un signo de que los tiempos cambian que es una barbaridad, que el de un Mitt Romney que me parece lejano, frío y acaso demasiado influído por un 'tea party' que -se lo prometo, no es una cuestión ideológica, lo repito-, en mi opinión, es una auténtica catástrofe ambulante: bajo el paraguas de recuperar los 'valores tradicionales' americanos, acabarán arrasando con esos mismos valores que dicen defender, comenzando por el de la democracia ejemplar que, en muchos terrenos, los EE.UU representan.
A veces me sorprende que alguien tan placeado en las lides políticas y comunicacionales como Alfredo Pérez Rubalcaba pierda buenas ocasiones de gol. La de este miércoles ha sido una de ellas: enorme expectación provocó su comparecencia ante los periodistas en el Congreso de los Diputados, nada menos que tras la votación de las enmiendas a los Presupuestos. El sabía que ninguno le preguntaríamos por ese tema, que era el que formalmente le había llevado con nosotros. Si no le interrogaron mis colegas diez veces por su futuro político, bajo las formas más refinadas, no se lo preguntaron ninguna. Y, de hecho, a ninguna respondió.
Hay jueces estrella, periodistas estrella, cocineros estrella y, claro, ministros estrella. Ninguno como José Ignacio Wert, titular de Cultura, Educación y Deporte. El hombre cuyo rostro acapara todos los titulares, ahora por decir que la huelga de estudiantes está montada por una minoría de izquierda 'radical', ayer por proclamar que quiere 'españolizar' a los alumnos catalanes, anteayer por...se ha convertido en el pin-pan-pun del Ejecutivo, el personaje a quien casi todos atacan y al que Mariano Rajoy ha de defender, aseguran que incluso frente al propio Rey, aunque yo creo que hay bastante de leyenda urbana en ese episodio.
Lamento comenzar con una autocita, pero creo que viene al caso: a finales de 2007 escribí un libro titulado 'La Decepción', en cuya portada aparecían las fotografías del entonces presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, y del entonces jefe de la oposición, Mariano Rajoy. Lógicamente, la mayor parte de los méritos del titular se los llevaba quien estaba al timón del Gobierno, pero tampoco me parecía que Rajoy estuviese dando un impulso a lo que ya entonces me parecía imprescindible: un gran pacto para gobernar los temas cruciales, entre ellos un futuro económico que entonces no se evidenciaba con la espantosa crisis que ahora vivimos, pero que ya apuntaba hacia el fin de una década soleada.
Me ha llegado, de fuente creo que fidedigna y vía e-mail, una "lista de políticos imputados por corrupción y que, a pesar de todo, están presentes en la política". Son ciento veintisiete (127) nombres. Los hay de casi todos los partidos -más del PP y del PSOE; lógico por cuestión estadística--, de todos los puntos de la geografía nacional.
Sin duda, es la hora de los elogios dirigidos a Esperanza Aguirre: ha sabido dejarlo en buen momento y, en las despedidas, ya no caben demasiadas reconvenciones. He discrepado de muchas de las cosas que ha hecho y dicho 'la lideresa', y he estado de acuerdo en otras, provocadoras, que han removido cimientos políticos que parecían consolidados porque sí, sin mayores justificaciones. Qué duda cabe de que la herencia que deja tras sí es, no sé si por completo positiva, pero sí atractiva. Ocurre, sin embargo, que, en su manera de marcharse, pienso que Aguirre ha cometido al menos un error: ungir a su sucesor, en lugar de poner en marcha algún mecanismo más abierto para la sucesión.
Que el otoño va a ser caliente, por mucho que eso a nadie le interese, resulta patente. Ni el efecto desmovilizador del verano, ni la sinceridad patética de un Rajoy reconociendo que no tiene más remedio que aplicar unas medidas de dureza que a él no le gustan, ni el tono mesurado y hasta colaborador del líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, van a poder evitarlo: el mes de septiembre va a llegar cargado de movilizaciones, protestas en la calle y quién sabe si hasta con la convocatoria, públicamente sugerida por los sindicatos, de una huelga general.
Qué quiere usted que le diga: a mí no deja de preocuparme el hecho de que, el mismo día y a la misma hora en que Mariano Rajoy estará, suponemos, desvelando algunos de los nuevos recortes y medidas de austeridad que prepara, tratando de que cuadren las cuentas, algunos cientos, quizá miles, de personas se estarán manifestando contra esos recortes y medidas, o al menos contra algunos de ellos. Será el gran momento de una 'marcha de los mineros' que significa mucho más que una protesta por el fin de las subvenciones a una minería que los propios trabajadores del sector saben que no tiene futuro económico.
Acabamos de entrar en otro mes decisivo, en el que van a ocurrir necesariamente muchas cosas. Bueno, en realidad todos los meses son ya decisivos.Todos los meses hacen ya historia en esta nueva era que comenzó con la década y está cambiando profundamente tantas, tantas cosas en nuestras vidas. Pero este julio, ya este lunes, vamos a comprobar si la débil lucecita que creíamos divisar al final del túnel es o no un espejismo. Que personalmente yo, inveterado optimista, creo que no lo es.
Tengo para mí -y no soy, desde luego, el único-que muchos de los movimientos especulativos contra España, no pocos de los ataques de medios anglosajones (y no solo anglosajones, claro) y ciertas bajadas de escalones de las agencias de 'rating' tienen un propósito fundamental: abaratar el precio de algunas empresas y bancos españoles. Conocemos que algunos, que saben bien cuándo hay que comprar acciones y cuándo venderlas, se han hecho de oro con las oscilaciones de la Bolsa española, porque 'ellos' nunca pierden; faltaría más, cuando son 'ellos' los que, desde las sombras, dictan las reglas de esta crisis mal explicada y poco explicable.
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