El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el príncipe heredero saudí, Mohammed Bin Salman, posan para una foto grupal durante el Foro de Inversión Saudí-Estados Unidos, en Riad, Arabia Saudita, el 13 de mayo de 2025 l presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el príncipe heredero saudí, Mohammed Bin Salman, posan para una foto grupal durante el Foro de Inversión Saudí-Estados Unidos, en Riad, Arabia Saudita, el 13 de mayo de 2025
Ampliar
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el príncipe heredero saudí, Mohammed Bin Salman, posan para una foto grupal durante el Foro de Inversión Saudí-Estados Unidos, en Riad, Arabia Saudita, el 13 de mayo de 2025 l presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el príncipe heredero saudí, Mohammed Bin Salman, posan para una foto grupal durante el Foro de Inversión Saudí-Estados Unidos, en Riad, Arabia Saudita, el 13 de mayo de 2025

Trump en Arabia

José María Peredo Pombo/ Atalayar

google+

linkedin

Comentar

Imprimir

Enviar

A Donald Trump le gusta Arabia. Puede que considere inspirador el lujo de los palacios o el verse rodeado de millonarios con los que puede negociar con la carta de la presidencia de Estados Unidos sobre la mesa. “It,s a beautiful place, isn,t it”, asegura.

Trump está cómodo en Arabia Saudí y se nota. Un país aliado con voluntad de continuidad, solvente, comprometido con las líneas esenciales de su política y en fase de reposicionamiento de su imagen mediante el sport washing y la diversificación de sus inversiones en territorios no hostiles. El enemigo común es Irán y el terrorismo que promueve.

Incluso Siria tiene ahora un Gobierno más afín con los saudíes, al que Estados Unidos va a suavizar las sanciones económicas para que pueda reconstruir el país. Para ser un aliado perfecto sólo le faltan dos pasos: contribuir a la defensa común con más compras y mejores armas y firmar los Acuerdos Abraham con Israel. A lo primero los saudíes han dicho que sí. A lo segundo, que de momento va a ser que no.

El New York Times sitúa el viaje del presidente al lado de una información que anticipa el previsible giro estratégico de la Armada norteamericana en el Pacífico, donde pretende fortalecer su presencia y modernizar sus sistemas de defensa y comunicaciones.

Para ello debe trasladar un mayor esfuerzo presupuestario y de innovación a aquella región, y al mismo tiempo, exigir mayor compromiso a sus aliados en otras regiones. Una es Europa. Y otra es Oriente Medio donde actores estratégicos como Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos pueden asumir un papel significativo en la vigilancia y la seguridad tanto marítima como aérea. Mientras Qatar puede añadir más valor y mejor coordinación a su papel mediador en la estabilización de Siria y, sobre todo, en Gaza.

Trump ha conseguido acuerdos de inversión mutua con los saudíes y los emiratíes, en distintos sectores que incluyen el tecnológico, y en Inteligencia Artificial. Y con los qataríes ha propiciado un acuerdo que incluye la compra de 210 aviones Boeing. Confirmando con ello que su estrategia de utilizar la economía y el comercio como instrumentos para desarrollar la política exterior, tiene sentido en un mundo competitivo y, por tanto, abierto a la cooperación. Sin embargo, los acuerdos alcanzados no eliminan los riesgos de la nuclearización iraní. Ni la actividad de los grupos terroristas y criminales que se mantienen operativos en las periferias de Arabia. Ni garantizan la cauterización de las terribles heridas que aún permanecen en la región.

La más sangrante, la de Gaza y el conflicto palestino–israelí que no tiene vías de solución si a la reconstrucción del territorio no se añade una acción diplomática que reconstruya los cauces políticos para un futuro entendimiento. Los países árabes tienen una importancia capital para que tales cauces se activen, tal y como se ha intentado con los Acuerdos Abraham. Como la tienen en Siria, donde Turquía será también una pieza fundamental para la estabilización.

Por todo ello, el éxito económico y transaccional del presidente Trump en su primer viaje exterior queda pendiente de la actividad diplomática que Estados Unidos pueda desarrollar a partir de ahora en una región donde además de fortalecer a sus aliados tradicionales, tienen que reducirse los niveles de hostilidad y las causas de la radicalización. La península arábiga no puede ser una balsa de prosperidad en medio de un océano de escombros. Menos aún cuando la periferia geopolítica está circunvalada por potencias influyentes como Irán o Pakistán, grupos armados en el mar Rojo y el Cuerno de África, por el incesante tráfico marítimo en los pasos de Suez y Ormuz y por la alargada sombra del mar Negro.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios