Siempre he pensado que la atracción que seduce está en los ojos, en la voz, en la mirada que nunca caduca a pesar de los años porque en ella residen todas las pasiones, y en la vibración de las palabras que suenan cuando las habla gente que ha vivido y no tiene que esforzarse para dejar huella de lo que fue.
Cualquier análisis de una pasión está cargado de subjetividad y existe un cierto consenso sobre el magnetismo de los ojos de Robert o de Claudia en los que podíamos constatar que la isla de sus deseos estaba en sus miradas.
No somos quienes fueron Claudia o Robert, pero podemos soñar tanto como ellos, y quien no lo haga habrá borrado una parte de la vida que imaginó vivir sin arrepentirse de haber derrochado indiferencia cuando aún mantenía la mirada, el eco de las voces y el aroma de quien nunca se borró de su memoria.