El presidente está en su derecho personal de aguantar en el palacio de La Moncloa el mayor tiempo posible; y el jefe de la oposición está en su derechos de intentar que ese tiempo sea el menor posible. Dos deseos que limitan la acción política y la han llevado hasta donde se encuentra en estos momentos: en el mayor lodazal público de nuestra democracia, sin la menor posibilidad de acuerdos ante los problemas estructurales que aparecen por todos los lados: tenemos más compañías Ferrovial isa y más trenes pero la misma red; tenemos más operadores virtuales de telecomunicaciones pero con la misma red; queremos ser campeones europeos en Defensa a través de operaciones corporativas de dudosa legalidad; hicimos un desarrollo descomunal de las energías dólares y eólicas pero no supimos integralas en la red general de suministros mientras s¡cercanos las centrales nucleares que abre Europa. Vamos en las direcciones contrarias en casi todo, salvo en el turismo, que terminará ahogándose en su propio y discutibles éxito.
Tenemos un país con diecisiete voces distintas y tan egoistas las llamadas históricas como las de reciente creación. Aprobamos una Constitución de forma rápida y útil y no paramos en los intentos de dejarla inutil o destruirla en sus raíces. No somos un estado federal pero lo intentamos o lo intentan; ya no somos centralistas pero nos comportamos como si lo fuéramos; combatimos la diversidad mientras asumió s una inmigración sin control, tan necesaria como peligrosa en alguna de sus características. Somos incapaces de ver a nuestros socios europeos como lo que son, competidores voraces, no amigos y mucho menos “hermanos fraternales”.
Con cada error que cometemos, el resto de los 26 países se frotan las manos. Pintamos poco en casi todo lo que se refiere al orden mundial que ha implantado Estados Unidos, con las viejas palabras de igualdad, justicia y solidaridad que salieron de la Revoluoión francesa hace más de doscientos años y que a nuestros vecinos les sirve para cantar La Marsellesa.
Nos van a dejar con las mi ganas de esos quinientos mil millones de inversión que se va a hacer para cumplir con las obligaciones que nos ha impuestos a los europeos el gobierno de Estados Unidos bajo el argumento de una Defensa ante el futuro invasor y destructor de nuestra Occidental democracia. Por el futuro de este país y al margen de intereses personales y partidistas urge que los españoles sepamos el futuro real al que nos enfrentamos. Si pasa por las urnas, y pasa para evitar este espectáculo inacabable de garrotazos, los dirigentes políticos que tienen el deber de hacerlo, deberían hacerlo. Por su propia dignidad como servidores públicos que son.