Hace tiempo que vivimos en una mentira en la que participan políticos y periodistas que se han convertido en aliados y evitan hacerse daño en perjuicio de la verdad y deterioro de la democracia. La mayor responsabilidad de este contradios hay que atribuirla a la prostitución de los periodistas que se han dejado comprar por un gobierno corruptor que los necesita para embaucar a los ciudadanos incautos.
En esta operación en la que se oculta o silencia la realidad de los hechos, los más despreciables son los periodistas que se han convertido en activistas de una ideología preñada de consignas que quedarán señalados en la historia de una traición a la democracia y lo lamentaran cuando sea demasiado tarde.
En estos tiempos líquidos echo de menos a los filósofos que dudan y me sobran los ignorantes que se suben al púlpito de la televisión basura donde chapotean a gusto.
La supuesta verdad que nos quieren imponer nuestros legisladores o gobernantes cambia de ciclo cada vez que se elige un nuevo gobierno porque la sociedad de hoy es tan irreflexiva que en vez de votar a favor de sus propios intereses lo hace por razones de amor u odio porque el cáncer de las ideologías sustituye la razón por el fanatismo.
La fórmula para robarnos la verdad o, al menos, la duda, consiste en darle más valor a lo que opina un político o un periodista corrupto que al contraste de los datos que investigan los que no se dejan comprar por el poder político .
Silvia Inchaurrondo , periodista de Televisión Española, ha demandado a la empresa pública que le pagaba 269.757 euros al año por haberle hecho una rebaja importante por exigencias de Hacienda, y tiene derecho a cabrearse porque su arte en la defensa del gobierno, con razón o sin ella, es impagable.
Los otros mamporreros mediáticos y la novia de uno de ellos que grita mejor que nadie, por ahora están satisfechos con el pastizal que reciben por defender al gobierno e insultar a la oposición.
No recuerdo una etapa como ésta en más de 50 años de ejercicio del periodismo, tal vez porque entonces la gente que sabía escribir, escribía y no eructaba.