El apagón que dejó ayer a España parcialmente a oscuras revela una tensión creciente en el corazón de la transición energética: mantener la estabilidad de la red en un sistema cada vez más dominado por renovables.
Ayer, España sufrió un apagón eléctrico que afectó a buena parte del país durante varias horas. Aunque pueda parecer sorprendente en un sistema eléctrico moderno, lo ocurrido tiene una explicación relativamente sencilla si conocemos algunos conceptos básicos sobre cómo funciona nuestra red.
La electricidad que usamos circula en forma de corriente alterna, representada como una onda sinusoide que sube y baja de manera rítmica. En España, esta onda oscila 50 veces por segundo (50 Hz). Toda la red depende de que esa sinusoide se mantenga estable en su frecuencia y forma; cualquier alteración puede afectar al funcionamiento de los equipos eléctricos e incluso poner en riesgo la integridad del sistema.
Tradicionalmente, la estabilidad estaba garantizada por centrales de generación síncrona: plantas térmicas, nucleares e hidráulicas, cuyos grandes generadores rotaban sincronizados con la frecuencia de la red. Gracias a su gran masa giratoria, estos generadores aportaban inercia física, amortiguando cualquier perturbación de forma natural.
Sin embargo, la estructura de la generación está cambiando rápidamente. Ayer, la producción eléctrica en España era mayoritariamente solar y eólica. Estas fuentes, aunque fundamentales para avanzar hacia un modelo más sostenible, funcionan de manera diferente. Utilizan generadores asíncronos o inversores electrónicos que no aportan inercia física real. La sinusoide que crean está "reproducida" electrónicamente y su estabilidad ante perturbaciones es mucho menor.
Gestionar una red con gran peso de generación asíncrona es mucho más difícil. La red se vuelve más sensible: cualquier desequilibrio entre producción y consumo provoca oscilaciones rápidas en frecuencia y voltaje. Y cuanto mayor es el porcentaje de energía asíncrona, menor es la capacidad del sistema de resistir fallos, aumentando el riesgo de incidentes como el de ayer.
A esta fragilidad se suma otro factor: el sistema de remuneración de la electricidad a precio marginal. En este modelo, todas las tecnologías cobran el mismo precio que marca la última unidad necesaria para cubrir la demanda (normalmente la más cara). Como la solar y la eólica tienen coste de producción prácticamente cero, siempre entran en primer lugar en el mercado.
Esto incentiva a maximizar la producción renovable incluso en momentos en que la red no necesita tanta energía o no puede absorberla de forma segura. Así, el sistema se acerca con frecuencia a situaciones de sobreproducción asíncrona, dejando la red más expuesta a inestabilidades.
Ayer, bastó un pequeño desajuste —una caída repentina del sol o del viento— para romper el equilibrio. Al no haber suficientes generadores síncronos conectados, la frecuencia cayó rápidamente, deformando la sinusoide. Los sistemas automáticos de protección desconectaron instalaciones para protegerlas, y se produjo un apagón en cascada.
Recuperar el suministro no es inmediato. La red eléctrica funciona a través de miles de nodos: puntos de conexión entre líneas, centrales y consumidores.
Tras el apagón, los operadores tuvieron que identificar los nodos estables y reconstruir la red de forma progresiva: primero restaurando las líneas principales de alta tensión, luego conectando consumidores de manera controlada y vigilando continuamente la frecuencia y la estabilidad de la sinusoide.
Este proceso meticuloso explica por qué la recuperación fue tan lenta. Cada paso exigía comprobar que el sistema podía absorber nueva carga sin volver a colapsar.