El de esta semana no es un episodio aislado. Es una escena más de un proceso que pretende convertir al órgano ejecutor de la política monetaria en apéndice del poder ejecutivo. Para lograrlo se hace lo preciso para desgastar al que la dirige. Y si no es posible cesarlo sin causa justificada, se puede construir una: el coste de las obras de reforma de la sede del banco.
ABSOLUTAMENTE INUSUAL
Desde dentro también arrecia el fuego. Un gobernador del propio banco central -al que muchos señalan como eventual relevo- se manifiesta abiertamente partidario de un recorte de tipos en julio. No como hipótesis, sino como preferencia. Algo absolutamente inusual.
Tanto como para afirmar que, si la Casa Blanca lo promueve como presidente, diría que sí. La coincidencia entre ambos movimientos conforma una misma narrativa: la que dibuja un futuro en el que el banco central “vuelva a ser útil”. No al sistema, sino al poder político.
Lo interesante, desde el punto de vista del mercado, no es tanto la amenaza de relevo, sino sus implicaciones. Aunque los bancos centrales fijan los tipos de corto plazo, es el mercado quien dicta los de largo.
Y cuando este percibe que la política monetaria está condicionada por objetivos ajenos a la estabilidad de precios, la respuesta puede ser paradójica: los tipos a corto bajan… pero los largos suben, y es que la credibilidad, una vez dañada, se convierte en coste.
Lo vimos a comienzos de los 70, cuando una política monetaria complaciente acabó alimentando una década de inflación y descrédito que solo pudo corregirse con dosis de shock a cargo de la siguiente generación.
CADA DÍA CUESTA
A corto plazo, la amenaza no altera el mapa. El dólar, que registró un breve episodio de intensa debilidad cuando se publicó la existencia de una supuesta carta de cese, se recuperó enseguida. Y es que más allá de que este tipo de episodios, revelan, que el proceso de destrucción de confianza en el dólar como activo estructural, sigue en marcha, los episodios tácticos no entienden de implicaciones a largo. Responden al corto. Y en el corto plazo, ahora mismo, seguir apostando al euro, es exigente.
El mercado, como es común, no actúa por principios, sino por exceso. Después de la fuerte depreciación del dólar que siguió al 2 de abril, lleva semanas estacionado en un rango que empieza a durar demasiado y a poner nerviosos a los operadores, sobre todo a aquellos que han apostado con fuerza al euro, y que cada día han de pagar el diferencial de tipos al que obliga su apuesta. Lo que estamos viendo no es una corrección a favor del dólar porque se haya recuperado la confianza en la Reserva Federal.
Lo que vemos es un ajuste, porque se había descontado demasiado optimismo en el lado contrario. La crisis fiscal en Reino Unido es un aviso general, pero lo es más para el euro la de Francia y el incierto resultado de su plan de recorte del gasto, o la fuerte oposición de Alemania al presupuesto europeo que pretende la Comisión. Sobre Europa hay motivos para la cautela.
Puede ocurrir cualquier episodio de disrupción, pero la probabilidad combinada de un escenario en rango entre 1,1560 y 1,1750 y otro bajista hacia 1,1445-1,1485 supera por 3 a 1 a la de un dólar que rompiendo 1,1750 se va en sentido contrario.