Llevar al Rey a un combate de boxeo es otro disparate más de nuetra clase política, simbolizada por los líderes de los dos únicos partidos que pueden gobernar en España. La Conferencia de Presidentes de este viernes en Barcelona, 48 horas antes de la gran concentración en Madrid que ha convocado el PP, no servirá para nada, no resolverá ningún problema, no ayudará a la gobernabilidad en ninguna Comunidad Autónoma y volverá a colocar a Felipe VI ante la disyuntiva de cumplir con el papel de moderación entre las fuerzas políticas que le adjudica la Constitución.
En el palacio de Pedralbes, Alberto Núñez Feijóo llegó al frente de sus once presidentes autonómicos en una imagen tan simbólica como irreal: la situación política en madrid y Andalucía, con mayorías absolutas de loos populares, no se parece en nada a la que tienen en Murcia o Castilla y León, donde dependen del voto de Vox; ni tampoco tienen nada que ver, pese al carácter independentista de sus fuerzas políticas, el País Vasco y Cataluña.
En lo único que coinciden los dirigentes del Partido Popular es en su repetido deseo de “matar” políticamente a Pedro Sánchez, lograr que se convoquen elecciones anticipadas, ganarlas con gran diferencia y a ser posible no tener que depender De Santiago Abascal, al que por cierto le ha llegado una buena noticia del otro lado del Atlántico: Donald Trump y Elon Musk han roto su idilio y uno y otro amenazan con intentar destruir al otro. Uno con la fuerza de La Casa Blanca, el otro con acusaciones muy graves sobre su actual inquilino. Si Abascal tenía un amigo en el primer mandato del millonario de Mar a Lago, ese era Steve Bannon, relegado en estos últimos tiempos por la fuerza y la riqueza del duelo de Tesla, X y Space.
El Rey preside la Conferencia pero no tiene ningún poder para obligarles a los enemigos, que no adversarios, a abrir el diálogo y los acuerdos económicos y sociales que redunden en beneficios para todos los españoles. Son posturas y objetivos y formas radicalmente opuestas, tanto en el laño nacional como en la esfera internacional, desde la guerra de Ucrania, a las salvajadas en Gaza y, por supuesto, en la presión que se hace desde Washington y desde Bruselas para que España, al igual que el resto de países que están en la OTAN aumenten su inversión en Defensa hasta el cinco por ciento del Producto Interior Bruto, miles de millones que harán la felicidad en las compañías de armamento pero que dejarán al resto de programas económicos y sociales de los 27 países en los huesos. Exigencia que se justifica por el miedo a que la Rusia de Putin quiera vencer de forma clara en Ucrania y luego seguir creciendo en el resto de Europa. Un argumento que no se sostiene desde mucho antes de la caída del Muro de Berlín y la desaparición del Pacto de Varsovia.
El PP exigía la convocatoria de esta inútil Conferencia pese a saber que no iba a servir para nada, convocatoria el único objetivo de seguir desgastando a Sánchez y al PSOE, intentando que los socios que le permiten gobernar le retiren sus apoyos y pueda Feijóo presentar una moción de censura con la seguridad de que la ganará; eso o esperar a que se acorten los tiempos de la Legislatura. Dos años son un tiempo larguísimo y con un resultado que puede resultar tan incierto a la hora de conseguir la mayoría necesaria en el Congreso de los Diputados como el acontecido hace dos años.
El mejor de los ejemplos del clima que se va a vivir este viernes en Barcelona es el encontronazo verbal entre la presidenta madrileña, Diaz Ayuso, y la ministra de Sanidad y líder de Más Madrid, Mónica García. No esperaron al resto de participantes, se lanzaron a la pelea con el tema de las residencias madrileñas y los siete mil muertos durante la pandemia. Un aperitivo para lo que vendría después y la antesala de lo que ocurrirá el domingo en las calles de la capital.