Es imposible no ver la relación que existe entre la situación de Ucrania y la de Gaza. Vladimir Putin y Benjamin Netanyahu se hablan en la distancia. A mayor destrucción y más muertes en Palestina, más destrucción y más muertes en Kiev y otras ciudades del Donest. Al presidente ruso le condenó la Corte Penal Internacional, al Primer Ministro de Israel le condenan en la ONU, pero ninguno de los dos se da por enterado. Tienen fijados sus objetivos y no los van a abandonar. Rusia quiere mantener el territorio conquistado e incorporado a su Federación, que le permite la conexión terrestre con Crimea y la salida cómoda al Mar Negro mientras Israel quiere que su Estado crezca con la incorporación de la franja de Gaza, una gran parte de Cisjordania con nuevas colonias e incluso mirar al sur del Líbano. Expansionismo vital y agresivo en los que Putin y Netanyahu justifican las dos guerras.
Si en Jerusalén cuentan con el apoyo de Estados Unidos y la ambigüedad de Europa, en Moscú saben que para China es muy importante que Rusia no pierde en Ucrania. Los que pierden son los ciudadanos de Gaza y de Kiev. Mucho ruído sin efectos positivos para detener los conflictos. Ni con la Flotilla de la Libertad, ni con los movimientos defensivos desde los Páises Bálticos y Polonia. A lo más que pueden aspirar los palestinos es a formar un futuro gobierno en un trozo de la actual Cisjordania tras un periodo de “protectorado” de la ONU que podría tener en el británico Tony Blair su “gobernador”. En el lado europeo, las elecciones en Moldavia pueden reforzar a Moscú o acercar a ese país a la Unión Europea. La sombra alargada de los ocurrido en Rumania, con la repetición electoral tras las acusaciones interferencia por parte de Rusia, va a oscurecer, sean cuales sean los resultados, el equilibrio en la región.
Las declaraciones de Donald Trump en la ONU, pidiendo de nuevo que se negocie la paz y que Israel renuncie a cualquier tipo de control sobre Cisjordania, no es más que un conjunto de palabras que no van a cambiar el rumbo del gobierno de Netanyahu; al igual que la “guerra de guerrillas” en el ciberespacio que mantienen Rusia y la OTAN, con los drones por medio, no va a lograr que Putin acepte que Ucrania regrese a las fronteras del 2022 y mucho menos a su abandono de Crimea. Las verdades son conocidas por todos los gobernantes, al igual que las mentiras que emplean de cara a sus ciudadanos.
En los próximos meses, con una Unión Europea y sobre todo España embarcada de sucesivas elecciones electorales, tanto Gaza como Ucrania van a servir de munición electoral, que se sumará a los ya aceptados discursos de control de la emigración y de los recortes sociales que exigen las multimillonarias inversiones en Defensa, incluso aunque se apropien los casi doscientos mil millones de euros que están congelados como castigo a los oligarcas rusos tras el inicio de las operaciones militares en el Este de Ucrania por parte de las unidades de mercenarios del Grupo Wagner y el Batallón Azov.
La ONU que se creó tras la II Guerra Mundial en nada se parece a la actual y tiene razón Donald Trump cuando la califica de organismo inútil e incapaz de cumplir con la principal misión para la que nació: mantener la paz en el mundo. Aquel sueño imposible no se ha cumplido nunca. Ni en Europa, ni en América del Sur, ni en Africa, ni en Asia. Basta con mirar el calendario de guerras de todo tipo de los últimos ochenta años para comprobarlo. El mejor resumen de las dos barbaries, lo hice hace hace dos años y medio: Putín no puede perder, ni debe ganar. A Netanyahu le ocurre lo mismo.