Si el primer Pedro, el médico que investiga sobre el cancer, tiene que recurrir a los ratones de un pandillero de poca monta para continuar su estudio, sin saber - por ser imposible que viese el futuro - que de esa relación nacerán las desgracias de varias familias; el segundo Pedro, atado a una silla de ruedas, terminará por entregar su fortuna al último visitante de su casa. Ninguno de los dos Pedro será feliz. Tendrán que resignarse a convertirse en médico de pueblo y en amargado y dependiente rico rodeado de sus propios roedores.
Está nuestro tercer Pedro, el que aparece ante los suyos entre dos caras: la del tranquilo dirigente que anima a los suyos a perseverar frente a los enemigos de siempre, aquellos que viven también atrapados en su propia resignación; y la del crispado lider que contempla cómo sus esfuerzos por mantener unidos los débiles hilos del poder amenazan cada día con romperse. Su viaje más importante no tiene como destino Bruselas, ni Pekín, ni Kiev. Allí no hay ratones y le parece que, rodeado de otros como él, en lo que participan es en una carrera de sillas para inválidos.
El límite del hombre real, no el de los dos creador por la imaginación brillante de Martín Santos, está en la mitad del 2027 cuando la elasticidad de las elecciones generales no pueda dar más de sí. Hasta esos dias ese viaje, ese duro, angustioso, martirizador, implacable viaje se mantendrá dentro de un tiempo de silencio tan sonoro como las campanas que anunciaban en los pueblos