Si Pedro Sánchez quiere saber lo que desean sus adversarios puede adentrarse en la historia que rodeó una de las grandes batallas del ajedrez, la que disputaron el 1972 en la ciudad islandesa de Reikiavick el entonces campeón mundial, el ruso Boris Spasskt, y el norteamericano Bobby Fisher, con victoria de este último. Europa y el mundo vivían en plena Guerra Fría entre la Europa Occidental y la OTAN y el Pacto de Varsovía. El presidente de USA era Richard Nixón y en el Kremlin estaba Leonidas Breznev.No era un juego de maestros, ni el escenario se limitaba a las 64 casillas del cuadrado en blanco y negro.
Era parte de la guerra entre dos modelos de ver y controlar el mundo. En una de las frases de Fisher están las claves de la permanente búsqueda de la destrucción de Pedro Sánchez a la que asistimos desde hace veinte meses por parte de sus declarados y públicos enemigos: mi objetivo principal en el tablero no solo es ganar, es aplastar la mente del adversario, destruir su ego”.
Los adversarios del presidente del Gobierno, los de la doble derecha y los de la incierta y dubitativa izquierda están siguiendo paso a paso los objetivos que se marcaba el genio norteamericano. Ni Núñez Feijóo, ni Abascal, ni tampoco García Page y Felipe González quieren que Sánchez salga del palacio de La Moncloa por la puerta trasera, quieren verlo sin futuro y a ser posible en la cárcel. Pablo Iglesias y el resto de la izquierda alternativa se confirman con mantener sus escaños y su futuro laboral.
Fisher terminó exiliado en Islandia tras criticar y denunciar la influencia de Israel en la política y la economía del mundo. No parece que ese mismo mundo haya cambiado mucho viendo lo que pasa en Palestina, en Ucrania, en Europa y hasta en la propia Islandia. Aquí, en España, la lucha política por llegar al Gobierno se ha transformado en los deseos de destrucción mental del rival.
¿ Va a ser capaz la mente de Pedro Sánchez de aguantar las descargas eléctricas de cada día?. ¿ Lo va a aguantar Begoña Gómez?. Los dos y los que les acompañan saben que las dosis del tratamiento psicológico al que están sometidos no va a disminuir. Su curación o salvación está en ganar la partida en ese cuadrado de 350 casillas que tiene el Congreso de los Diputados. Si le dejan sentarse ante el tablero.