El 28M, entre la muerte de Cesar y la Guerra Fría del 5.0 en Europa
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El 28M, entre la muerte de Cesar y la Guerra Fría del 5.0 en Europa

jueves 25 de mayo de 2023, 22:21h

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La misma izquierda que el 15 de mayo de 2011 ocupó las calles y sirvió, con sus protestas, que el PSOE de José Luís Rodríguez Zapatero perdiera las elecciones generales que se celebraron cinco meses más tarde, puede que consiga lo mismo en este 2023. Ahora está dividida como entonces, el pequeño grupo de dirigentes universitarios que se convirtió en su “representante” se rompió por las ambiciones internas, pero logró lo que parecía imposible de conseguir en la España que zozobraba en mitad de la mayor crisis del capitalismo desde hacia cien años, llegar al poder con una Vicepresidencia y cuatro Ministerios en el Gobierno de España.
En su propia y particular partida de póquer, Pedro Sánchez, con los ases que tenía en su poder, tuvo que rendirse ante la escalera de color político que llevaba en la mano Pablo Iglesias. Una generosa comida junto a la Plaza de la Independencia, y una aún más generosa ración de dorado escocés de 15 años, selló el adiós al poder del Partido Popular y la personal bajada a los infiernos de su líder. Cinco años después de que la nueva izquierda y el nacionalismo radical alcanzase el poder, en medio de la Guerra Fría 5.0 que tiene como escenario la cada vez más destruída Ucrania, las herencias recibidas de aquellos tiempos se vuelven a convertir en objeto de deseo y combate antes y después de los idus del Domingo 28 de mayo de 2023, fecha para guardar y punto de partida para renovados sueños y sus correspondientes desesperanzas.

Siete años antes, esa misma derecha representada por el Partido Popular consiguió con Mariano Rajoy su segunda mayoría absoluta. Las derechas independentistas catalana y vasca pactaban con el Gobierno central y el socialismo dirigido por Alfredo Pérez Rubalcaba perdía votos y escaños sin parar. La convulsa España asistió asombrada en 2015 como irrumpía la Justicia en el equlibrio político por los escándalos de corrupción y todo el andamiaje institucional se venía abajo. En apenas tres años, con dos victorias electorales y nuevos favores a la derecha nacionalista, el PP sufrió el ataque directo de un político que había regresado del abismo interior del PSOE para conseguir la victoria en una inédito moción de censura, apenas unos días después de que el mismísimo Rajoy y su ministro de Hacienda le otorgaran cinco mil millones más al Ejecutivo vasco que estaba en manos del PNV.

Esa memoria y esos recuerdos de aquel 15M, que sirvió para llevar a la derecha al poder con su segunda mayoría absoluta, en tan sólo seis meses después de la primera acampada en la madrileña Puerta del Sol, el PP con Mariano Rajoy a la cabeza había conseguido 186 escaños en el Congreso y un poder que parecía Incontestable en la mayoría de las Autonomías y los grandes Ayuntamientos. El presidente gallego, que había tenido que superar dos derrotas, recogió una herencia que estaba maldita, sin que sus meigas le avisaran. Su mirada estaba puesta en el otoño de 2019 pero la base de su poder estaba hecha de barro.

Conviene que repita os en nuestra memoria las misma imágenes: las protestas desde la izquierda, por el empobrecimiento y la precariedad que había traído la crisis, permitieron a los populares conseguir sus mayores victorias, primero en las autonómicas y municipales del mes de mayo de 2011, y después en las generales de noviembre. Tenían dos Legislaturas, por lo menos, para gobernar, con la crisis financiera de 2008 que comenzaba a remitir y las ayudas europeas que también comenzaban a aplicar el mal estado de la deuda pública y la quebrantada salud de las entidades financieras. En lugar de leer el Marca, Mariano Rajoy debería haberse aplicado en recitar por los pasillos de La Moncloa el monólogo de Segismundo, cuando Calderón de la Barca, tres siglos antes, le hace recitar los 40 versos que resumen la gloria y el castigo que esperan a todos aquellos que, una vez alcanzado el poder, la riqueza, satisfechas sus ambiciones, aplaudidas sus hazañas, awe encuentran en el despetar de sus ilusiones con que toda la vida es sueño, y los sueños sueños son.

En el ya viejo 2011, los socialistas se desangraron en las urnas y perdieron 59 escaños. Alfredo Pérez Rubalcaba aguantó al frente del partido hasta la abdicación del Rey Juan Carlos en junio de 2014. Tras su renuncia se inició una larga y cruenta guerra interna que terminó el 1 de junio de 2018 con el regreso al poder tras la moción de censura. Pedro Sánchez, que había perdido las elecciones de 2015 y 2016, con el PSOE bajando hasta los 85 diputados, que se había sido expulsado de la secretaría general y del Congreso, regresó y se quedó tras sufrir pesadillas nocturnas, pactar con seis partidos distintos, y dejar que los nuevos comunistas representados por Pablo Iglesias y Yolanda Díaz lograran lo que no habían podido hacer ni Santiago Carrillo, ni Julio Anguita. Con la misma astucia y amistades internacionales que había utilizado Felipe González, el más despierto y ambicioso de los tres discípulos de José Blanco, se sentó en el gran sillón de La Moncloa.

En apenas una década se ha cumplido una de las profecías de Alfonso Guerra: a la España que nació en 1977, con las primeras elecciones democráticas tras los 40 años de franquismo, ya no la conoce ni la madre que la parió, ni en lo político, ni en lo financiero, ni en lo empresarial, ni en lo social. La peseta había muerto y el euro la había enterrado entre grandes gritos de un júbilo bien administrado desde el poder y todas las torres que se habían levantado como fortines de una vieja aristocracia se derrumbaron. Los nuevos guerreras de trajes a la medida y corbatas de Hermés, que convirtieron las espadas en doradas tarjetas de oro y platino, dejaron a los corceles en las fin as de caza y se subieron a los Falcon privados, que lo mismo les llevaban a Nueva York o Londres para cerrar multmillonarios acuerdos cargados de suculentas comisiones que a los yates anclados en Cerdeña o Amalfi dónde les esperaban las modernas geishas siliconadas que esparcían el polvo de los sueños entre botellas de Veuve Clicquot y cajas de Kaviar sueco de Kalles, listo para untar en blines recien hechos.

Años en los que el perseguido y transformado PCE, que había visto bajar la escalera central del Congreso a Dolores Ibarruri y Rafael Alberti cogidos del brazo y camino de la presidencia de la Cámara, en la sesión inaugural de las primeras Cortes democráticas un 22 de julio de 1977, tan sólo estaba representado por dos raquíticos escaños tras el adiós del que fuera alcalde de Córdoba, enemigo declarado de Felipe González y protagonista, junto a José María Aznar, de la “pinza” que la derecha heredera de Manuel Fraga y la transformada Izquierda Unida hicieron sobre un tambaleante Partido Socialista. Había nacído el Podemos de Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, con las confluencias en toda España soñando con el ansiado “sorpasso” histórico sobre el PSOE. Años en los que desde el poder empresarial creyeron ver en un Albert Rivera, triunfante en Cataluña, la nueva esperanza de la derecha política que podría reeemplazar, con su liberalismo de salón, a la gastada derecha que se habñia enterrado a si misma bajo las arenas de Irak, con los pies encima de la mesa de un rancho texano como parte de los amigos fieles de los dueños del mundo.

Ninguno de los nuevos consiguió sus objetivos. Ciudadanos se mostró insuficiente para apoyar al PSOE en su primer intento de echar al PP del poder. Podemos se negó a secundarles, pero sí a servir de eficaz negociador con los partidos de Euskadi y Cataluña para que, en junio de 2018, una moción de censura montada sobre una sentencia de la Audiencia Nacional sobre la corrupción que afectaba al PP triunfase y Mariano Rajoy abandonara La Moncloa.

La política española engañó a todos sus protagonistas una vez más. Parecía que había cambiado con el bipartidismo imperfecto de los últimos 40 años herido de gravedad. Un espejismo. Pedro Sánchez aprovechó un año de gobierno para “resucitar” al PSOE, que volvió a convertirse en el primer partido del país gracias a sus 123/120 escaños. Podemos entró en crisis, con sus fundadores enfrentados a muerte y quedándose en 44 asientos en el Hemiciclo. Ciudadanos pensó que podía pasar de “bisagra” a líder de la derecha pero las cuentas no le salieron. Y el malherido Partido Popular, pese a la caída en picado en votos y escaños, se mantuvo como líder de la oposición con sus exiguos 66 escaños.

Una necesaria mirada a los irredentos nacionalismos independentistas vascos y catalanes nos permitieron ver que, mientras el mapa político en Cataluña se convulsionaba entre presos y huidos, con la burguesía catalana abandonando a los antiguos socios de CiU y pasándose a la renacida Esquerra Republicana, con un inalterable PNV en el País Vasco, un nuevo actor entraba en escena, primero en Andalucía y luego en el resto de España: la derecha más dura y nostálgica del PP se desgajó del partido y fundó Vox, con Santiago Abascal, uno de los protegido de la baronesa Esperanza Aguirre, como feroz “Capitán Trueno” de los ejércitos que se mostraban dispuestos a combatir en cada palmo de terreno a los ejércitos morados de las ocultadas hoces y martillos.

Año tras año y elección tras elección, guerra fratricida tras guerra fratricida, la herencia del 15M se diluyó un poco en Andalucía y un mucho en Galicia. Las divisiones y ataques internos hicieron que perdiera el emblemático Ayuntamiento de Madrid y que, en conjunto, la izquierda dejara la mayoría necesaria para gobernar a expensas de los acuerdos entre las tres derechas. Como si,en efecto, hubiera una maldición, la capacidad autodestructiva de la izquierda española aparecía de nuevo, como un viejo fantasma que pasara de las urnas a las negociaciones por el poder. Bolcheviques, mencheviques, leninistas, estalinistas, trostkistas, gramscianos, eurocomunistas, bolivarianos…una legión de intelectuales indigestos y parias que llegaban desde el Tercer Mundo se fundieron con los nuevos mantras del ecologismo y el feminismo, más cargados éstos últimos de razones, que los había mezclado el Manifiesto Comunista de Marx y Engels con la Filosofía en el Tocador del Divino Marqués. Siempre con unas gotas de Freud interpretado en el escenario de la globalización por un renovador Ernesto Laclau, quien tras nacer en la Argentina infame de 1935, con sus dos golpes militares y sus cuatro presidentes en apenas doce años, se vino a dejar morir por un infarto en la Sevilla española, tras convertir el ensayo que escribió junto a su mujer, la belga Chantal Mouffe, “Hegemonía y Estrategia Socialista”, en la nueva Biblia del marxismo.

Las puñaladas que presenciamos hoy dentro del propio Consejo de Ministros, en una pésima representación de la muerte de Cesar a manos de Marco Bruto y Cayo Casio, cerebro grís de las puñaladas que un 15 de marzo de hace 2067 cambió el futuro de Roma y de toda Europa. Aquella sangre que vió en la noche anterior Calpurnia correr por el suelo del Capitolio, tiene el mismo espesor que la que esperan ver correr por los escalones de La Moncloa los enemigos de Pedro Sánchez, ejecutada la emboscada por los mismos que sirvieron y han servido de acompañantes a los dueños del poder y que se olvidaron de la entonces República romana y la hoy Monarquía española.
Basta con mirar los sucedido, tras ganar Pedro Sánchez y sus socios llegados de todos los puntos cardinales de España la moción de censura. Entre el 22 y el 25 de julio de 2019 las nunca cerradas heridas entre socialistas y comunistas se abrieron ante los ojos de 350 diputados y unos cuantos millones de españoles. Reproches mutuos, mentiras encadenadas, propuestas imposibles de asumir y una conclusión: Pedro Sánchez no era investido como presidente. La realidad de sus 123 escaños hizo que las estrategias pensadas y analizadas y puestas en marcha tras los resultados del 28 de abril se estrellaran contra el muro que levantaron el resto de las fuerzas políticas. No sólo Podemos. Todos, por supuesto con el Partido Popular de Pablo Casado y el Vox de Santiago Abascal a la cabeza.

Dos meses más tarde, cumplidos los plazos que marca la Constitución, el 23 de septiembre terminó el plazo de reflexión que se había tomado el presidente. Sin cambios, el Rey tuvo que disolver las Cámaras y los españoles volvimos a las urnas. Todos los partidos aseguraron que no queqían elecciones y las culpas se cruzaron como dardos. Exactamente igual que ahora, en este mayo de 2023, tal vez con mayor rencor, con mayor necesidad, con peor visión del futuro. La verdad que aparece entre las sombras de las palabras y las frases ensayadas es otra y puede que encierre más de una trampa para los líderes políticos. A partir del lunes 29 empezaremos a ver las respuestas que vencedores y vencidos ofrezcan a los ciudadanos que han ido o se han ausentado de las urnas.

Lo más probable, por no decir seguro, es que el PP mejore sus resultados. Lo más probable es que Ciudadanos desaparezca. Lo más probable es que Vox se mantenga. Y lo que es casi seguro es que, en la gran parte de las instituciones autonñomicas y municipales las dos fuerzas de la derecha pacten unas condidaturas conjuntas, con algún invitado inesperado y de última hora. Si así lo hacen y lo extienden a las listas del Congreso dentro de unos meses, en algunas ciercunscripciones, el millón de votos que entre el PP y Ciudadanos, sin contar entonces con Vox, sacaron al PSOE se convierta en la puerta abierta que utilicen los líderes del PP y en la batalla final, Alberto Núñez Feijóo, al poder. Siempre con los ojos de Elias Bendodo, Cuca Gamarra y Esteban González Pons, cooperando en la vigilancia sobre la madrilerña Díaz Ayuso y el andaluz Moreno Bonilla. Siempre es conveniente asegurar una última puerta por si la victoria no es suficiente para conseguir el gobierno.

España vota desde hace décadas partida en dos mitades y parece difícil que haya trasvase de votos entre las dos. Puede que el PSOE suba o bajo en representación en algunas circunscripciones. Es una montaña rusa en la que de vez en cuando no funcionan los freno y los varones se estrellas con sus ocupantes a bordo. Ese factor que explica los comportamientos del castellano manchego García Page y del aragonés Lambán sobre todo. Puede que en igual medida los baje Podemos, junto a Izquierda Unida y los Verdes y el futuro del Sumar de Yolanda Díaz tienda más a restar que a sumar de forma matemáticas. Puede que se utilice a terceras fuerzas para disminuir los votos de los adversarios, que se ataque hasta con la limpieza de los votos depositados y no sólo en Melilla o en Almeria, pero es casi imposible que se puedan realizar pronósticos fiables de lo que ocurra el día después, sobre todo si se cuenta con el comportamiento de la abstención. Un fenómeno político que afecta más a la izquierda que a la derecha.

Las maldiciones políticas tienen un largo recorrido. Sánchez y el PSOE lograron tener el poder en sus manos, pero debieron compartirlo. Iglesias, que nunca se ha ido del todo, y Podemos con Belarra y Montero como arietes de doble uso o dos cabezas, una mirando al socialismo y otra a la derecha, para atacar a ambos, tras estar en el gobierno de España, que es algo que no ocurría desde hacía ochenta años y que puede estar llegando a su fín, tendrán ahora que volver a sentarse bajo la luz de los focos o en la oscuridad de los reservados. Los riesgos son evidentes para los dos. Sin 176 escaños la futura investidura, sean cuando sean las elecciones, volverá a dependerá de los pactos, salvo que aparezca una mayoría absoluta. Y en ese camino están a la espera catalanes y vascos, de derechas y de izquierdas, sentados a la vera del camino con las manos extendidas en busca de nuevos y más costosos favores.
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