La farsa teatral de Rómulo Sánchez y Remo Iglesias
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La farsa teatral de Rómulo Sánchez y Remo Iglesias

viernes 19 de julio de 2019, 18:38h

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Los hijos mitológicos del dios Marte quisieron imponer su modelo de estado y llevó a la muerte del segundo a manos del primero

Estamos asistiendo a una larga representación teatral que tergiversa lo que debería ser una acción política. Se usa el escenario de la democracia para que los actores puedan “matarla” varias veces cada día. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias han escogido los papeles de Rómulo y Remo, los hijos mitológicos del dios Marte, que quisieron imponer su modelo de estado y que llevó a la muerte del segundo a manos del primero. Así nació, dicen los historiadores, Roma.

Si aquella primera guerra fundacional tuvo a dos hermanos gemelos por protagonistas, lo ocurrido durante dos mil años después no es sino una repetición de la inacabable ambición de poder que impulsa a algunos humanos a pelear por sentarse en el trono. Hoy, en esta España llena de tronos de todos los tamaños y con tantas ambiciones a su alrededor, parece que nuestros dirigentes piensan más en los bisnietos de Eneas, el troyano, que en la estructura democrática que se creó bajo la alargada sombra de sus descendientes.

Ni todos los votos conseguidos por el PSOE son de Pedro Sánchez, ni todos los votos de Unidas Podemos son de Pablo Iglesias. Los líderes quieren pero no pueden adueñarse de los apoyos ciudadanos a sus partidos. Son las cabezas temporales de unos proyectos. Y son prescindibles. Y lo saben e intentan evitarlo.

Los once millones largos que consiguieron el 28 de abril las dos formaciones reflejan la voluntad de ese número de españoles para que gobiernen aquellos que creen que mejor encarnan la defensa de sus ideas y de su visión de España. Sánchez no puede pensar que los siete millones y medio de votos que recibieron las candidaturas socialistas le pertenecen y son de su propiedad. Y lo mismo le ocurre a Iglesias con los cerca de cuatro millones de papeletas que entraron en las urnas con los nombres de las distintas candidaturas que presentó Podemos en toda España.

Los dos dirigentes tenían y tienen la obligación de administrar esos votos y buscar la mejor manera para que con esa voluntad se pueda conformar un gobierno respaldado por una mayoría estable durante cuatro años. Una mayoría que deberá pactar necesariamente con otras fuerzas política, dotadas de las mismas credenciales democráticas que ellas, ya que la suma de sus escaños no llega a los 176 que son necesarios para imponerse en el Congreso.

Sobre esas dos realidades, la de que los 123 escaños socialistas son del partido y no de su secretario general, de la misma forma que los 42 de Unidas Podemos no lo son de su líder; y de que ambos deberían esforzarse en construir primero una mayoría absoluta que abordase y asegurase el trabajo legislativo, y al mismo tiempo un Ejecutivo plural y equilibrado en la representación de los votos conseguidos en las urnas, deberían estar negociando. ¿ Qué hacen ?: justo lo contrario. Personalizan los votos, personalizan en su nombre los escaños de sus compañeros, y personalizan los ataques y descalificaciones.

Si la democracia parlamentaria y partidista funcionase de forma perfecta y hasta el final, con todas sus consecuencias, Pedro y Pablo estarían obligados a intentar un acuerdo de colaboración/coalición/cooperación con programa de gobierno, organigrama del mismo y nombres de ministros para llevarlo a cabo.

De no conseguirlo estarían obligados a dejar que otros miembros de sus partidos lo intentaran tras sendas consultas internas en busca de esos nuevos negociadores. Y sólo al final, si fuera imposible presentar ante el Congreso y ante los ciudadanos el compromiso conseguido y los objetivos de gobernanza que implica, volver a las urnas. Pedir al Rey la disolución del Parlamento y la convocatoria de nuevas elecciones.

Por más veces que se repita tal parece que nunca es suficiente: en España, los ciudadanos no elegimos al presidente del Gobierno. Elegimos en cada circunscripción electoral a un número de parlamentarios, hasta los 350 que conforman el Congreso, que serán los que con su voto en la sesión de investidura del candidato que presenta el partido ganador, elijan al jefe del nuevo Gobierno.

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