La Princesa de Asturias ya ha comenzado la tercera fase de su formación como futura Reina de España. Un paso más desde que jurara la Constitución ante las Cortes Generales, del mismo que lo habían hecho su padre y su abuelo. Un acto necesario para mantener la Monarquía Constitucional dentro de un Estado que padece los males de un desarrollo que intentó unir cuarenta años de franquismo con las experiencias y normas de la II República. Tres momentos políticos que serán la herencia que reciba Leonor de Borbón Ortiz.
El problema territorial que arrancó con Felipe V hace trescientos años se ha perpetuado y se mantiene tan vigente y dañino como se comprueba en la insistencia del presidente del gobierno en satisfacer las imposiciones de un fugado de la Justicia como Carles Puigdemont.
Si Pedro Sánchez conseguía el apoyo total del Comité Federal del PSOE para “ en nombre de España” aprobar una amnistía para todos los condenados por los hechos ocurridos el uno de octubre de 2017 en Cataluña; en esos mismos días, en Málaga, Alberto Núñez Feijóo reunía a varios miles de personas en nombre de España, en contra de esa misma amnistía. Lo mismo que hacía en Madrid Santiago Abascal, también en nombre de España. En apenas tres meses nuestro país había convertido en “ La Malquerida “ que escribió Jacinto Benavente nueve años antes de que le dieran el Premio Nobel.
Tenemos 17 Españas, cada una empeñada en diferenciarse de las otras, con 17 historias diferentes sobre un pasado que deja de ser común para adecuarse a las versiones que más interesan a los distintos grupos políticos. En aquel gobierno de Adolfo Suárez con Manuel Clavero como ministro para las Regiones cuando se estaba redactando y votando la Constitución, no se dieron cuenta del enorme boquete que estaban creando por querer unir dos realidades incompatibles. Por no romper de forma radical con el franquismo que existía, sobre todo dentro de las Fuerzas Armadas, y al mismo tiempo recuperar el esquema territorial que deseaba implantar la II República, se metieron de lleno en el llamado “Estado de las Autonomías”, una especie de federalismo de hecho que no de derecho del que, cuarenta y cinco años más tarde, han surgido todos los problemas estructurales de hoy.
Aquello fue un error, bienintencionado pero un error. No se ha querido corregir y se han ahondado las diferencias entre las 17 Autonomías hasta limites grotescos. Los dos caminos que estableció la Constitución para “respetar “ los llamados “derechos históricos” de Cataluña, Euskadi y Galicia - a los que se unieron los de Andalucía por la insistencia de Rafael Escuredo - puede que valieran para el primer tercio del siglo XX pero no para el siglo XXI. Nadie quiere tener menos derechos que su vecino, ni está dispuesto a recibir más cargas fiscales y menos inversiones. Esta España de hoy necesita una refundación en profundidad y lo mejor es que todos los que tienen algún poder público, por pequeño que parezca y por grande que quieran imponer, trabajen en la misma dirección.
Llenar de banderas españolas para atacarse unos a otros, cuando se abre una nueva etapa de futuro en la Monarquía, por parte de la Princesa Leonor, llamada a ser la primera Reina constitucional de nuestra historia tras el cambio radical que hizo su padre del propio sentido de la Casa Borbón, al casarse con una “plebeya”, que ha conseguido entre luces y sombras renovar la imagen un tanto arcaica de la institución, al igual que han hecho el resto de las monarquías europeas.
Para entender el papel que puede y debe jugar Leonor de Borbón y Ortiz en el entramado y la estructura de España hay que mirar lo que llevan haciendo desde 2014 sus padres, cuando. El Rey Juan Carlos decidió abdicar para alejar sus escándalos personales de la Institiución que representaba y que, se acepte mejor o peor por los distintos partidos y las distintas ideologías, hizo posible que en apenas año y medio tras la muerte de Francisco Franco se pudiese votar a todos los colores, desde el más rojo al más azul, en las elecciones de 1977.
Un país que se acepta a sí mismo, con lo bueno y lo malo, no debió dejar fuera de un acto como el que se celebró en las Cortes Generales, con la jura de su nieta, al Rey que inició esta nueva España. Se le podían y debían criticar todos sus defectos, pero a la hora de hablar de la Jefatura del Estado encarnada en la Monarquía, la presencia de los primeros Reyes, Juan Carlos y Sofia, no se deberían reducir a un acto privado y familiar. Fue un castigo que se hizo a las personas, a las familias y a todo el país. Se puede ser monárquico o republicano y defender un modelo de Estado que recoja esos principios pero mientras se mantenga la actual Carta Magna es ilógico que se penalice a una de sus partes fundamentales.
Nuestra España de hoy comenzó su andadura con una gran amnistía como única forma de avanzar en su futuro. Al margen de si Pedro Sánchez la propone varias veces ante Europa, ahora para los dirigentes del Procés para asegurar su mayoría absoluta en el Congreso y mantenerse en el poder, lo importantes es que desde la oposición externa de PP y Vox y desde la interna de Sumar, PNV y Bildu ( y del resto de fuerzas partidistas) se asuma que es un buen momento para que la generosidad política y no las venganzas personales y de grupo, recuerden que una obra teatral de hace ciento diez años , “La Malquerida” no puede ser y convertirse en la foto fija de este siglo del que apenas hemos recorrido una cuarta parte. El Estado como tal debe estar por encima de los gobiernos y de los partidos que concurren a las elecciones. No ayuda en ese objetivo la diaria política de insultos y la judicialización de la vida pública. La futura Reina no se merece una herencia cargada de odios y resentimientos.