Yo quiero que gane Obama

martes 21 de octubre de 2014, 21:41h

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Ya sé, ya sé, que el hecho de que yo prefiera a Obama sobre Romney no va a cambiar el signo de las elecciones en los Estados Unidos. Pero, a pesar de todo, me atrevo a decir que yo quisiera que gane Obama. ¿Una cuestión ideológica? No mucho, la verdad. Es, simplemente, que me parece mejor el talante de Obama, un signo de que los tiempos cambian que es una barbaridad, que el de un Mitt Romney que me parece lejano, frío y acaso demasiado influído por un 'tea party' que -se lo prometo, no es una cuestión ideológica, lo repito-, en mi opinión, es una auténtica catástrofe ambulante: bajo el paraguas de recuperar los 'valores tradicionales' americanos, acabarán arrasando con esos mismos valores que dicen defender, comenzando por el de la democracia ejemplar que, en muchos terrenos, los EE.UU representan.
No digo yo que Romney sea un calco de las gentes del 'tea', porque obviamente no es cierto; sí digo, sin embargo, que en algunas ocasiones ha estado a punto de pisar, o incluso lo ha hecho, ese charco, y que me parece que representa más que el actual presidente a ese periódico insidioso de Wall Street que, en aras del liberalismo económico, no pierde ocasión de meter un dedo afilado en el ojo de los españoles. Tampoco diré que Obama esté situado en la cima de lo que mí me gustaría en un político; pero sus valores en cuanto novedad, limpieza en sus actuaciones -bien, olvidemos Guantánamo y un par de cosas más-y apertura son evidentes, como patente es su preocupación -mucho mayor que la de su contrincante, creo-por las causas sociales. ¿Estoy cayendo en los tópicos? Puede, pero ¡cuántas veces los tópicos son comportamientos típicos, y en este caso bien se demuestra!

Al término de la campaña electoral norteamericana, que muchos españoles hemos seguido como hemos podido, debo declarar una vez más mi envidiosa admiración, como periodista y como ciudadano, por cómo discurren estos acontecimientos: muchos debates participativos, elegancia en los intercambios verbales, contacto directo y cercano con la gente, ningún envaramiento ni signo de prepotencia... Los candidatos se fajan en todos los terrenos, tienen que aceptar las preguntas incómodas de los muchachos de los medios -no hay ruedas de prensa sin preguntas; sería inimaginable- y, en general, se comportan como si tuviesen que ganarse los votos, no como si los votos les fuesen a ellos, por sí solos, debidos. Estoy seguro de que usted, inteligente lector, sabe bien de qué le hablo.

Bueno, y ¿a quién le importa si yo prefiero a Obama sobre Romney, o viceversa?. Eso, desde luego, se me podría preguntar con toda justicia. La verdad es que supongo que a nadie, excepto a mí mismo. Pero le voy a decir una cosa: estoy persuadido de que nos irá, a nosotros los españoles, que al fin y al cabo formamos parte del Imperio de los aliados, mejor con un Obama que declara que no puede dejar caer a España que con un Romney que aprovechó cualquier rato libre en sus debates para denigrar los comportamientos económicos -y no sólo-de nuestro país. Quizá por eso, ni Rajoy ni ninguno de sus ministros -al menos, hasta ahora-ha cometido el error, en el que algún antecesor suyo sí cayó, de declarar sus preferencias por el correligionario -en este caso, Romney, correligionario en sentido lato-sobre el otro. Me alegro. Pero uno, que ni es Rajoy, ni ministro, ni nada de nada, sí se puede permitir el lujo de proclamar que, si tuviese cien votos -que, obviamente, no tengo ninguno--, los cien se los daría al irrepetible Obama. Y que no nos falle, que nos va mucho en ello.
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