NACIONAL

¿Se puede perdonar al Rey Juan Carlos para que vuelva del exilio?

Raúl Heras | Viernes 21 de abril de 2023
El parecido, la semejanza del Gobierno del socialista Pedro Sánchez con los de la II República española, sobre todo los últimos, es cada día más evidente. Si aquella Monarquía, más absolutista que la actual, sucumbió por sus tremendos errores, de los que no supo pedir perdón a tiempo y que el pueblo español se lo concediera, la actual de Felipe VI corre el riesgo de recorrer el mismo camino encargado en la figura de su padre y su, como parece, eterno retorno. Y la pregunta que subyace en nuestra España política y social: ¿ Se puede perdonar al Rey Juan Carlos para que vuelva del exilio ?

quello terminó en tres intentos frustrados de golpe contra la República, dos por parte de militares que deseaban la vuelta de la Monarquía , y uno protagonizado desde la izquierda comunista que deseaba imitar a la Rusia de los soviets de obreros y campesinos. El cuarto intento triunfó y comenzaron tres años de Guerra Civil. Convertido este 2023 en el gran año electoral del cambio, gane quien gane en las urnas, los dirigentes políticos pueden mirar el parecido para no repetirlo.

Se destruyeron desde dentro, con evidente apoyo extranjero y con la II Guerra Mundial ya en el horizonte, las bases del equlibrio institucional y el respeto a los órganos que gobernaba los tres poderes que deben regir en una Democracia que haga honor a su nombre desde finales del siglo XVIII: poder legislativo, poder judicial y poder ejecutivo, poder este orden y no al revés. Estamos en la época y no sólo en España del dominio absoluto del tercero sobre los otros dos.

Conviene repasar nuestros últimos cincuenta años para ver lo que ha pasado y no repetir los enormes errores que condujeron al final de la Monarquía de Alfonso XIII, a la llegada de una Segunda República con la que confluyeron las derechas y las izquierdas por el cansancio y los errores del propio Rey y de su valido, el general Primo de Rivera. Buen momento para hacerlo en este segundo regreso del Monarca, exiliado por necesidad de la Institución que representa, tanto como por la utiización política y partidista de sus granes errores y comportamientos personales de todo orden, pese a haberlos conocido, aceptado y ocultados por todos los gobiernos.

Para lo bueno y para lo malo, ahora que una parte numerosa de nuestra clase política pone énfasis en lo segundo y soslaya y desprestigia a lo primero, quedaban en pie, tras la muerte de Adolfo Suárez, dos grandes protagonistas de la historia de España de los últimos 45 años, Juan Carlos I y Felipe González. Sin ellos y sin el abrazo que se dieron en torno a la bandera Manuel Fraga y Santiago Carrillo, sería imposible eniender al país que tenemos hoy, por más que se cuestionescada día el complejo pacto de concordia y olvido que representaba y representa la Constitución de 1978. Su destrucción pública, más la de Juan Carlos que la de González, va unida a otra más importante: la de las bases en las que se sustenta esta Nación, que hunden sus raíces de quinientos años en los deseos y sueños comunes expresados en lenguas diferentes, que suìeron sumar y no restar.

Detrás del concepto de “nueva normalidad” creado y repetido miles de veces desde el principio por el Gobierno de Pedro Sánchez, está la intención de trasladar a los españoles la idea de que ha “nacido” una nueva España. Sin la crisis del Covid 19 se habría intentado por otros caminos, pero sobre élla y la actual crisis europea de la guerra en Ucrania, la clase política se empeña con mayor o menos éxito en hacernos creer que todo lo vivido hasta junio de 2018 es historia y se tiene que quedar para lo libros y los estudiosos. Mejor incluso desde una perspectiva muy crítica para que la “normalidad” se construya con otros materiales y no con los que se tuvo que hacer tras la muerte del Dictador.

Sin disculparle sus desafueros económicos y carnales, sin su valentía para hacer en apenas año y medio lo que los más optimistas creían que se tardaría una década, Juan Carlos I impulsó, negoció y consiguió que se celebraran elecciones generales constituyentes en 2017. Ese primer paso en el nuevo camino que iniciaba España llevó a la promulgación tras el Referendum obligado de la Constitución de 1978. Dos hechos que han permitido que la izquierda haya gobernado este país durante 26 años, tres más que la derecha, si contamos los tres de Carlos Arias Navarro, los cuatro y medio de Adolfo Suárez y el único de Leopoldo Calvo Sotelo, a los que hay que sumar los ocho de José María Aznar y los siete de Mariano Rajoy. Por el lado de la izquierda están los 14 de Felipe González, los siete de José Luís Rodríguez Zapatero y los casi cinco que llevamos de Pedro Sánchez.

Mentiría quien dijese que no se sorprendió en 1977 al ver que el Partido Comunista de Santiago Carrillo y Dolores Ibárruri se pudiera presentar a las elecciones, una vez legalizado y regresados a España sus principales dirigentes. No menos se puede decir de la presencia en el Gobierno de cinco ministros que representan, hoy, con Unidas Podemos al antiguo PCE. Con parecidas declaraciones de protesta y de malos augurios por parte de los sectores más conservadores de esta país desde sus comienzos.

En aquella nueva España democrática nacía tambien una “nueva Monarquía”, que inauguró Juan Carlos de Borbón rompiendo la línea dinástica a la qwue se había opuesto Francisco Franco, y que necesitaba un Ejecutivo de izquierdas para cerrar el círculo de su regeneración y aasentamiento en un país que cuarenta años antes había expulsado al exilio a sus abuelos. Ese papel lo hizo a la perfección el PSOE de Feliepe González, desprovisto ya de su caracter marxista. Rey y primer ministro constuyeron el relato que ha llegado hasta hoy, a trancas y barrancas y comenzado a desmantelar desde la abdicación y posterior exilio del que sigue siendo Rey y Monarca, como así lo atrestigua el Decretao firmado por Mariano Rajoy. Destruirlos como símbolos de esa España se ha convertido, para desgracia del conjunto de los ciudadanos, en condición indispensable para abordar el cambio constitucional que pretende una minoría dirigente.

Es verdad que Juan Carlos siempre tuvo tres grandes obsesiones desde su juventud y que dos de ellas le han llevado a la condena social y política de estos días: la fortuna económica de la que carecía la casa Borbón- Grecia en comparación con otras Monarquías europeas, y las mujeres, pero la primera, la creación por primera vez en nuestro país de una Democracia estable, con forma de Monarquía, no le quita los pecados pero sí le debe el reconocimiento de esa gran virtud. Interesada, pero que nos ha servido para evitar la pronosticada violencia que señalaron algunos y que tuvo en el inicio de ese camino otros tres intentos de golpe de estado de caracter militar.

En el caso de la larga etapa de Felipe González como presidente del Gobierno aparece la creación y utilización del GAL como “arma” contra la violencia de ETA en los años más duros del terrorismo. Junto al cambio industrial de todo un país, la entrada definitiva en la OTAN y en la Unión Europea y la firma en Madrid del acuerdo histórico entre Estados Unidos y la todavía URSS de Mijail Gorbachov que, visto hoy el conflicto de Ucrania y antes la salvaje guerra de los Balcanes, explican la postura de la Rusia que dirige Vladimir Putin, tal vez bajo la ensoñación de aquella Rusia imperial que construyó Catalina la Grande pese a haber nacido en Polonia y ser paciente lejana de la dinastia Borbón que hoy existe en España.

Las alabanzas de Pablo Iglesias y una parte de la izquierda política a la antigua organización ETA y sus descendientes es tan incongruente y desacertada respecto a cualquier criterio democrático de hoy como imposible era que aquella “organización”, que tuvo a los policias Amedo y Dominguez como “jefes” pudiera formarse y mantenerse al margen del poder político. Se utilizó la violencia fuera de la ley contra la violencia que se ejercía de forma indiscriminada contra la ley. Ese y no su vida posterior, muy pegada al dinero y a las relaciones con los poderosos, es el punto débil al que se agarran los que buscan destruir el papel de Felipe González e incluso el PSOE en la historia de España.

Queda el objetivo final, la meta del gran cambio, la futura base de la “nueva normalidad”. Una situación que nos lleva a los problemas que tuvo que afrontar e intentar resolver la penúltima de nuestras Constituciones democráticas, la de 1931. Son tremendamente parecidos a los que se abordaron en 1978, desde la concepción del estado, que evitó en ambas ocasiones el término federal para definir a España como estado autonómico; y con muy parecidas actitudes por parte de los independentistas catalanes y vascos, que buscaban entonces y ahora presionar al Estado con Estatutos independientes dentro de una República Federal.

Lo que hicieron Artur Más, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras con Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy ya lo intentó Frances Macià con Manuel Azaña y Julián Besteiro; y si desde el PNV y Bildu se reivindica Navarra como una de las “partes” del territorio vasco, eso mismo lo hizo José María Leizaola desde la expulsión de la Monarquía .

Para comprobar que todo se repite, en la mayor parte de los casos para mal, los intentos de “independencia autonómica” dentro de la II República de Cantabria, Aragón, Andalucía y Valencia quedaron suspendidos por el estallido de la Guerra Civil. Retornados a la Democracia y “nacidos” 17 Autonomías para articular el Estado la voluntad de no repetir los errores debería convertirse en la gran seña de identidad del futuro pactado por absoluta mayoría parlamentaria, al margen del color del Gobierno de turno.


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