Las 10 respuestas que Rajoy no tiene y Berlusconi, si
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Las 10 respuestas que Rajoy no tiene y Berlusconi, si

lunes 15 de enero de 2018, 06:12h

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Si Silvio Berlusconi, camino de los ochenta y dos años, se presenta como la solución para Italia en los comicios que tendrán lugar dentro de dos meses - pese a no poder presentarse a las elecciones hasta 2019 salvo que el Tribunal europeo de Estrasburgo le “perdone” - ¿por qué en España se pone la edad de Mariano Rajoy, que cumplirá 63 a finales de marzo, como un impedimento para que continue al frente del PP y sea su candidato en 2020?.Y ¿por qué los italianos parecen dispuestos a perdonar a un expresidente condenado y los españoles se muestran tan duros con un presidente que no lo ha sido, ni aparece como inculpado en ninguno de los sumarios que afectan a su partido?.

La pregunta tiene varias respuestas y varias de ellas son compatibles con el resto. La primera está basada en la edad y en el tiempo que lleva dedicado a la política al máximo nivel, desde su puesto de concejal y diputado autonómico hasta su paso por varios Ministerios hasta llegar a la presidencias del Gobierno. Unido ese recorrido de cargos públicos con su ascenso dentro del Partido Popular hasta convertirse en su presidente sin oposición visible.

La segunda se refiere a su falta de carisma, a que desde que es presidente su popularidad en las encuestas siempre está por detrás de la de sus rivales del resto de los partidos. Algo que choca con sus victorias si bien sus adversarios del exterior del PP y sus enemigos del interior lo achacan a que los votantes de la formación lo hacen a las siglas y no al cabeza de lista.

La tercera hunde sus raíces en el uso del tiempo político que hace Rajoy, algo que exaspera a todos. Su ritmo es lento, aburrido, dejando que los temas que aparecen como más urgentes terminen solucionados por su propia dinámica sin que desde la presidencia del Gobierno se actúe. Es más un mito que una realidad, ya que hasta la inacción en política es una forma de acción cuando los problemas se superponen y acertar en las prioridades puede ser más complicado que esperar a que la evolución de los mismos permita tomar la decisión casi en el último minuto.

La cuarta tiene que ver con el periodo de ocho años en La Moncloa como máximo tiempo de gobierno, que puso en marcha José María Aznar pese a que la Ley no contempla esa “costumbre” normativa que existe en otros países, y que mantuvo Rodríguez Zapatero. En 2020, Rajoy habrá ocupado el puesto de primer ministro durante nueve años, un tiempo sólo superado por Felipe González.

La quinta y tal vez la más importante afecta al previsible cansancio del electorado, algo que puede haber haberse demostrado de forma clara y rotunda en las elecciones catalanas y el fracaso del PP en las mismas. Ese cansancio hacia el partido, que muchos quieren concretar en cansancio hacia su líder, parte de los resultados de la mayoría absoluta de 2011, tras dos derrotas anteriores, que se habría reducido en la doble cita electoral de 2015 y 2016 para dejar a los populares en minoría y sin los Presupuestos de 2018 aprobados pese a las cesiones al PNV. La imagen de Mariano Rajoy en las retinas de los españoles se perpetua desde hace más de veinte años como la del más “profesional” de los líderes que hoy se enfrentan.

La sexta de las razones tiene mucho que ver con el 11M y los cambios en los equilibrios políticos que han sucedido en España desde entonces. La irrupción de Podemos y Ciudadanos rompió el largo equilibrio bipartidista que venía existiendo desde la victoria del PSOE en 1982 y que se mantuvo hasta el 2011 y las reacciones electorales a la gran crisis del 2008. Afectados el PSOE y el PP por los partidos que habían nacido a sus costados, las mayorías absolutas desaparecieron y los pactos para formar gobierno hicieron que los líderes pagaran su precio en popularidad, imagen y, por supuesto, en votos.

La séptima vuelve a la edad y en las diferentes varas de medir que tienen los ciudadanos de los países de nuestro entorno cuando de elecciones se trata. Berlusconi siempre ha sido el más viejo de los contendientes pero no les ha importado demasiado a los italianos, mientras que la victoria de Macron en Francia tuvo mucho que ver con su juventud y su empuje frente a unos rivales y unos partidos que desprendían desde las experiencias de Sarkozy y Hollande el mismo sentimiento de bipartidismo agotado. Esas imágenes están en España muy unidas a Mariano Rajoy, que tiene a su favor el que dentro de su partido nadie se atreve a disputarle esa hegemonía de la que disfruta desde el Congreso de Valencia.

La octava de las respuestas se encuentra en las entrañas del Partido Popular, de forma muy parecida a la que sería si del PSOE se tratara. El PP ha sido y es desde sus orígenes con Manuel Fraga un partido presidencialista, con enormes dificultades para promover liderazgos alternativos. Y cuando éstos, de forma tímida, han aparecido, se han visto atacados desde arriba sin miramientos. Los socialistas lo han sufrido y lo siguen sufriendo con Pedro Sánchez, su victoria, su derrota y su regreso pero sin terminar de unir al partido por los problemas con los líderes autonómicos y en especial con la andaluza Susana Díaz. En el PP, cada vez que se ha hablado de sucesores de Rajoy, desde Núñez Feijóo a Cristina Cifuentes pasando por Sáenz de Santamaría y Cospedal, cada uno de ellos se ha apresurado a negar la mayor y mostrar su respaldo sin fisuras al doble presidente.

La novena y la décima están muy unidas y resulta más práctico tratarlas al mismo tiempo. Tienen que ver con la corrupción y la sucesión de escándalos en fase de instrucción o juicio que afectan al partido, a varios ex presidentes autonómicos y a una gran cantidad de cargos a distinto nivel del mismo. Desde Gurtel a Lezo, por no citar a todos los casos, la judicialización de la vida del PP desde la llegada al poder en el año 1996, se muestra como un enorme martillo que golpea a los populares y va a seguir haciéndolo. El rostro que aparece en el tiempo es el de Rajoy, un hecho que en sí mismo es injusto pero que se explica por el presidencialismo y centralismo de la organización.

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