La agujereada piel marxista de Podemos
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La agujereada piel marxista de Podemos

martes 04 de junio de 2019, 20:06h

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Con una sucesión de `pieles marxistas´ elaboraron las diversas corrientes que habitan en Podemos para su estrategia de asalto al poder. Y cuando lo han tenido cerca han sufrido la misma catarsis que sus partidos hermanos

Primero fue el PCE que mantuvo la lucha contra la Dictadura, del que se desgajaron formaciones que ahora afloran por debajo de la piel de Podemos como eran el PCE-R, el PCML, la Liga, el PT, la ORT... hasta el hermano catalán del PSUC.

Barridos por el socialismo de baja intensidad de Felipe González en las elecciones de 1977, sus dirigentes emigraron a otras formaciones, incluyendo el PSOE, o a sus trabajos profesionales. Se fueron pero no olvidaron sus principios ideológicos. Ni su pasión por la política. Se limitaron a cambiar de piel.

Llegó el 15M y con esa “lluvia revolucionaria” resurgieron con nombres distintos, pero con un “abono doctrinal” muy parecido, desde el marxismo hegeliano más ortodoxo al olvidado leninismo pasando por el inevitable Gramsci, el también inevitable Balibar y sus “alumnos” iberoamericanos, el argentino Spilimbergo y el chileno Recabarren, encargados de trasladar los “textos sagrados” a una realidad tan distinta y alejada de la Europa capitalista y desarrollada como es la de los países encajados entre los golpes de estado de Pinochet y Videla y los “interpretes” populistas del Ché y Castro como Hugo Chavez y Daniel Ortega. El coctel con el que alimentar a los aguerridos profesores de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense.

Con esa sucesión de “pieles marxistas” elaboraron las diversas corrientes que habitan en Podemos sus estrategias de asalto al poder. Y cuando lo han tenido o acariciado han sufrido las mismas catarsis que el resto de sus partidos hermanos: el realismo de los Presupuestos y los sillones les hicieron mirar con los ojos de la socialdemocracia a aquellos a los que querían liberar del yugo capitalista.

El mejor de los espejos en los que se pueden mirar tanto Pablo Iglesias como Iñigo Errejón, tanto Ada Colau como “Kichi” es el de Alexis Tsipras y su formación Syriza, nacidos ambos para oponerse a la Europa de Bruselas, el Banco Central y el FMI, para impedir los recortes brutales de la intervención financiera que se les habían impuesto por las actuaciones “delictivas” de los anteriores gobiernos de la derecha helena, y que han terminado en una catarata de derrotas en todo el territorio en la última semana. Previsiblemente llevarán a una aplastante derrota del “partido hermano” de Podemos en las elecciones generales del próximo 7 de julio, con el regreso al poder de la conservadora Nueva Democracia de Kyriakos Mitsotakis.

La segunda imagen que les debería hacer reflexionar a todos ellos, a los “viejos” fundadores y a las nuevas ambiciones es la del sexteto que encabezó su primer Congreso en la madrileña plaza de Vistalegre: Luís Alegre, Carolina Bescansa, Juan Carlos Monedero, Tania González, Pablo Iglesias e Iñigo Errejón. Como en la serie cinematográfica de “Los Inmortales” sólo podía quedar uno y así ha sido.

Iglesias se ha quedado con el santo, la peana y la limosna. Sin ser santo, con la peana cada vez más pequeña y esperando que desde el PSOE de Pedro Sánchez le den la limosna de un poder para sus 42 escaños.

Una de las desventajas del marxismo frente al liberalismo cuando se trata de llevar a la práctica los ejes básicos de las doctrinas es su falta de flexibilidad. Concebido bajo el prisma de una religión necesita de los mismos elementos que tiene ésta, comenzando por la fe y un poder piramidal de arriba abajo que se articula por la voluntad del que “manda” y no por ningún sistema de elección democrática.

Conjugar la voluntad de las bases con las decisiones del núcleo dirigente siempre es tan difícil que termina subordinando la primera al segundo. Un escenario en el que los mismos que propugnaban el acatamiento a la soberanía de los iguales pasan a reivindicar sus posiciones de poder cuando acceden a él y quieren conservarlo. En ese “camino de Damasco” afloran las traiciones, las deserciones, los complots y las guerras civiles. Con un mismo final, que es la derrota de los principios y los sueños de los protagonistas. Y la decepción y desilusión de la parte de la sociedad a la que se dirigían, que les da la espalda cansados del espectáculo.

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