Una obra de teatro rescatada del pasado y una novela que siempre será futuro tienen de protagonista a un mismo nombre, Pedro, y a un mismo creador, Luís Martín Santos. Los dos Pedros quieren romper los límites de sus vidas y terminan aceptando su fracaso, al igual que lo hacen todos los que les acompañan. Puede que el presidente del Gobierno, el tercer Pedro, haya leído “Tiempo de silencio”, publicada diez años antes de que naciera. Está a tiempo de hacerlo o de recordarla en uno de eso largos viajes alrededor del mundo. Lo que debería hacer, sin falta, es acercarse al Teatro Español y disfrutar de la obra que ha rescatado Fernando Domenech del olvido en el que estaba: “Viaje hasta el límite”. Dentro de los tres Pedros está la España de hoy.
Es muy difícil que
Luís Martín Santos estuviese vivo en esta Primavera de 2025, habría cumplido 101 años el pasado once de noviembre. Nació en Larache, que pertenecía a España como protectorado y hoy es de Marruecos. A los cinco años ya vivía en San Sebastian por el traslado militar de su padre. Se hizo psiquiatra por profesión, escritor por vocación y socialista por decisión. Le detuvieron varias veces, conoció el dolor de la muerte de su mujer y se mató al estrellarse su coche contra un camión. Todos los que eran sus amigos y compañeros también están muertos.
Si el primer Pedro, el médico que investiga sobre el cancer, tiene que recurrir a los ratones de un pandillero de poca monta para continuar su estudio, sin saber - por ser imposible que viese el futuro - que de esa relación nacerán las desgracias de varias familias; el segundo Pedro, atado a una silla de ruedas, terminará por entregar su fortuna al último visitante de su casa. Ninguno de los dos Pedro será feliz. Tendrán que resignarse a convertirse en médico de pueblo y en amargado y dependiente rico rodeado de sus propios roedores.
Está nuestro tercer Pedro, el que aparece ante los suyos entre dos caras: la del tranquilo dirigente que anima a los suyos a perseverar frente a los enemigos de siempre, aquellos que viven también atrapados en su propia resignación; y la del crispado lider que contempla cómo sus esfuerzos por mantener unidos los débiles hilos del poder amenazan cada día con romperse. Su viaje más importante no tiene como destino Bruselas, ni Pekín, ni Kiev. Allí no hay ratones y le parece que, rodeado de otros como él, en lo que participan es en una carrera de sillas para inválidos.
El límite del hombre real, no el de los dos creador por la imaginación brillante de Martín Santos, está en la mitad del 2027 cuando la elasticidad de las elecciones generales no pueda dar más de sí. Hasta esos dias ese viaje, ese duro, angustioso, martirizador, implacable viaje se mantendrá dentro de un tiempo de silencio tan sonoro como las campanas que anunciaban en los pueblos