La tenue voz española

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Conste, en primer lugar, que pienso que José Manuel García Margallo es un buen ministro de Exteriores. Quizá la persona más adecuada para una coyuntura internacional que se está poniendo dificilísima.
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Por eso mismo, juzgo precipitadas algunas opiniones que reclaman una voz más fuerte española a la hora de decantarse acerca de la situación de complicado (des)equilibrio en la que se debaten Europa y el mundo. Me parece que 'prudencia' es la palabra clave y que, como decía Pío Cabanillas ante una situación de crisis, ahora lo urgente -ante el panorama internacional-- es esperar.

Porque las cosas se han complicado extraordinariamente en apenas una semana, que es el tiempo transcurrido desde que Putin decidió invadir Crimea, colocando a Ucrania al borde de la guerra civil en una zona del mundo verdaderamente explosiva. Hace apenas una semana, un compañero de la televisión, excelente periodista y perspicaz persona, me advertía "te equivocas" cuando sugerí que el titular del día siguiente debía ser 'Extraños movimientos de tropas de Putin'. En aquellos momentos, tales movimientos se explicaban como 'rutinarios'. Y cualquier reacción, incluso periodística, parecía precipitada, aunque todos sabían, saben, que no hay que fiarse demasiado de Vladimir Putin, que aspira a ser algo así como el moderno zar de todas las rusias.

Todavía hoy, y con excepción del secretario de Estado norteamericano, John Kerry, que ha estado completamente contundente en sus ya ni siquiera veladas amenazas a Moscú, todos se tientan la ropa: no estamos, también lo dijo Obama, para restaurar la guerra fría, y menos, por supuesto, para repetir algo semejante a lo que ocurrió hace un siglo. Pero la suerte parece estar echada y Ucrania, a punto de partirse. En esas condiciones, ¿qué opinión autorizada puede aportar España, cuando la inanidad de diplomacia europea está quedando una vez más de manifiesto, mientras los intercambios de advertencias procedentes de Washington sobrevuelan nuestras cabezas rumbo al Kremlin, cual misiles verbales?

He hablado últimamente con numerosos diplomáticos españoles y con algún catedrático experto en el Este de Europa. Ni en el Ministerio de Exteriores -por tanto, en La Moncloa-ni entre los estudiosos del tema han sonado, aún, los últimos timbres de alarma. Puede que sea inconsciencia, prudencia o contención, pero el caso es que no me da la impresión de que el Gobierno español esté demasiado preocupado por lo que pueda pasar, aunque esa preocupación sí está resultando patente en las cancillerías de otros países, cuyas reacciones hacia el exterior resultan mucho más alarmistas que las de Madrid.

Por eso digo que me parece conveniente la postura de García Margallo -y, ya que estamos, la del propio Rajoy--, que se acerca a la impasibilidad de un lord británico. Veremos qué papel juegan nuestros representantes, del partido en el poder y del Gobierno, cuando acudan a finales de esta semana al congreso del Partido Popular Europeo en Dublín, cuyo secretario general es el español Antonio López Istúriz. Pero ese cónclave, que se planteaba en un escenario mucho menos conflictivo, adquiere ahora, lo mismo que cualquier otra reunión europea de alto nivel, nuevos perfiles y nuevos compromisos: tendrá que definir una actitud del centro derecha europeo ante la invasión de Ucrania -de momento, la invitada sorpresa es la ex primera ministra de Ucrania Yulia Timoshenko--. Y ahí sí que tendrá que hablar España, porque Rajoy se encontrará entre los principales líderes europeos que asisten a ese congreso y que habrán de definir, un poco más que hasta ahora, sus posiciones.

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