NACIONAL

Sánchez tiene la piel fina

Diego Armario | Jueves 31 de marzo de 2022

A Pedro Sánchez no le gusta que le llamen autócrata y se ha revuelto como gato panza arriba contra el apelativo que le dirigió Santiago Abascal en el Congreso de los Diputados, acusándole de tomar la decisión de cambiar la posición española sobre el Sahara Occidental sin contar con nadie, ni siquiera con su propio partido.



Hasta ahora había aguantado con paciencia franciscana que le llamaran mentiroso. Felón, traidor, amigo de los terroristas, abusador de los privilegios de su cargo, plagiador de su tesis, desleal, amoral y socio no fiable, pero cuando se dio cuenta que a Putin también le llaman autócrata puso pie en pared y le dijo a su Meritxell que usase la goma de borrar para que ese término no constase en el acta de la sesión parlamentaria.

Yo entiendo a Sánchez porque con tantos descalificativos no gana dinero para psicólogos, pero lo que no me cuadra es la estúpida costumbre que existe en el Parlamento de creer que las palabras que se pronuncian desde la tribuna de oradores o el escaño no existen por el simple hecho de borrarlas de acta de la sesión, y los diputados se engañan a sí mismos y al resto de la población con este artificio hipócrita porque al final la historia las recoge todas las palabras que allí se dicen y permanecen para la memoria de los estudiosos de los hechos que tuvieron lugar.

Es cierto que el propio orador que ha pronunciado una frase inconveniente u ofensiva es invitado a retirarla por la Presidencia de la Cámara, pero es él mismo quien decide si rectifica a no, pero lo que no había sucedido hasta ahora es que el ofendido exija que no conste en acta lo que si se ha dicho.

La historia del parlamentarismo nos ha dejado momentos únicos como el “¡Se sienten, coño!”, del 23 F , o el “No es lo mismo estar dormido que estar durmiendo… ni estar jodidos que estar jodiendo», de Fraga, el ¡Váyase, señor González! de Aznar, o el ¡ A la mierda! del añorado José Antonio Labordeta, dirigido a la bancada del PP, o el ¡»Sánchez, autócrata!»

Desde los escaños de la Segunda República se escucharon incluso amenazas de muerte, y todas esas frases han quedado para la historia sin que nadie haya osado borrar momentos del parlamentarismo que no por haberlos suprimido del acta de la sesión en la que se pronunciaron, dejaron de existir. En la vida real todos asumimos las consecuencias de nuestras palabras y a veces resolvemos los conflictos pidiendo disculpas o reconociendo nuestros errores.

En el parlamento español actual, dada la variopinta fauna que pace en sus escaños – incluido los bípedos del banco azul – si todos hubieran hecho la EGB de antes , sabrían comportarse mejor.


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