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miércoles 10 de diciembre de 2025, 05:16h

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El hecho de que, sin causa evidente, cualquier pronóstico pueda cambiar, y que las circunstancias en las que actualmente se desenvuelve la actividad económica estén tan expuestas a diversidad de interpretaciones -con distinto grado de fundamento- da lugar a que se asienten narrativas que casi se convierten en creencias, y que en no pocas ocasiones tienen escaso respaldo empírico. Esto conlleva el peligro de que, una vez apegados a una creencia, interpretemos lo que observamos bajo el sesgo que esa creencia imprime.

LO QUE GUSTA ESCUCHAR

La carrera para sustituir al presidente de la Reserva Federal reúne a un grupo de personas que, a juzgar por sus manifestaciones, parecen compartir una de esas creencias. A todos los aspirantes les gusta recrearse y reforzar aquellos aspectos que les permitan mostrar sus credenciales a favor de recortar los tipos de interés. Destaca, sobre todo, la asunción de que la tecnología permitirá incrementar la eficiencia y favorecerá un crecimiento acelerado de la productividad, reduciendo los costes laborales y, con ello, el nivel de tipos de interés preciso para frenar cualquier repunte de la inflación. Es lo que gusta escuchar en la Casa Blanca.

Los economistas que comparten esa creencia argumentan que el incremento de la tasa de desempleo que está teniendo lugar entre las nuevas cohortes de graduados se fundamenta, precisamente, en la aplicación de la IA. Otra creencia. Con la dificultad que implica carecer de datos regulares, exige menos interpretación asumir que estamos ante un estancamiento en la contratación, y no ante la destrucción de empleo que caracteriza a un periodo recesivo.

El estancamiento en la creación de empleo coincide con la implantación de la IA, pero también con otros factores: los excesos de plantilla tras la COVID; la dificultad para proyectar la demanda, a consecuencia de la incertidumbre política; los aranceles, que reducen los márgenes e incentivan mejorar la productividad en lugar de contratar… No hay contratos, pero tampoco despidos. Si la economía se acelera, volverán los contratos.

Al acabar con la independencia del banco central, el problema con este tipo de visiones es que puede condicionar de forma muy importante las respuestas de política monetaria. Este tipo de creencias entre los que lo dirigen, hace mucho más difícil saber cómo afrontarán la situación si estas se revelan falsas.

PECANDO DE PESIMISTAS

Mientras se alimenta el optimismo económico vinculado a la tecnología en EE.UU., las perspectivas para otras áreas pueden estar pecando de pesimistas. Es el caso de grandes economías como Alemania o Reino Unido. Mientras que sobre los alemanes se cierne la sospecha de una economía en proceso de desindustrialización, sobre los británicos se teme que acaben arrastrados por una crisis fiscal; paradójico, cuando sus niveles de deuda están en la media de la OCDE, su coste respecto al PIB es similar y su vida media es de 14 años, [6 en EE.UU, 8 en España].

En Alemania se abandona la industria de bajo valor e intensiva en consumo de energía como la química, para centrase en sectores de mayor calidad y márgenes. A esto han de sumarse fuertes estímulos fiscales. En resumen: complejidad, transformación, adaptación… y por supuesto, riesgos. Pero que el mundo se haya vuelto más complejo no justifica encerrarse en creencias. A pesar de ser un terreno en el que parecen adentrarse más rápidamente los norteamericanos, ni siquiera su Administración puede liberarse totalmente de los límites que la realidad impone.

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