Un beso para cambiar la Monarquía británica
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Un beso para cambiar la Monarquía británica

lunes 12 de septiembre de 2022, 21:32h

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Carlos III ya ha comenzado a cambiar la imagen de la Monarquía británica, y la suya. Desde Balmoral aterrizó en Londres y antes de entrar en Buckingham Palace se bajó del coche junto con su mujer Camilla, se acercó a los ciudadanos que esperaban frente a la Residencia real, se puso a saludar, a estrechar manos y hasta dejarse besar en la mejilla por una rubia, emocionada y atrevida mujer. Algo impensable de hacer por Isabel II.
Es una escena digna de estar en “El Gatopardo” y ser escrita por el italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa. La novela se editó hace setenta años y hace sesenta Luchino Visconti la convirtió en película con Burt Lancaster, Claudia Cardinale y Alain Delón como protagonistas del intento de supervivencia de una aristocracia que se veía amenazada de forma directa en su poder y en sus costumbres por la fuerza social de la burguesía.
Es el avispado Tancredo, el sobrino pobre del Príncipe Fabricio, al que Lampedusa le pone en su boca la frase que se convertirá en uno de los principios políticos de los siguientes cien años: “ si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie”, magistral lección de cinismo, por un lado, de astucia, por otro, y de conocimiento del dominio social por parte de la élite dirigente cerrando el círculo.
En ese primer beso que recibe el nuevo Rey, el “beso del pueblo”, están presentes las notables diferencias que vamos a ver en los comportamientos de la Monarquía británica. Ese gesto y la posterior entrada andando en palacio de Carlos y Camilla son más importantes que el posterior discurso a la Nación, cargado de emotividad, casi de lágrimas pero dejando ya establecido el “ viaje interno” de la familia Windsor, con las diferencias entre los dos hijos, Guillermo y Harry y sus esposas, y la nula referencia a sus tres hermanos.
Con 73 años y a punto de cumplir los 74, Carlos es el Rey que llega al trono con mayor edad. Muchos años a la sombra de una Soberana que ha sido la imagen icónica de un Imperio que se ha apagado lentamente y al que le espera seguir apagándose en otros territorios y antiguos dominios como Australia, por ejemplo. Isabel II no sólo ha logrado mantener en pie a la Monarquía británica, ha sido la columna vertebral en la que se han apoyado el resto de las Casas reales de Europa, inluída por supuesto y de forma muy especial la española.
Los Windsor y la clase dirigente británica se desprendieron de su apellido alemán con la misma rapidez con la que se desprendieron del Rey Eduardo VIII en apenas once meses con la excusa de sus relaciones y su posterior boda con la divorciada norteamerica Wallis Simpson. Sus simpatías y relaciones con el régimen nazi de Adolf Hitler se ocultaron durante muchos años. Eran parte, también, del mismo principio “gatopardista”: cambiar todo lo necesario en la superficie para que nada cambie en el fondo.
A Carlos III se le ha colocado en la misma posición que se le colocó hace 53 años a Juan Carlos I y éste aceptó. Francisco Franco no quiso respetar el orden sucesorio que había establecido Alfonso XIII con su hijo Juán de Borbón y pensó que España necesitaba una nueva Monarquía para que el Régimen le sobreviviera.
Acertó en lo primero y se equivocó en lo segundo. Todos los que participaron en esa operación, desde dentro de España y desde fuera con rápida aceptación de los partidos políticos, siguieron al pie de la letra la vieja doctrina de Lampedusa: Había que cambiar todo para que todo siguiera igual.
Toda la distancia que Isabel II ha mantenido durante 70 años con el pueblo británico es imposible de mantener para su sucesor. Era y es evidente. El cambio debía ser visible desde el primer momento y así ha sido. Se trata de salvar la Monarquía, que va a pasar por momentos difíciles de cara a su futuro, con Escocia reclamando otro Referendum de independencia, con Irlanda reclamando la “devolución” de la parte norte de su isla, con la Commonwealth a punto de romperse, con Argentina recordando la humillación de Las Malvinas… la herencia de Isabel es muy complicada, tanto para Gran Bretaña como país como para su Corona.
Pasarán los 10 días de luto oficial y se presentará la realidad de una Nación envuelta en una grave crisis política, social y económica; forma parte, desde la buscada lejanía del Brexit y los errores de David Cameron, de la aún más grave crisis de una Europa que no acierta a romper el nudo gordiana que ella misma ha creado.
Los Windsor y los Borbón son tataranietos de la Reina Victoria, unidos familiarmente tanto por la rama española de su origen como por la griega. Felipe VI y Letizia van a poder mirar y examinar los efectos de la desaparición de Isabel II y pensar en la situación en la que se encuentra el abdicado Juan Carlos I, el Rey que quería, al igual que su prima Lilibeth, morir en su cama.
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