Hubo un tiempo en el que, ante las dificultades fiscales de los gobiernos, la Reserva Federal puso en marcha un cambio radical en su política monetaria y pasó, en varias fases, a imprimir tanto dinero como para inundar los mercados de liquidez.
Quien lideró ese cambio, -Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal 2006-2014-, era un estudioso de la Gran Depresión, y consideró que, cuando los mercados colapsan y la economía se congela, es papel del banco central actuar como prestamista de último recurso, de forma tan masiva como sea preciso, para impedir que una reacción de colapso inicial mute en uno en cadena. Nunca un banco central había expandido su balance de esa manera. Conocemos esta política como QE o relajación cuantitativa.
INCONSISTENCIAS
Como se pretendía, la economía real no fue capaz de absorber semejante caudal de liquidez, que se dirigió a los mercados en búsqueda de todo tipo de activos: acciones, bonos, inmuebles… La percepción de riqueza que trasmitían unos activos en alza constante animó el gasto, y la economía se recuperó, aparcando el hecho de que el dinero creado incrementaba la deuda. Después de la pandemia, la tensión de precios obligó a los bancos centrales a elevar con fuerza los tipos de interés y a reducir ese balance. Cuando parecía que estaban cerca de haber logrado su objetivo de estabilizar los precios, y pasar a una zona de confort relativo con tipos más bajos, e ir reduciendo lentamente su balance, la disrupción arancelaria -con toda su incertidumbre- rompe el encantamiento, y las dudas emergen sobre las certezas.
Nos enseñaron que los mercados son reflejo y consecuencia de la economía real, y si la analizamos adecuadamente, seremos recompensados por un buen pronóstico sobre los precios de los activos. Sin embargo, nos sorprendemos constantemente con inconsistencias. La razón es simple: la maquinaria se ha invertido, y es la economía la que responde a lo que ocurre en los mercados, y no al revés.
BAJA LA TENSIÓN
La Reserva Federal ha reducido de nuevo los tipos, y anuncia que suspende su reducción de balance. No tiene datos sobre la economía real, pero da igual. Los baja de nuevo, “a riesgo”. Semejante decisión sería propia de una economía en contracción, pero nada apunta a una amenaza evidente que lo justifique. Conscientes de esa debilidad, ¿qué menos que tratar de moderar las expectativas de un nuevo recorte en diciembre? Hay que reservar munición. Con tal motivo los mercados, disgustados por el cambio, se desinflan un poco… pero no les durará mucho. Se ajustan, y listo.
Dejar de reducir balance es una señal muy poderosa. Pero hay más. Una tregua que a todos beneficia, dibujando un paisaje menos amenazante. Se escenifica con la reunión de los líderes de China y EE.UU. Los mercados se sacuden el miedo de una confrontación inmediata, y la tensión baja unos grados. Lo siguiente conocido será lidiar con la decisión del Tribunal Supremo respeto a la legalidad de la política arancelaria. Se escribe un importante capítulo este miércoles: se escuchará a las partes, y nos ofrecerá pistas de cómo están las posiciones. Potencialmente disruptivo, será otra piedra en el camino -cada vez más estrecho-, de la Reserva Federal para sostener el equilibrio que permite que los mercados mantengan el pie. Para alejar el riesgo de espantada, la FED seguirá actuando por exceso. Y, a diferencia del pasado, la tranquilidad mantendrá a los inversores en el dólar… que lo abandonarán en caso de sobresalto. Así están cambiando las cosas.