Cada día las declaraciones sobre la guerra de Ucrania son las mismas, al igual que son las mismas las promesas que no se podrán cumplir. La patria de Zelensky dejó de ser la Ucrania que alcanzó la independencia de la URSS desde el día en el que Vladimir Putin ordenó la conquista de Crimea hace ya once años para después embarcar a Moscú y Kiev en una guerra en el Este del país a través de los mercenarios del Batallón Azov y del Grupo Wagner. Miles de víctimas civiles y miles de victimas sin nombre en el frente. Todo ello para avanzar hacia un final que tan sólo depende de dos personas, de Putin y de Donald Trump.
Las declaraciones del presidente francés en nombre de una supuesta “Coalición de Voluntarios” que asegurar la libertad e integridad de Ucrania - siempre tras la firma de la paz - es un simple brindis al sol. Europa necesita que le den un papel en el drama y no sabe como conseguirlo, ni cúal va ser el reparto para cada uno de los países que tienen intereses directos. USA ya ha asegurado los suyos con la firma de la explotación de las “tierras raras” por parte de Zelensky y de Trump; ahora les toca al resto y empieza el gran problema del fin de todos los conflictos: quién va a pagar los gastos y quién se va a encargar de reconstruir todo lo destruido. Si España consigue algo con su política de un paso adelante y dos atrás, serán las migajas del pastel.
Por delante de Ucrania, el interés de estados Unidos y del presidente Trump quedó reflejado en la restringida idea cena que ofreció a los quince hombres más ricos del mundo. Apoyo a su forma de hacer política internacional, que se vió en menos de 48 horas cuando el propio inquilino de la Casa Blanca amenazó a Europa por la nueva multa a Google. Esas son las cartas que están sobre la mesa a la vista de todos. La caída del actual Gobierno francés debería resolverse con una nueva convocatoria electoral legislativa, que es la forma rápida de evitar que sea el propio Macron el que ponga la presidencia en las urnas. Ganar tiempo, como hacen todos, a la espera de que sea el auténtico “emperador de Occidente” el que mueva las piezas de esta partida de ajedrez en la que su rival está a miles de kilómetros de distancia, sentado entre los muros de Pekín.