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Mañana, otra vez. Impertinencia en 2020 palabras

Mañana, otra vez. Impertinencia en 2020 palabras

Por Manuel Pascua Mejía

martes 21 de octubre de 2014, 21:41h

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Cuando yo era niño solíamos calcular cuántos años tendríamos en el 2000 y nos parecía no solo que seríamos viejísimos sino también que nunca llegaríamos a tan fantástica fecha. Sin embargo, el 2000 llegó y ya hace más de una década que es historia junto con aquella solemne y primera majadería global del efecto 2K. Hoy día la fecha totémica es el 2020, léase veinte-veinte. Nosotros, los adultos, hablamos de ella esperando que los sueños infantiles que no se realizaron al fin del pasado milenio advengan como el reino de los cielos. Y ahora son ellos, los niños que nos han de suceder, quienes cuentan los años que tendrán y también les parece que serán viejísimos. La moraleja, aunque lo pareciera, no ha de ser que cada generación tiene su año frontera.

La moraleja, por más que sea verdad, no es que los humanos nos pongamos metas ambiguas y borrosas, marcadas en el calendario con las perspectivas más altas. La moraleja es únicamente que hay que seguir avanzando por más que las expectativas nos superen con creces. En realidad, de lo que se trata es de trabajar para que el saber y los conocimientos se vayan develando y se hagan asequibles a todos. La moraleja es que las cosas no llegan por generación espontánea sino que debemos pensarlas, diseñarlas y trabajarlas para convertir en realidad aquello de “si puede imaginarse, puede hacerse”.

Dentro de nada será 2020. Los nacidos en el 2002 votarán por primera vez y muchos seguiremos pensando que la vida no volverá a ser tan divertida como en los 80 del siglo pasado. Y también en esto nos equivocaremos porque incluso los referentes evolucionan: mi padre sigue creyendo que nada hubo tan divertido en la vida como los años 60 y mis abuelos aún hablan con emoción de la década de los 30. He preguntado a mi hija Jimena de 11 años qué espera ella del 2020, que cómo cree que será el mundo cuando sea ella una mujer adulta.

Además de estar segura de que los vehículos volarán –seguro que os suena familiar-, y de que las casas estarán absolutamente domotizadas, cree que los colegios e institutos serán distintos a como los conocemos. Jimena utiliza una sinécdoque adecuada a su edad para indicar que en realidad el sistema educativo debe ser otro. Los colegios son la parte que representa al todo. Y son una representación poderosamente pertinaz, no en vano la clase magistral con el profesor frente a los alumnos, aleccionándolos con o sin pizarra, se remonta a hace casi 3.000 años. En esto, me temo, hemos avanzado poco. Mi hija está segura de que no habrá pupitres y de que los más de los días será posible quedarse en casa y seguir las clases desde la tele o desde su ordenador personal. Me dice que en las aulas hablará con niños de todos los países del mundo y que no existirán los libros porque todo será audiovisual y en 3D.

Me dice que para estudiar Cono [cimiento del medio] los niños realizarán viajes virtuales por el interior de los hormigueros, de las plantas, de los océanos y hasta de las nubes. Que viajará sentada en un bolo alimenticio para entender cómo funciona la digestión y que pilotará un glóbulo rojo para conocer los entresijos del riego sanguíneo. Que para estudiar Historia los niños se transportarán a través de un videojuego a la iglesia de Santa Gadea para ver al Cid exigiendo de Alfonso VI el juramento de su inocencia y que la trigonometría se las explicará el mismísimo Pitágoras.

Que será Lutero quien les explique su Reforma y que el propio Julio II les contará qué vio en Miguel Ángel para encargarle la Sixtina. “Y no habrá cursos”, añade. Los bloques de cuarto de la ESO, de segundo de bachillerato o de preescolar no tendrán sentido porque el plan de estudios será personalizado. ¿Matricial?, le pregunto yo, pero no me entiende. Está convencida de que escribirán más con el teclado que con los bolígrafos, que para entonces serán como las plumas de ganso para nosotros y que, en cualquier caso, el teclado será el último vestigio de la escritura a mano porque los niños simplemente se dirigirán en voz alta a las pantallas y el ordenador convertirá lo oral en escrito. “Y sin faltas de ortografía, papá”. Pintarán sobre tabletas y pantallas TFT, aprenderán a tocar el piano con Chopin de profesor virtual y Cristóbal Colón les explicará lo complejo de su hazaña.

Asistirán al juicio de Nuremberg, entrarán espaguetizados en un agujero negro y comprenderán el Big Bang mejor que cualquiera de nosotros simplemente porque irán hasta allí para verlo. No habrá que invertir en libros costosos y perecederos, no habrá que construir colegios en barracones alejados de las viviendas. No habrá rutas escolares ni te robarán el bocata en el recreo. Según mi hija, “el gobierno nos dará un ordenador a cada niño y trabajaremos desde casa y de vez en cuando quedaremos todos con el profe en la biblio [teca] o en algún sitio parecido y conectaremos con otros niños y profes de otros países para contarnos nuestras cosas”. Ella aún no tiene clases de química y física pero, siguiendo su razonamiento, será fácil explicar el continuo espacio-tiempo y la subsiguiente teoría de la Relatividad General; los futuros científicos podrán a edades muy tempranas volverse nano-niños y entrar en la realidad cuántica a través de simuladores y entender con facilidad la Teoría de Cuerdas y Supercuerdas que a mí tanto me ha costado asimilar.

Cada uno tendrá a su alcance el mejor laboratorio de química, con matraces, balones, buretas, pipetas, mecheros bunsen, viscosímetros y hasta autoclaves de ciber realidad. Podrán inventar y diseñar cuanto deseen convirtiendo sus ideas en realidad a través de modelos informáticos. Dispondrán de Aceleradores Virtuales de Partículas para experimentar a su antojo y cualquiera podrá darles clases: Hillary Clinton dialogará con ellos sobre política internacional, Andre Geim y Konstantin Novoselov les contarán las maravillas del grafeno, Gandhi detallará la importancia del compromiso, Elkin Patarroyo les hablará de la malaria y Merkel de por qué el Déficit Zero es un Derecho Esencial a incluir en el Título I de la Constitución. Jimena imagina ascensores que llegarán hasta la Luna y un mundo completamente eléctrico alimentado por una fuente de energía muy barata, nada contaminante y prácticamente inagotable (¿El hidrógeno?) que acabará con el hambre en el mundo (no especifica cómo, pero con solo once años sí lo intuye) y nos permitirá viajar en el tiempo, “pero solo hacia adelante, ¿eh?”

Será así el mundo en el veinte-veinte? En realidad, la pregunta que me tengo que hacer es ¿Por qué no ha de ser así el mundo en el veinte veinte si prácticamente todo cuanto mi hija imagina ya existe o es posible? Tal vez sea que somos nosotros, los viejos, los que tenemos la sartén por el mango y el mango también, los que más estamos haciendo para no avanzar en esa dirección, asustados acaso de un mundo que nos supera y nos adelanta dejándonos en la cuneta del desconcierto. Nosotros, llenos de “no es posible”, de “bendita imaginación”, de “ojalá se pudiera”, de “es una buena idea, pero”, de “anda, anda, estudia para que algún día el mundo sea así”; nosotros, vestidos de falso pragmatismo, tocados con el pesimismo del desengaño y enmarcados por prejuicios culturales cuya existencia negamos, no creemos que pueda ser. Sí en otro futuro, sí cuando ya no estemos, sí porque la historia así lo indica. Pero no ahora porque para nosotros el 2020 es prácticamente dentro de un ratito.

Sin embargo, para ellos, que ya son el mañana, el 2020 es ese “otro futuro [que ya es] posible”. La natural resistencia al cambio de las sociedades nos lleva a creer en el más vale malo conocido, pero los cambios se producen las más de las veces al margen de nuestra férrea voluntad y casi siempre en contra de nuestros denodados esfuerzos. Lo cierto, la verdad verdadera, es que no podemos parar el mundo y lo mejor que podemos hacer es tender un puente de plata a nuestros sucesores facilitando las condiciones ambientales para que el cambio eclosione cuanto antes. Los españoles somos malos en ciencias y nulos en matemáticas. Creer que la culpa es de PISA o del gobierno de turno es una simpleza que no nos dignifica en absoluto.

Permanecer en el sostenella e no enmendalla y asentarnos en el inmovilismo porque la culpa es, siempre, del otro solo alargará el sufrimiento y nos privará como sociedad de las ventajas que, ineluctablemente y más tarde o más temprano, los avances sociológicos, tecnológicos y científicos acarrearán. Necesitamos más que nunca darnos cuenta de que no ha sido en España donde se ha inventado Internet, donde se ha desarrollado el mapa genómico, donde se ha descubierto la vacuna para el sida o donde chavales de veinte años construyen Google, Microsoft o Facebook.

Y es imperioso que notemos que esos cambios, allá donde se han producido, ha sido porque los viejos del lugar han sabido establecer los medios y ponerlos a disposición de quienes, ya en un paradigma distinto, están teniendo las ideas. Y aquellos de entre nuestros jóvenes que tengan las ideas, si no ven ese puente de plata que facilite la realización de sus ideas, acabarán yéndose a donde sí les provean de los medios. Y después, cuando ya lo mejor de sus cerebros haya producido sus frutos en otras latitudes, los re-importaremos con gran coste y escaso beneficio como ya hemos hecho con Barbacid por poner un ejemplo a vuelapluma.

Si este Proyecto veinte-veinte ha de tener algún sentido, desde mi punto de vista, es porque permitirá abrir ventanas, sacudir alfombras y limpiar los espejos para que nos veamos tal como somos y no creamos ya más que somos Dorian Grey, aparentemente bellos por fuera pero ajados por dentro. Mostremos con crudeza lo que está mal hoy y planteemos con espíritu pionero que el cambio es necesario aun cuando no sepamos cómo vehicularlo. Ya vendrán los caminos, primero definamos cómo es el punto de partida y fijemos los objetivos a conseguir. El proceso y la estrategia vendrán de la mano y por añadidura. Los cambios precisan decisiones concretas y cualquier decisión implica un cambio en el statu quo.

Este foro nace con ese espíritu –creo- y como lectores hemos de tomar una posición activa-agresiva: tenemos que exigir a cuantos en él colaboren que no ha de bastar con un apellido conocido y un par de folios de apariencia enjundiosa pero de poco calado y menos trabajo. Hay que mojarse. Los que hablen de Constitución, que se mojen. Los que hablen de tecnología, que se mojen. Los que lo hagan de la necesidad de I+D+i, que se mojen. Los que hablen de democracia, que se mojen. Los que hablen de servicio a la sociedad, que se mojen. Los que hablen de integridad, que se mojen. Definamos lo que está mal y lo que podría estar mejor; no dejemos que la complacencia en lo que ya está bien nos deslumbre y marquemos hojas de ruta para solventar las necesidades que hay.

Ya al final de estas líneas la moraleja sigue siendo la misma: el futuro no llegará a ser el presente de nuestros niños de hoy por generación espontánea sino porque lo hemos pensado, lo hemos diseñado y lo hemos trabajado. Porque hemos sabido construir los puentes, más de plata que de barro, que permitan a los mejores de entre los más jóvenes llegar al otro lado y mostrarnos el paso para vadear los rápidos procelosos de la coyuntura. Abramos las mentes, permitámonos un brain storming coral en este foro tan esperanzador y no cejemos en nuestras exigencias. Seamos impertinentes. Ahora solo nos resta ser generosos y tolerar que se haga realidad para nuestros hijos lo que fue imaginado por Julio Verne y Leonardo, diseñado por Einstein y Alva Edison y trabajado por todos nosotros. Les toca a ellos disfrutarlo y a nosotros prepararnos para permanecer en el silencio anónimo de la intrahistoria.

 

(*) Manuel Pascual Mejía es Director de estrategia e intellingence marketing en Great Green eco-communication

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