Fernando Jáuregui

Quienes, como el que suscribe, creemos en el valor del acuerdo entre las fuerzas políticas en temas sustanciales, no podemos dejar de felicitarnos por el abandono --¿por cuánto tiempo, ay?-del lenguaje guerrero entre el Gobierno y el principal partido de la oposición. Y es que hay factores, como las ya menos que educadas 'sugerencias' de la Unión Europea al equipo Rajoy para que 'de una vez' haga sus deberes, que sirven para aglutinar el orgullo patrio; puede que Europa acierte o se equivoque en sus recomendaciones, pero lo cierto es que el margen de un Ejecutivo nacional frente a la Comisión Europea adelgaza hasta quedar en casi nada. No menos cierto es que España es un país que aguanta con dignidad los sacrificios que le imponen sin que, por cierto, entienda muchas veces las razones. Y, así, aun ante la sospecha de que las soluciones que se arbitran desde fuera para nosotros son ineficaces o claramente malas, hay que acatarlas.
Me alegré de la victoria electoral de Obama en noviembre. Lo otro era una confusa amalgama de retrógrados, religiosos de extraña procedencia, representantes de la América profunda y gentes que no aceptan a un negro en la Casa Blanca.
Casi treinta años después de aquel congreso de Suresnes del que salió una nueva dirección del PSOE, desplazando a los ancianos del exilio enToulouse, el partido fundado por Pablo Iglesias, que teóricamente cuenta con una militancia cercana al medio millón de afiliados -más de un diez por ciento se ha dado de baja en el último año y medio, me indican--, con cientos de sedes en toda España, que aún conserva la presidencia de dos comunidades autónomas y decenas de alcaldías de cierta importancia, se la juega.
Ignoro, desde luego, lo que este viernes, despidiendo el curso político y el año 2012, bastante nefasto por cierto, nos dirán a los españoles el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba. Estoy seguro de que ambos han analizado a conciencia las palabras del Rey en su mensaje de Nochebuena, un discurso, aseguran, esta vez en absoluto visado por el Ejecutivo. Y, así, resulta difícil no vislumbrar una cierta 'bronca', educada eso sí, del jefe del Estado a esa llamada 'clase política', tan vapuleada -a veces puede que injustamente-por las encuestas.
También es casualidad que, precisamente cuando a la Unión Europea le van a dar el Nobel de la Paz, se anuncia que vuelve Silvio Berlusconi a la arena política, mientras Mario Monti, el tecnócrata al que precisamente la UE (o sus derivados) colocó al frente del Gobierno italiano al margen de las urnas, da un portazo y se larga. Lo cual ha hecho subir las primas de riesgo y bajar los valores en Bolsa, cosa que no ocurrió a la inversa con la noticia, bien extraña por cierto, de que a la UE le concedían el prestigioso galardón que ahora comparte con, entre otros, Obama.
Este parece el año de los difuntos, un perpetuo 2 de noviembre aunque estemos acercándonos a la segunda semana de diciembre. Los que se manifiestan en contra de la privatización hospitalaria en Madrid dicen que la Sanidad pública "está muerta"; la consejera de Educación de la Generalitat asegura que el ministro Wert quiere matar el idioma catalán con sus planes de reforma educativa; leo un artículo de una ex ministra socialista -y se supone que aún militante de este partido-que afirma que "el PSOE se disuelve como un azucarillo". Para el juez decano de Madrid, José Luis Armengol, el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón está "muerto" para dialogar con los togados. Y, claro, hay que admitir que, en los últimos dos años, pero especialmente en los últimos meses, hemos de dar por finiquitadas muchas cosas, desde el programa electoral con el que el PP concurrió a las urnas hace un año y quince días hasta muchas de nuestras creencias y costumbres más arraigadas.
Que un juez representativo, el que fuera decano de Madrid, Don José Luis González Armengol, diga públicamente que para el estamento judicial el ministro de Justicia, don Alberto Ruiz-Gallardón, está "muerto, no nos vale para hablar", sin que ningún otro magistrado rectifique estas palabras, es un tremendo síntoma de muchas cosas. Entre otras, claro, del estado de nuestra Justicia. Entiendo que Gallardón ha cometido un desliz injustificable, por decir lo menos, con su unilateral decisión, no consultada con los estamentos interesados, de subir de manera desproporcionada las tasas judiciales. Eso es una cosa. La reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial, contra la que los togados han convocado, en principio, una huelga, es otra. El lenguaje del señor juez que encabeza la Comisión Interasociativa, muy, muy otra cosa.
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