INTERNACIONAL

Los cinco tiranos dueños de la gran mentira con la que se gobierna el mundo

Tur Torres | Martes 15 de julio de 2025
En 1945 los 51 países que firmaron la creación de la ONU dejaron que cinco de ellos tuvieran capacidad de veto ante cualquier resolución que se tomara en el Consejo de Seguridad, el principal órgano de ese asambleario instrumento para el mantenimiento de la paz y la seguridad a nivel mundial en el que ahora están 193 países, y que lleva ochenta años empeñados en demostrar que sirve para que todos hablen, quince propongan y cinco decidan. La ONU no tiene una estructura democrática, ni funciona como una auténtica Democracia en la que cada voto contase. Su estructura es elitista y basta con que uno de los cinco:

Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña se oponga a lo que ha aprobado el resto para que esos acuerdos se queden en papel mojado. Es una de las mayores mentiras que funcionan en el mundo, tan necesaria como las ilusiones en el teatro o el cine. Si se observa con detenimiento el rostro de su Secretario General actual, el portugués António Guterres, se comprobará que es un simple actor de reparto.

La ONU es el mayor despilfarrador del dinero público del mundial, el mayor aparato burocrático que existe y el que menos influencia tiene. Ni sirve para la paz y la seguridad, ni es capaz de intervenir con éxito en todas y en cada una de las guerras que se han ido sucediendo en el mundo en estas ocho décadas. Está al servicio de lo que acuerden las cinco grandes potencias en lo que afecta al resto de los países. Si no hay acuerdo todo el elaborado, amplio, gigantesco andamiaje de la pomposa Organización de Naciones Unidas no sirve para nada. La lista de los fracasos es tan grande que llenaría una enciclopedia. Fracasos que se pueden concretar en nuestro hoy en lo que ocurre en Palestina y en lo que sucede en Ucrania. En ninguno de esos territorios existe la paz, tampoco existe la seguridad y la ONU brilla por su ausencia. Ni Donald Trump, ni Vladimir Putin, ni Xi Jianping, ni Emmanuel Macron, ni Keith Starmer están dispuestos a perder el privilegio fundacional de sus países, de la misma forma que los defendieron sus antecesores.

Los cinco tiranos, que así podemos llamarlos, escuchan a los diplomáticos de los 188 países restantes e incluso a los diez que se sientan en el Consejo de Seguridad junto a ellos, elegidos por un periodo de dos años y que se renuevan de cinco en cinco para conseguir esa imagen de falsa democracia que contenta a todos y que es capaz de emitir comunicados y resoluciones, que hasta llegaran a materializarse siempre que no afectan a los intereses directos de ninguno de los cinco. Basta con un no para que las elaboradas y votadas resoluciones terminen en un cajón.

Ese juego de las cinco sillas está pensado para que no funcionen los bloques políticos, que si miramos lo que ocurre en los conflictos más globales darían una ventaja al bloque Occidental frente al Oriental. La personalización del veto le da a cualquiera de los cinco un poder que va mucho más allá de lo que representan a escala mundial en este siglo XXI. la Unión Europea de los 27 países no sirve para nada y menos aún Alemania frente a Francia o Gran Bretaña. Es su castigo por perder la II Guerra Mundial. Lo mismo que le pasa a Japón. India no perdió ninguna guerra pero el primer o segundo país más poblado del mundo puede enviar sus propuestas a Nueva York con el convencimiento de que si antes no ha logrado un pacto con cada una de las cinco cabezas de esa hidra no servirán de nada sus esfuerzos.

La totalidad de la América que está geográficamente por debajo de la línea fronteriza de Estados Unidos con Méjico está condenada a caminar, crecer, impulsarse y procurar el bienestar o malestar de sus ciudadanos lejos de ese inutil organismo, tan consumidor de energías y dineros como poco rentable para sus fundacionales propósitos. No es elúnico de esos mundialistas inventos democráticos que se han convertido en maquinarias rpoductoras de puestos de trabajo extraordinariamente bien remunerados.

En Europa tenemos al Consejo, a la Comisión, al Parlamento, especialmente dotados para dictaminar, gobernar y hasta legislar para 450 millones de personas pero que es incapaz de hacer valer su posición en el mundo frente a los otros grandes bloques reales que existen. No es un bloque político, ni un bloque económico y no siquiera financiero. Las fronteras que quitó vuelven a asomarse en el horizonte y basta con que desde la Casa Blanca la señal en con el dedo de los aranceles para que el miedo recorra el cuerpo de cada uno de sus integrantes.


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