NACIONAL

Christine y Ursula quieren el control financiero de España

Ursula von der Leyen y Christine Lagarde.
Raúl Heras | Miércoles 03 de febrero de 2021
La presidenta del Banco Central Europeo y la presidenta de la Comisión creen haber encontrado la solución para todos los problemas que padece España. Solución financiera y con los bancos como protagonistas. Los 140.000 millones que taparán “un poco” el agujero hispano deberían pasar por el sistema bancario. Una forma de control ajena a los partidos y a las dudas del reparto.

Lagarde, junto a su vicepresidente, Luís de Guindos, los dos bien sujetos a sus sillas, a sus abultados sueldos y a sus numerosas prebendas de superfuncionarios internacionales quieren que nuestro país sea el principal conejillo de Indias para esa nueva Europa que quieren crear sobre la base de un nuevo capitalismo, llamado inclusivo, que defienda la supervivencia del sistema logrando que los repartos de beneficios alcanzan a una mayor parte de la población. El secreto: que sirva para consumir.

A distintos niveles y con distintos productos, pero consumir. Sin clientes no hay sistema que resista. En la cumbre de Davos lo acaban de certificar bajo la intervención estelar del presidente chino Xi Jinping, a quien parece que los grandes dueños del dinero ya han aceptado en esa fórmula de socialismo capitalista o capitalismo de estado que llevan aplicando los herederos de Mao Tse Tung desde hace treinta años. Disfrazar que quien menos tenga, más tenga que pagar.

Su fijación con nuestro país viene de lejos le viene a doña Christine de lejos. Más de cerca doña Ursula, por hacerlo desde su anterior trabajo a las órdenes de Angela Merkel.
Antes, de forma periódica, aprovechaba cualquier ocasión para amargarnos la vida con sus ocurrencias sobre la crisis y la mejor forma de salir de ella tras años en los que, tras aplicar sus recetas, tenemos cerca de un 20 por ciento real de paro, un mercado interior deprimido y un sistema económico que busca apoyarse en el destruido turismo ( un 70% menos que en 2019 ) como palanca de futuro. Sol y caza que decía el por entonces ministro Solchaga y que van a terminar por darle la razón.

Ella y sus diez mil cruzados de la Unión Europea no se plantean su razón de ser, ni si deben hacerse el harakiri por los desastres que han causado a lo largo y ancho de la actual crisis, con el reparto y negociación de las vacunas como prueba de su ineptitud, llevada al extremo con esos contratos tachados y mal firmados que permiten a unos laboratorios poner a 27 países de rodillas.

A los grandes burócratas europeos, desde la Comisión que encabeza Ursula von der Leyden al BCE que maneja Christine Lagarde - con la ayuda de Luís de Guindos suponemos - les basta con afirmar una cosa y su contraria mientras contemplan desde la lejanía como el evidente caso de corrupción contractual que se ha producido como consecuencia del Brexit, les rozan pero no les hieren, al menos hasta ahora.

Todo lo que ha hecho y esta haciendo España les parece poco y piden más a Nadia Calviño, convertida en el mejor y más directo embajador de Bruselas; y el primer obstáculo para que las pretensiones de Unidas Podemos se estrellen sin salir de nuestras fronteras.

Lagarde, al igual que sus compañeros “fiscales” es capaz de afirmar sin ruborizarse que las políticas restrictivas no están dando el resultado que se esperaba en Europa y que convendría relajar los duros ajustes que se están realizando en algunos países para añadir, más tarde, que el problema en España son los "elevados" salarios que tenemos y que habría que rebajarlos un diez por ciento hasta dejarlos en la base en torno a los quince euros por hora.

Viene de lejos la idea, desde sus tiempos al frente del FMI y de su propia carrera política bajo la presidencia de Nicolás Sarkozy, en Francia. Tres Ministerios en Francia tras pasar 24 años en el bufete Baker McKenzie y ser la primera mujer en ocupar su presidencia. Propuesta que fue aplaudida en su momento por el rubicundo ex comisario y ex gobernador del Banco de Finlandia, Olli Rehn, entre los aplausos de sus colegas de la Comisión europea, otros adalides del control siempre que no sea sobre ellos y sus privilegios.

A esa bajada de salarios, por supuesto, tienen que acompañarla más impuestos indirectos, que son los que nos gravan a pobres y ricos por igual, menos pensiones - de ahí la propuesta de ampliar el plazo de contabilizar las aportaciones - menos Seguridad Social, menos de todo lo que hasta ahora se entendía por estado del bienestar. A cambio de poner en marcha ese nuevo paquete de ajustes sus pronósticos nos llevarán a que el paro no bajará del 15% por ciento hasta 2023, que será a partir de ese año en el que nuestro déficit pueda estar en el tres por ciento, y que con mucha suerte y mucha condescendencia por parte de las autoridades económicas y financieras europeas nos darán nuevas prorrogas para que perseveremos en ser más pobres.

Estamos acostumbrados a que las profecías del BCE, del Fondo Monetario y de la Comisión europea no se cumplan, eso si, sin que ninguno de sus miembros dimita por haber errado y con ese error haber propiciado más problemas y durante más tiempo a millones de ciudadanos. Ellos son así, inmunes al dolor ajeno, escondidos tras las máscaras de los números que elaboran sus acólitos dentro de esa maraña burocrática que es uno de los auténticos cánceres de Europa.

Una Europa en la que tras las declaraciones decepcionantes que salen de las cumbres de los jefes de estado y de gobierno, lo que se esconde es la simple regla de la supervivencia: lo que un país pierde, lo gana otro; y para holandeses, austriacos, franceses, alemanes e ncluso italianos, todo lo que sea colocar en el escenario de la crisis a España para ellos quedarse entre bambalinas a ver los efectos que causan sus medidas económicas, es ganar tiempo, espacio, competitividad a costa nuestra.

Ni Ursula von der Leyden, ni madame Lagarde inventan nada nuevo. Como dos elegantes garzas levantan el vuelo cuando creen que pueden tener problemas y se marchan en busca de nuevos acuíferos en los que picotear hasta dejarlos sin reservas. Sirven a los que tienen que servir, que para eso les pagan sin rebajas del diez por ciento.


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