Y ahora, ¿qué?...
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Y ahora, ¿qué?...

Por Jorge Dezcallar, embajador de España / Atalayar

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Resulta que los que apoyamos a Ucrania frente a Rusia somos los mismos que apoyamos a Israel frente a Hamás, con la diferencia de que a Rusia le pedimos que se retire de los territorios ucranianos ilegalmente ocupados, mientras que no le pedimos a Israel que se retire también de los Territorios Palestinos que ocupa ilegalmente desde 1967. O no se lo pedimos con la misma fuerza.
Esa incongruencia no ha pasado desapercibida para gran parte de la población mundial que habla de doble rasero y de hipocresía de Occidente. Ahí tenemos un problema serio porque como bien ha dicho António Guterres, secretario general de la ONU, el inaceptable y terrible ataque terrorista de Hamas el 7 de octubre que tantas víctimas inocentes ha causado no se produce en el vacío sino en un contexto marcado por muchas décadas de “ocupación asfixiante”. Guterres ha señalado al elefante en la habitación que muchos en Israel y en Occidente no quieren ver porque tiene muy difícil solución.

Desde que Hamás lanzó sus ataques terroristas el pasado día 7 el número de muertos civiles -casi la mitad niños- aumenta cada hora que pasa en la martirizada Franja de Gaza, una ratonera de la que ni hay escape ni tampoco hay adónde ir. Algunos quieren creer que a partir de ahora las cosas podrían mejorar y recuerdan que la diplomacia de Kissinger tras la guerra de 1973 dio lugar al establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y Egipto, que culminó con la histórica visita del presidente Sadat a Jerusalén.

El precio que entonces pagó Israel fue la devolución del desierto del Sinaí pero ahora -y esa es la gran diferencia- Israel cree que no tiene nada para negociar aunque en realidad tiene -si quisiera- toda la Cisjordania ocupada. El problema es que el Sinaí estaba prácticamente deshabitado y en Cisjordania hay 700.000 colonos israelíes en 279 asentamientos que ningún gobierno en Israel tiene la intención de desmantelar al ser incapaz de soportar el altísimo coste que tendría obligarles a hacerlo y acogerles en su propio territorio.

En realidad el actual gobierno no solo no quiere hacerlo sino que apoya el continuo crecimiento del número de asentamientos y de colonos, supongo que con la secreta esperanza de anexionar algún día Cisjordania como ya ha hecho con Los Altos del Golán o con Jerusalén Este.

Ese es el problema. Israel se ha acostumbrado a su superioridad militar y al apoyo acrítico de los Estados Unidos para apoderarse de tierras ajenas y agravar así el problema que ocasionó su creación en 1948 y su expansión tras las guerras de 1949, 1967 y 1973. Y no las quiere devolver. Ahora, tras el injustificable ataque terrorista de Hamás, los palestinos se arriesgan a perder aún más territorios, los de Gaza, si se llevarán a cabo los deseos de los ministros más radicales del gobierno de Netanyahu que querrían quedarse con la Franja y enviar a los gazatíes a vivir en el desierto del Sinaí. Esta es una idea que circula entre sectores extremistas en Israel, los mismos que -por increíble que parezca- han llegado a sugerir aplanarla con una bomba nuclear (Netanyahu cesó al que lo propuso).

La realidad es que ahora Israel tiene en las manos una o varias patatas muy calientes, empezando por su gran prioridad inmediata que es cómo rescatar a los doscientos rehenes inocentes en manos de Hamás, otro crimen contra la humanidad, junto a cómo evitar que se amplíe aún más el actual desastre humanitario que su invasión ha creado en Gaza y que es lo que Hamás deseaba que ocurriera. Y luego tiene que decidir qué hacer con Gaza: ocuparla nuevamente, como ya hicieron entre 1967 y 2005, les obligaría a administrar un territorio poblado por gentes que les odiarán después de lo que está pasando. Biden lo desaconseja.

Lo ideal sería entregar la Franja a la Autoridad Palestina (AP) pero para ello hay al menos tres problemas: el odio entre Hamás y Al Fatah, la dificultad de que la AP llegue a Gaza custodiada por las tropas israelíes, y que el propio Netanyahu la ha rechazado porque pretende mantener allí el control militar y de seguridad para evitar más ataques terroristas en el futuro.

Otra posibilidad sería colocar el territorio bajo administración de a ONU, lo que exigiría una resolución del Consejo de Seguridad y el envío de una fuerza militar de mantenimiento de la paz, y no es seguro que todos los miembros permanentes del Consejo fueran a estar de acuerdo y no veten la idea porque a algunos les puede convenir mantener a los americanos empantanados en Oriente Medio y prestando menos atención a otros problemas.

Tampoco Israel se fía de la ONU. Quedan así las propuestas tradicionales: la de la Confederación Jordano-Palestina (en la línea de la Conferencia de Paz de Madrid de 1991), o la idea de dos Estados -Israel y Palestina- con fronteras reconocidas y viviendo uno al lado del otro con garantías internacionales. Ninguna es fácil, la primera porque Jordania no la quiere pues los beduinos pasarían a ser dominados por los palestinos (a los que tampoco seduce la idea), y el Estado palestino porque obliga a desmantelar los asentamientos a cuyos habitantes Israel ni quiere ni probablemente puede acoger en su territorio.

Otras fórmulas nunca explicitadas pero que circulan por ahí como llevar a los palestinos al desierto del Sinaí ni la quieren ellos, ni la quiere Egipto, ni la quiere la comunidad internacional.

De esta manera, Israel se enfrenta a muchos problemas a la vez y hay que desearle mucha sabiduría para que los pueda resolver bien: no solo exterminar a Hamás, tarea de por sí harto difícil sin provocar un desastre humanitario en Gaza que le presente ante el mundo como un vengador sin entrañas que es exactamente lo que Hamás desea, sino también rescatar a los rehenes, evitar una extensión del actual conflicto, y decidir qué hacer con el territorio de Gaza.

Y a más largo plazo, qué hacer también con los cinco millones de palestinos -3 en Cisjordania y 2 en Gaza- que colonizan y no hablo de los dos millones que tienen ciudadanía israelí ni de los 7 millones que descienden de los expulsados cuando la Nakba -catástrofe-de 1948. Esa es la gran pregunta. Demasiados problemas al mismo tiempo. Si la respuesta fuera sencilla a lo mejor ya se había resuelto. Pero no lo es.

Por eso, el riesgo es que esta crisis se cierre en falso como las anteriores y los israelíes recuperen su sentimiento de seguridad y la convicción de que pueden seguir viviendo como hasta ahora, “segando la hierba” de vez en cuando e ignorando el resto del tiempo a los palestinos. Sería un grave error porque después de lo ocurrido y como ya decía Tayllerand con las bayonetas se puede hacer todo... menos sentarse encima. Se dice que si tienes 10 terroristas y matas 2 te quedan... 20.

Porque la barbaridad que ha hecho Hamás y el precio que ya están pagando los palestinos -que no son lo mismo- inflamará la imaginación de muchos jóvenes en Cisjordania y en la misma Gaza que no tendrán nada que perder porque nada tienen. Y es que la seguridad de Israel exige justicia para los palestinos y ahora más que nunca porque desde la invasión rusa de Ucrania invadir y ocupar tierra ajena está peor visto...

Sería un error no enfrentar de una vez estos problemas y volver a dar una patada hacia adelante a la lata. Por difícil y doloroso que resulte. Y todos deberíamos tratar de ayudar en la tarea.

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