Las elecciones de empezar y nunca acabar
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Las elecciones de empezar y nunca acabar

martes 16 de julio de 2019, 20:00h

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Sin cerrar las elecciones de abril y mayo de este inacabable 2019 ya estamos (están los políticos ) hablando de las que parecen venir por el camino. Puede que se repitan las generales el 10 de noviembre. Puede que se repitan las autonómicas en esas fechas en Murcia y Madrid. Y en el cada vez más cerca 2020 les toca acudir a las urnas a los vascos y a los gallegos.

Los síntomas que les acompañan son tres: las encuestas, que comienzan a enumerar las subidas y bajadas en intención de votos de los partidos; las candidaturas y las posibles formaciones parlamentarias que coloquen a uno u otro partido en el poder; y los miles de artículos y entrevistas que pueblan los medios de comunicación.

Así llevamos desde 2015, que se dice pronto pero que encierra cambios muy profundos en el panorama político. Y en el empresarial y financiero que también explican alguna de las cosas que están pasando en este país.

Los grandes - ya sean los partidos, los bancos o las empresas - añoran el bipartidismo. Intentan que vuelva y no lo van a lograr. Creer que populares y socialistas van a tener en sus manos todos los votos, salvo los de los nacionalistas vascos y catalanes, es lo mismo que creer que va a volver la época de las dos cadenas públicas de televisión o que las grandes cadenas de distribución no se han visto afectadas por Amazon.

El bipartidismo ha muerto pero no lo han hecho las dos Españas. La mitad a la derecha, la otra mitad a la izquierda, con varios colores en lugar de dos. Por esa razón las encuestas siempre se mueven en ese espacio sociológico y reflejan mejor las luchas internas que se producen en el interior de esos dos bloques que cuando intentan explicar los saltos entre los mismos.

Si sube el PSOE baja todo el conjunto de siglas situado a su izquierda. Si lo hace el PP las consecuencias se hacen notar en los dos partidos que se han puesto a competir en ese espacio. Las encuestas miden expectativas pero también son armas que sirven para minar la confianza del adversario, sobre todo cuando sobre ellas se montan opiniones y debates en los altavoces de los medios de comunicación.

Las encuestas alimentan horas de televisión y radio, miles de páginas en los periódicos, ya estén editados en la red o en papel, y hasta prolongan su efectividad a través de las redes sociales y el control que se ejerce sobre las mismas. Es una parte de la batalla que se plasma en los nombres de los aspirantes a tener un puesto destacado en las listas electorales, los que te llevan a un Parlamento o a un gobierno.

Con las encuestas en la mano se eligen los equipos, se pulsa la aceptación o el rechazo que generan los dirigentes. Y son éstos lo que, para sobrevivir en esa selva que habitan, se convierten en depredadores de poder, de sillones y de compañeros de viaje en el interior de las formaciones.

El último y posiblemente el más importantes de los síntomas electorales aparece en los medios de comunicación, convertidos en los campos de batalla en los que la destrucción del adversario se busca de todas las formas posibles. Da igual que sea el compañero de partido con el que aparentemente compartías un programa y una forma de hacer política, que sea el dirigente del partido rival al que utilizas en tu ataque para reafirmar tu propia posición ante la sociedad y ante los tuyos.

España vive en una perpetua cita electoral que consume la mayor parte de los esfuerzos de aquellos que se dedican a la gestión de la cosa pública. En apenas cuatro años hemos establecido un nuevo record de acudir a las urnas. Y si lo alargamos un año más están seguras otras tres. Por lo menos.

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