El presidente de Estados Unidos no ha necesitado abrir ningún balcón para que los nobles de la Corte que acompaña al hombre que se sienta en el gran sillón de la Casa Blanca vieran sus cañones. A Donald Trump le ha bastado con extender su brazo sobre el enorme campo de golf de 36 hoyos de Aberdee, en Escocia, mientras le decía a Ursula Von de Leyen, la flamante presidenta de la Comisión Europea: “estos son mis poderes”. Los aranceles del 15% sobre los productos que Europa venda a Estados Unidos son, en palabras de la débil representante de los intereses europeos: “el mejor acuerdo posible”.
Quinientos diez años más tarde el poder se demuestra de la forma más directa y más visible. Tras la amenaza comercial, el “emperador” Trump se va a jugar al golf a Escocia, la tierra en la que nació su madre, y le dice a la tembloroso portavoz de una amedentrada Europa que se acerque a esa pequeña parte de su particular y personal imperio que le va a hacer el favor de dejar el castigo comercial en la mitad. Todas las amenazas de airadas respuestas de la política alemana se diluyeron como un azjucarillo en un vaso de agua caliente. La protesta de Francia no servirá de nada, las dudas de Hungría se quedarán en dudas y la tímida inquietud española no le servirá a Pedro Sánchez para que mejore su imagen ante los intereses de Washington.
Mientras eso ocurre en las frias tierras escocesas, por las cálidas y llameantes estepas de Castilla las huellas del cardenal que impidió que el marido/príncipe de Juana se sentase en el trono, que firmó que Juana no estaba en sus cabales, que fomentó la guerra en el norte de Africa contra los infieles y que a los moriscos les convirtió al catolicismo a garrotazos, creaba su propio ejército de mercenarios “La Milicia de la Ordenanza” para protegerse de los aristócratas levantiscos mientras el futuro Carlos I de España y V de Alemania llegaba desde Flandes.
Es más que posible que Donald Trump no haya oído hablar nunca del cardenal Cisneros y de su contundente respuesta a las peticiones y protestas de los que consideraba súbditos del Imperio que regente tras ser el confidente/confesor de Isabel de Castilla y protegido del cardenal Mendoza. No sabrá la historia pero la aplica con igual método. Tiene claro cuales son sus poderes y los exhibe sin pudor.
Si tiene lacayos ( se llaman ahora caddies) que dejan caer una bolita de golfo justo delante de sus piernas para que pueda golpearla con comodidad, de igual forma deja que Netanyahu prosiga con su misión histórica de lograr que Israel de adueñarse de todo el territorio de Gaza y de Cisjordania para crear un estado más grande y poderoso, y tal vez dejar que sea Trump el que desarrolle el maravillos sueño de convertir la costa gazatí en un nuevo Malibú. Si el precio son sesenta mil muertos, la desaparición de un estado creado de forma artificial por la ONU en 1948, y las guerras civiles dentro de Siria, de Irak y del Libano, se anotará en el gran libro de la Historia de la misma forma que se han escrito la mayoría de los episodios en los que la narración ha estado a cargo de los victoriosos.
Trump tiene más de tres años por delante para asegurar el dominio mundial de Estados Unidos con un único rival, que no tiene prisa en su escala de tiempo milenario, China. Pactará con Xi Jiangping sin tener que preguntarle a nadie; hará lo mismo con Putin hasta que Zelensky deje de serle útil; incluso negociará partidas comerciales por separado con algunos países europeos siempre que se amolden a mejorar las condiciones futuras de su implantación en territorio norteamericano.
Es un empresario acostumbrado a negociar desde posiciones de fuerza, no es un político de Washington o de Bruselas con sus viejas tácticas de largas e inútiles reuniones. No es diplomático y hasta ahora le va bien. Lo de Epstein, su isla y sus chicas son anécdotas que defienden los medios de comunicación más cercanos al Partido Demócrata, al igual que les ha pasado a las grandes Universidades, que al final terminan pactando por unos millones de ayuda oficial.