Es un caso insólito que demuestra el desgaste del sistema democrático que nació en 1975 y que está a punto de cumplir medio siglo, lo cual es todo un record en la España que ha ido de espadón en espadón, Rey a Rey, dueña de un Imperio, odiada y admirada, combatida y destruída, detenido en el tiempo y necesitada siempre de una identidad que le sirviera para avanzar en la historia sin que sus propios hijos (una parte) la repudiaran como madre. Es una maldición que nace con aquel parto nacional - con cesarea entre los dos primeros Reinos que concibieron a la criatura para que fuera la primera potencia europea y mundial - que nos ha perseguido como un avieso devorador nocturno.
Tanto si a García Ortíz le declaran inocente como si le declaran culpable el daño institucional estará hecho. Será un héroe o una víctima del enfrentamiento político partidista, del empecinamiento de una izquierda y una derecha que no se admiten, ni se soportan y que cada día se ha vuelto más personalista y menos programática y con un menor sentido del Estado; incapaces ambas de establecer un decálogo de mínimos existenciales que se queden fuera de la confrontación electoral. Ha sido tan imposible como lo es que se instale la paz en Palestina de forma duradera o que los multiricos de fortunas imposibles de gastar en generaciones piensen en acabar con el hambre en el mundo o que la ONU se convierta en un instrumento útil en lugar de una obra teatral mal escrita y peor representada.
La gran diferencia entre los sumarios y juicios que se producirán en los próximos meses y años y el juicio al Fiscal General del Estado es que en los primeros estarán en el banquillo los ejecutivos de los asuntos públicos junto a sus aciertos y miserias personales y corporativas; en el segundo lo que volveremos a contemplar los españoles es a la Justicia como tal sentada a ambos lados, tanto como acusada como protagonista de una sentencia. Democracia con Justicia, dos palabras, dos conceptos en los que se debería basar la Libertad, que ya están seríamente dañados.