Ricardo Alarcón de Quesada

El 10 de marzo de 1952, de un portazo, se cerró un capítulo de la historia de Cuba. Fulgencio Batista –quien dos décadas atrás implantó una férrea dictadura y liquidó al Gobierno Revolucionario de apenas cien días surgido en 1933 a la caída de Gerardo Machado- con un puñado de sus antiguos colaboradores se hizo otra vez del poder. El nuevo golpe de estado se llevó a cabo sin mayores tropiezos. Concluyó así la breve experiencia cubana con la “democracia representativa” la cual duró sólo los dos períodos del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), que había gobernado poco más de siete años.

Julian Bond, fallecido el pasado 15 de agosto, era un hombre extraordinario, pertenecía a la estirpe que Brecht llamó los imprescindibles, los que luchan toda la vida.

Carente del don de la ubicuidad no pude ver directamente el singular espectáculo. Cuando visitó Cuba el Presidente Obama yo estaba en Mérida, Yucatán, celebrando un acontecimiento que, sin hipérbole, merece el calificativo de histórico: el aniversario XXV de los diarios Por Esto!

La leyenda parecía eterna pero, sin embargo, se disolvió en la nada, en apenas poco más de una semana. A mediados del pasado siglo EEUU había anunciado a bombo y platillo que Puerto Rico dejaba de ser una colonia y se transformaba en un socio con el que habría suscrito un Pacto, supuestamente entre iguales, bautizado como “estado libre asociado”.

A mediados del pasado siglo la diplomacia estadounidense se anotó uno de sus mayores triunfos.
Hizo creer al mundo que Puerto Rico había dejado de ser una colonia para transformarse en un ente extraño al que nombraron “Estado Libre Asociado (ELA)”. Se dijo entonces que la isla después de alcanzar plenamente su autonomía decidió suscribir con su antigua metrópolis un pacto libremente convenido entre iguales.

Muchas veces vino a Cuba. La última fue en febrero del 2015, con motivo de la Feria Internacional de Libro en la que fue presentada la edición en español de “¿Quién mató al Che? Como la CIA logró salir impune del asesinato”, fruto de minuciosa investigación y más de diez años reclamando a las autoridades el acceso a documentos oficiales celosamente ocultos. La obra de Michael Ratner y Michael Steven Smith demostró de manera inapelable que el asesinato de Ernesto Guevara fue un crimen de guerra cometido por el gobierno de EEUU y su Agencia Central de Inteligencia, un crimen que no prescribe aunque sus autores andan sueltos en Miami y hacen ostentación de la cobarde fechoría.

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