Carles Puigdemont, atrincherado en Waterloo, lleva a Junts a la deriva
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Carles Puigdemont, atrincherado en Waterloo, lleva a Junts a la deriva

Nais Gambara / El Triangle

lunes 29 de septiembre de 2025, 05:35h

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Carles Puigdemont está más que preocupado. Cada día esconde menos la inquietud que le produce la sangría de votos que se le escapan hacia otras opciones políticas. Así lo apuntan los sondeos internos de que dispone Junts per Catalunya (JxCat), que han hecho encender todas las alarmas en el partido del expresidente.

No es solo el Centro de Estudios de Opinión (CEO) el que pronostica una caída del voto posconvergente, sino también las encuestas que a título privado hace el propio partido. Junts no solo no se consolida como líder de la oposición, sino que cae en el ranking político: la próxima patada puede ser de categoría: 10 escaños menos, lo que situaría al partido de Puigdemont rozando con ERC. Son los escaños que se van hacia Aliança Catalana, la fuerza emergente que puede cortar la cabeza a Puigdemont si el expresidente se despista.

Junts se encuentra, pues, en un grave dilema: por un lado, le interesa una convocatoria urgente de elecciones generales para recuperar posiciones y frenar el ascenso de Sílvia Orriols. Contando que Aliança Catalana no se presente, tendría en las generales el monopolio de la derecha catalanista asegurado y la pata no sería tan grande. «Pero si estas elecciones se producen un año antes de las autonómicas, incluso mejor, porque se puede aprovechar el rebufo de las generales para coger oxígeno para las autonómicas», arguye una fuente del partido posconvergente.

Por otro lado, a Puigdemont le interesa que sigan gobernando el PSOE y Pedro Sánchez. «Han incumplido todos los acuerdos, es verdad. Pero al menos se han tomado interés en algunos asuntos importantes, además de depender de nuestros votos en el Congreso», aduce la misma fuente. «En ningún caso a Puigdemont le interesa que el PP y Vox controlen el Gobierno central. Sabe que la situación sería mucho más complicada y, además, ya podría olvidarse de la amnistía y de algunas de las concesiones que el PSOE ha hecho en estos dos años. También se perdería la posibilidad de tener representantes en determinadas empresas y organismos del Estado, con la cuota de poder, presión e influencia que ello supone», afirma otra fuente de Junts.

¿Qué tiene que hacer Juntos? Un miembro de la dirección relata la situación: «Se produce una dicotomía: por un lado, ayudar a la gobernabilidad del Gobierno central, calculando las presiones para impedir que Sánchez tire la toalla. Por otro lado, se denunciará día sí y día también los incumplimientos de Sánchez». Esto quiere decir que Carles Puigdemont bramará públicamente contra el presidente español, pero no permitirá por ningún concepto su caída. Ya lo dice el refrán: «Más vale loco conocido que sabio por conocer».

Esta estrategia ya está decidida en cuanto al marco mental en el que se moverá Carles Puigdemont: agitación de las masas de un lado y apoyo puntual a Sánchez por otro.

Otra cosa es el rumbo ideológico de Junts como partido de gobierno. ¿Qué ofrece al elector? «Lo que diga Puigdemont», dice tajante un dirigente. Y Puigdemont le dice a Junts lo que él decide en los salones privados de la mansión de Waterloo junto a un grupo escaso de incondicionales, como Josep Lluís Alay, Josep Maria Matamala, Gonzalo Boye o Aleix Sarri. Se podrían añadir algunos nombres más, pero esta es la guardia pretoriana que lo preserva en una burbuja. «Igual que en España existe el ‘síndrome de la Moncloa’, en Cataluña existe el ‘síndrome de Waterloo‘, que es el mismo, pero que significa que las órdenes emanan de un líder aislado de la realidad social y solo influenciado por una pequeña élite», dibuja la situación un antiguo alto dirigente del partido.

Para un sector crítico que proviene de la antigua Convergència, esta situación perjudica a Junts, que ha perdido el contacto con la militancia y el país. «Puigdemont practica una retórica vacía que nos hace perder apoyos sociales», se quejan los posconvergentes veteranos.

En esta estrategia, hay dos elementos clave para entender lo que pasa en Junts. Los únicos leitmotiv que tiene en cuenta el líder para tomar una decisión son dos: la confrontación y el octubre. Por un lado, con la confrontación simula que Junts sigue manteniendo el pulso que le hizo destacar en el enfrentamiento con el Estado durante el proceso. Pero es solo un instrumento para mantener en tensión sus bases. «En realidad, la confrontación con España es artificial y, en muchos casos, inconsistente», critican.

Su estrategia es aplicar doctrinas de otras fuerzas independentistas en su hoja de ruta. Un ejemplo, según destaca un exdirigente convergente, es el posicionamiento del antiguo guru convergente que ha ido a menos, Salvador Cardús: «A ver: si durante decenios se ha desobedecido la política de inmersión y no ha pasado nada, ¿por qué no desobedecer ahora la política que imponen los tribunales?». Toda una sorpresa. En un momento en que Junts quiere aparecer como un partido serio, se radicaliza y predica la insumisión y la desobediencia a las sentencias de los tribunales.

Es un ejemplo de esta dicotomía que implica agitar la calle y negociar en los despachos. Pero eso debilita el mismo partido. «Habría que ver qué haría Junts si, gobernando en una Cataluña independiente, alguien desobedeciera las leyes de los tribunales catalanes. Lo más bonito que le dirían es antidemocrático o totalitario. Estas cosas restan credibilidad al partido. Lo peor es que, en este tacticismo, Cardús coincide con la cúpula de Junts, con Puigdemont y su círculo. Y con salidas de tono como esta, Junts aparece como una fuerza poco creíble. No aparenta ser el partido de centro y de consenso que pretende. Así no volverá a ocupar nunca el espacio que ocupó durante años CiU», expresa un dirigente posconvergente.

Desde posiciones más cercanas a la dirección, se argumenta que «Junts no quiere ser la nueva Convergència. No lo queremos, eso. La sociedad ha cambiado, ha evolucionado. No es lo mismo la estratificación ideológica de la ciudadanía de ahora que la de hace dos décadas. Tenemos que adaptarnos a los nuevos tiempos, que los ciudadanos tienen otras metas y otras ambiciones. Los partidos no podemos anclarnos en el pasado, sino que tenemos que interpretar los cambios sociales y saber mirar al futuro».

El ‘octubrismo’

El octubrismo es la otra gran basa, la apelación al 1-O como nueva meta. «Junts tiene que empezar a darse cuenta de que el referéndum ya pasó hace ocho años y no se puede volver atrás. Hay organizaciones y grupúsculos tanto de extrema derecha como de extrema izquierda que tienen como bandera el octubre, pero Junts no se puede enfermar. No puede ser que un partido que quiere ser la referencia de una amplia masa de población apueste por el octubre como una de sus principales bases ideológicas. Puigdemont siente los cantos de sirena que le llegan de un reducido grupúsculo y los abraza sin pararse a pensar en lo que representan. Pero, si sigue así, Junts corre el riesgo de pasar a ser casi testimonial», afirman los críticos.

A pesar de todo, Puigdemont parece tenerlo todo atado y bien atado. Un amplio sector del partido obedece sin rechistar las instrucciones que llegan de Waterloo, sin poner en duda nunca las peticiones o las órdenes del líder. Son conscientes de que Junts debe estimular a los suyos, y eso exige, a veces, entrar en contradicciones o llegar a una colisión interna.

Mientras deshoja la margarita para saber qué hará ante las peticiones de oxígeno del Gobierno central, Junts sobrevivirá con posicionamientos tácticos. Se trata de poder hacer que funcione en la misma ocasión lo que es posible con lo imposible. La lectura de la situación es muy sencilla: ¿ha conseguido más cosas Junts con su presión máxima y presumiendo de tener a Sánchez contra las cuerdas? ¿O ha conseguido más cosas ERC con los acuerdos serenos?

ERC tiene al alcance de la mano la cesión de los tributos y la nueva financiación, realidades mucho más cercanas al ciudadano, además de otras concesiones menores. Puigdemont arrancó con sus votos una ley de amnistía que a él de momento no se le aplica. Y consiguió que su grupo pueda hablar catalán en el Congreso. Pero no ha conseguido que el catalán sea oficial en Europa (esto no está en manos del Gobierno español, al igual que la aplicación de la amnistía) ni ha conseguido el traspaso de las competencias en materia de inmigración, una «estructura de Estado» en la que Junts pretendía basar su próxima campaña electoral.

De hecho, se aferra a la catalanofobia para justificar sus fracasos. El más sonado, el de la aplicación de la amnistía; le siguen el de la creación de un Consejo General del Poder Judicial catalán propio o el del traspaso integral de las competencias en inmigración. «El debate sobre este traspaso demuestra que la catalanofobia es un hecho transversal en la política española», afirmó el secretario general del partido, Jordi Turull, tras el consejo nacional que celebró Junts en Figueres el 19 de septiembre. «Ahora nos dicen que somos racistas, una acusación que ni siquiera las cloacas del Estado lograron hacer. No se trata de racismo, sino de anticatalanismo», dijo.

Puigdemont se niega a reconocer que su estrategia ha fracasado. Las hazañas y las risas sorprendentes despreciando a Sánchez y diciendo que había conseguido su ley de amnistía porque sus votos eran necesarios para formar Gobierno se le giran ahora en contra. El líder de Junts vendió la piel del hueso antes de cazarlo. Y ahora será él el cazado, porque un peligroso hueso que baja de los Pirineos amenaza con clavarle una dolorosa mordedura electoral. Se llama Aliança Catalana.

*Puedes leer el artículo entero en el número 1635 de la edición en papel de EL TRIANGLE.

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