Hubo un tiempo en el que conocíamos los nombres de los primeros ministros del mundo civilizado, pero hoy apenas existen jefes de gobierno con proyección internacional y reconocido prestigio en una Europa huérfana de valores y sin un proyecto común.
Esta epidemia de mediocridad nos ha explotado en la cara y ha contaminado a amplios sectores de la sociedad en un momento en el que las tecnologías de la comunicación han hecho posible que los más ignorantes impartan doctrina.
En España en vez de mujeres y hombres con criterio independiente tenemos militantes con consignas aprendidas, políticos fanatizados e ignorantes sin retorno que se dejan engañar por un gobierno que recauda parte del escaso salario que reciben.
Nos queda la esperanza de la mayoría silenciosa y cabreada con un sistema corrupto y una juventud preparada que aguanta o emigra fuera de su país en busca de un presente que no sea fraudulento.
Que otros lo pasan peor no es consuelo suficiente para quienes viven gracias a su iniciativa y su esfuerzo. El cáncer de las ideologías neutraliza la inteligencia de quienes las sufren.
Donald Trump ha dicho que asesinar y descuartizar a un disidente político “son cosas que pasan”, y casi nadie se ha escandalizado.
Cosas que pasan es un eslogan que podría asumir como propio Pedro Sánchez, porque en su entorno familiar y en su gobierno suceden cosas extrañas que a él le parecen normales.