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Machismo y terrorismo: siglos y siglas

Machismo y terrorismo: siglos y siglas

Por Miguel Lorente Acosta

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¿Por qué se teme más al terrorismo de ETA que al machismo?, ¿por qué se busca acabar antes con el terror de una banda criminal que con las referencias de una cultura violenta?, ¿por qué cuando se habla de terrorismo nada vale y cuando se habla de machismo cualquier cosa puede ser aceptable? ¿Por qué razón cuando un portavoz del entorno de la banda hace referencias a ese mundo sus palabras son para ensalzarlo, y cuándo alguien con pluma, voz o mando hace directamente alusiones al machismo los oídos se entornan y las miradas se desvían? ¿Por qué?

Desde el 28 de junio de 1960 ETA ha asesinado a 857 personas, muertes que suponen una media de 16’8 homicidios al año. Sin embargo, tan sólo desde 2003, año en que se unifican las estadísticas por violencia de género, el machismo ha asesinado en España a 545 mujeres en el ámbito de la relación de pareja, es decir, 68’1 de media anual. En los cinco últimos años el terrorismo ha matado a 12 personas, mientras que la violencia de género ha acabado con la vida de 345 mujeres, y sólo hay dos años, 1979 y 1980 con 86 y 93 víctimas, en que ETA ha matado a más que la violencia de género.

¿Por qué, entonces, se teme más al terrorismo que al machismo? Sabemos algunas de las razones, aunque no entendemos muchas de las reacciones. La violencia terrorista se vive como ajena al sistema y dirigida contra él. Esta percepción permite que cualquier persona sienta que puede ser víctima al verse alcanzada por un coche bomba u otra acción criminal, como parte de la estrategia de atentados indiscriminados que la banda necesita para generar terror. Este diseño hace que se acompañe también de un entramado visible y de reivindicaciones que puedan ser apoyadas desde otros frentes.

La violencia machista, por el contrario, nace de los propios valores que la cultura ha establecido para la convivencia social, es lo que se denomina una “violencia estructural”, y desde ese punto de vista se percibe que no todo el mundo puede ser víctima de sus acciones, de hecho sólo las mujeres pueden serlo, y según esa misma idea, no todas las mujeres, sino aquellas que sean unas malas mujeres por no ser buenas esposas, madres o amas de casa; o si se mira al agresor, aquellas otras que se cruzan con un hombre alcohólico, drogadicto o con problemas psicológicos.

También hay diferencias en la escenificación, nadie reivindica objetivos a conseguir, ya los tienen, lo que no quieren es perderlos, y tampoco salen a la calle, se quedan en sus casas ejerciendo la violencia. Bien, ya conocemos algunas de las razones para que se muestre una actitud completamente diferente, y ciertamente paradójica al mostrar mayor preocupación ante una situación menos grave en el resultado y en el significado, pues es mucho peor impedir la igualdad para toda la sociedad y ejercer la violencia desde esa posición de injusticia del machismo, que enfrentarse a la reivindicación de un grupo criminal y aislado, por más apoyo que tenga en un determinado territorio.

Lo que sorprende, tal y como apuntaba al principio, es cómo ante esta situación y su dramático resultado existe una reacción tan débil por parte de la misma sociedad que se muestra tan dura con el terrorismo, y cómo, incluso, se llegan a criticar y a cuestionar los instrumentos y las acciones dirigidas a erradicar el machismo, la desigualdad y su violencia. Sólo la gravedad del resultado debería llevar a decir desde cualquier ámbito de la sociedad y a cualquier ciudadano y ciudadana, “¿qué tengo que hacer para contribuir a erradicar la violencia de género?”, pero la situación es muy diferente.

Está claro que no se quiere el resultado de la violencia de género, pero aún se quiere menos aceptar que su causa está en la desigualdad. No tiene sentido que en las circunstancias descritas se adopte una posición tan pasiva ante las medidas destinadas a combatirla y se sea tan beligerante en la crítica con argumentos como las denuncias falsas, que los hombres también sufren violencia o que hay que incluir en la Ley a los menores como víctimas directas. En realidad, lo que se pretende es desvirtuar el significado de la Ley Integral y apartar la mirada de su origen en la desigualdad.

Se imaginan, ahora que hemos conmemorado el Día Internacional contra el Cáncer, que al hablar de él alguien argumentara que no se hable tanto de cáncer y que se hable más de enfermedades infecciosas o metabólicas, o que si se lleva a cabo un programa sobre el cáncer de mama alguien dijera que habría que incluir en él al cáncer de próstata, o que se cuestionara toda la política sanitaria sobre el cáncer porque haya habido casos de personas que han simulado padecer esta enfermedad… sería absurdo, ¿verdad? ¿Por qué no lo es cuando se utiliza este tipo de argumentos contra la igualdad y la violencia de género?

Detrás del machismo no hay siglas, pero hay siglos de poder al que no quieren renunciar, y lo mismo que en momentos anteriores se han intentado cambiar la siglas para seguir con la estrategia, otros han intentando cambiar las palabras a lo largo de los siglos para mantener el silencio, pero todos con la violencia como argumento. Los terroristas adoptan conductas machistas en el recurso a la violencia como forma de poder, y el machismo es terrorista al instaurar el miedo y el terror como celda para las mujeres, y del mismo modo que se pide que no haya amparo para uno, no debe haberlo para el otro. Ahora es tiempo de paz e igualdad, y para ello toda la sociedad es necesaria, toda salvo los violentos.

 

(*) Miguel Lorente Acosta es delegado del Gobierno contra la Violencia de Género.

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