El hombre que acaso pudo ser presidente

martes 21 de octubre de 2014, 21:41h

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Hace ya bastantes años, le solté de golpe a Josep Antoni Duran i Lleida que él podría, acaso, llegar a presidente del Gobierno de España. Se quedó aparentemente estupefacto, aunque me parece que el comentario ni le disgustaba ni le parecía por completo descabellado. Al fin y al cabo, si Jordi Pujol se lo hubiese permitido, podría haber sido ministro de Exteriores, o incluso vicepresidente del Gobierno del Reino de España, cuando José María Aznar le ofreció serlo: él sí lo quería, dígase ahora lo que se diga. Luego, he leído algún libro suyo, con el que he estado casi absolutamente de acuerdo: por ejemplo, 'Entre una España y la otra', donde abogaba por un gran pacto entre las grandes formaciones para sacar el país (España) adelante.
Nada que ver entre aquel Duran y el que hemos entrevisto en el seguidismo más acrítico de las locuras -perdóneseme-de Artur Mas. En mucho peor, me ha recordado el molt honorable president de la Generalitat -menuda racha llevamos tras la buena gestión de Pujol-al más devatastador Romney: las proclamas sobre la gran nación esconden muchas veces el desdén por el bienestar del ciudadano concreto, que es el que importa de verdad. Los programas electorales que todo el mundo sabe que no se van a cumplir, porque son imposibles, no hacen más que abonar la tesis del desdén por el hombre y la mujer que transitan a pie por las calles: ¿a qué viene prometer bajadas de impuestos cuando ya no se puede sostener la sanidad y se ha tenido que acudir al 'rescate autonómico'?¿Cómo es eso de que si él se mantiene al frente de la Generalitat bajan a bajar las tasas de enfermos de cáncer?¿Y lo de la entrada de la República de Catalunya en la UE?

No, Josep Antoni Duran i Lleida no podía, razonablemente, transitar por ese camino. Ni él, ni otros catalanes ilustres, como Miquel Roca, o Joan Manuel Serrat, o Albert Boadella, o tantos amigos que todos tenemos, militando donde fuere -desde Alicia Sánchez Camacho hasta Joan Herrera--, son susceptibles de comulgar con tales ruedas de molino. Y véase que no hablo de nacionalistas españoles, ni de los amenazantes con los fuegos del infierno para todos aquellos que se atrevan a proclamar su sincero independentismo, ni de los que prometen sanciones, boicots y vendettas contra los secesionistas: esos no me interesan y no hacen más que echar leña a las hogueras. Siempre he pensado que el nacionalismo es un estado de espíritu, y que el nacionalismo exacerbado es fruto de una mala digestión de ese estado de espíritu. Ahora, simplemente, no toca, como decía el Pujol reconvertido a los extremos (¿?).

Volviendo al hombre que pudo llegar a presidente, me parece que parte de la solución está en sus manos. Veo cómo se ha ido distanciando del viajero derrochador a Moscú, del prometedor sin tasa ni tino, del populista sin fondo en el que se ha convertido Artur Mas. Duran tiene, así como suena, el destino de Cataluña casi-casi emplazado en la deriva que él quiera darle, como presidente de un partido moderado y nacionalista, Unió, como político con sentido común, a la encrucijada de todos los diablos en la que su socio la ha colocado. Ya no creo que Duran i Lleida llegue a presidente del Gobierno central, ni a ministro: ni puede ni, seguramente, quiere. Pero sí puede pasar a la Historia con letras de oro...o como el personajillo aquel que se empeñó en aceptar que otros llevasen a su pueblo al precipicio.
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