A las ocho y media de la tarde del 23 de febrero de 1981 dos hombres hablan por teléfono. Uno, el Rey, está en el palacio de La Zarzuela; otro, el presidente de la Generalitat, está en Barcelona. Una frase queda grabada para la Historia de este país: “tranquilo Jordi, tranquilo”. Juan Carlos I intenta que el político que apenas lleva un año al frente del Gobierno catalán deje a un lado el miedo ante el intento de golpe de estado que está protagonizado el teniente coronel Tejero con su asalto al Congreso de los Diputados. Tardaría cinco horas más en tranqulizarse España.
El 24 de noviembre de 2025, los siete hijos de Jordi Pujol se senarán en el banquillo de los acusados en la localidad madrileña de San Fernando de Henares como acusados de varios delitos financieros, que se con entran en el dinero negro que la familia tenía en Andorra desde los tiempos de su abuelo. El hoy patriarca de la familia, con 95 años cumplidos, podrá asistir vía telemática al proceso. Más de ochenta y cinco años de cárcel se piden para todos, con una marcada diferencia para el mayor de los hermanos. Durante medio año se sucederán las preguntas y las respuestas. Las que den Josep, Marta, Jordi, Pere, Oriol, Mireía y Oleguer; y las que se produzcan por parte de los 254 testigos que pasarán por la sala.
Han pasado 44 años y los dos protagonistas de aquella necesaria y urgente conversación han pasado de la gloria al infierno, de ser admirados a ser condenados socialmente. Juan Carlos de Borbón tuvo que abdicar en junio de 2014 para salvar a la Monarquía, acosado por los comportamientos financieros y privados del titular de la Corona, el hombre que hizo lo que quiso durante 39 años. Jordi Pujol i Soleil dejó la presidencia de la Generalitat tras 23 años de ser la gran referencia de la derecha catalanista, la persona con la que desde Adolfo Suárez a José María Aznar habñia que hablar para poder gobernar en España.
Son la imagen del pasado democrático de nuestro país, y de la incertidumbre del futuro de este mismo país. Los dos con serios problemas de salud. Son la España de la esperanza que fue y del desconcierto e incertidumbre del hoy. Aquel “tranquilo Jordi, tranquilo” es imposible de aplicar hoy a ninguno de los dirigentes políticos, todos ellos enfrascados en una guerra partidista y personal sin precedentes. Al “sucesor” en la distancia de Pujol le arrebató el poder otro socialista, Salvador Illa, de la misma forma que lo hizo en 2003 Pascual Maragall. En el Palau de Barcelona no se ha ganado en tranqulidad, presa la política de un fugado que quiere volver y hasta ser candidato electoral sin haber pisado la cárcel, mientras que en La Zarzuela monárquica el Nuevo Rey, Felipe VI, ha conseguido que la Corona se coloque por encima de la lucha electoral y regrese a la buena imagen que tuvo al comienzo de los años ochenta del siglo pasado.
Los Pujol fueron todo en Cataluña y España. Su caída es la imagen del derrumbe de una forma de hacer política a la que la corrupción se le pega como si fuera parte de la misma. En la celebación de los 50 años de regreso de la MOnarquía a España tras la muerte de Franco no estará su representante. Juan Carlos vuelve casi de tapadillo y estará en la que fue su casa en una celebración familiar, lejos de la celebración oficial. Jordi Pujol estará sentado en el banquillo, de forma física o telemática. Su condena y la de sus hijos se conocerá en mayo del 2026. En ese tiempo, el otro protagonista de aquella conversación, puede que siga con sus deseos de volver desde las arenas del desierto.