En dos años, los que transcurren entre 1992 y 1994, el sistema político italiano que se estructuró tras la II Guerra Mundial saltó por los aires. El bipartidismo imperfecto que se repartió el poder durante cincuenta años dejó paso a una investigación sobre cinco mil personas y a unas condenadas que afectaron a mil doscientas de ellas. La Democracia Cristiana de Aldo Moro (asesinado), Giulio Andreotti y Francesco Cossiga se deshizo; y el Partido Socialista de Sandro Pertini, Pietro Nenni y Bettino Craxi desapareció con este último huído a Túnez antes de ser detenido por corrupción. Hasta el Eurocomunismo que puso en marcha Enrico Berlinguer junto al francés George Marcháis y el español Santiago Carrillo tuvo que transformarse y cambiar de nombre.
Las investigaciones del fiscal y luego juez Antonio di Pietro rompieron el sistema político que había santificado la corrupción entre una gran parte de sus dirigentes, junto a las estrechas relaciones con las grandes empresas. Todo cambió, los rostros de los líderes se difuminaron o se enterraron y la poderosa y singular Italia sufrió un terremoto público de diez grados en la escala Richter al liberar la energía sucia que había en su interior, con la deuda pública en máximos históricos, con los medios de comunicación vertiendo cada día nuevos casos, declaraciones e investigaciones sobre las formaciones políticas y las empresas que habían sobornado a los representantes de los ciudadanos. Es verdad que pocos años más tarde las verdades descritas por Lampedusa en “El gatopardo” se cumplieron y todo cambió para que casi nada cambiara. Nació Forza Italia y el empresario Silvio Berlusconi logró el poder, un poder que hoy mantiene una de sus alumnas más aventajadas, Giorgia Meloni.
La literatura describe situaciones reales con renglones torcidos. Vuelvo a reencontrarme con los protagonistas de la Tangentópolis italiana y en el nombre que pusieron a la derecha conservadora que llevaba sujeta al poder durante cincuenta años, “la ballena blanca”, ese mismo cachalote que empleó Herman Melville para describir la obsesión del capitán Ahab por matar al monstruo marino que le había condenado a llevar una pata hecha con la mandíbula de otro cachalote. En la Moby Dick de 1851 está el arponero Queequeg como el encargado de lanzar el arpón sobre la ballena blanca, y es en esa lucha por destruir al enemigo en la que perecen todos, desde Ahab hasta el Pequod,su barco que se hundiría junto al moribundo y gigantesco cachalote para desaparecer como si nunca hubiera existido.
La imagen del capitán deseoso de venganza aparece en el mar violento de la política española transformada y presente en el rostro de Alberto Núñez Feijóo, tan deseoso de acabar con Pedro Sánchez que eleva al arponero Miguel Tellado como el mejor y más diestro de su trioulación para esa tarea. Se cambian los papeles y las imágenes de los protagonistas de se rtriángulo que forman en la historia europea la Tangentópolis de Antonio di Pietro, la ballena blanca de Francesco Cossiga y el salvaje y lleno de cicatrices cachalote descrito por Melville. Hoy, Ahab adquiere dos caras, pasa de cazador a cazado, de claro vencedor en unas futuras y demandadas elecciones generales a posible víctima de ese mismo impulso destructor, al aparecer Queequeg con el rostro de Cristobal Montoro cuando debía tener el de Santos Cerdán. Tripulaciones de los grandes balleneros políticos españoles que se parecen y mucho al Pequod que navega en busca de su propia destrrucción.