Martes 21 de octubre de 2014
Unas declaraciones, acaso no demasiado diplomáticas, pero de alguna manera semejantes a otras que salieron de Europa y de Estados Unidos, pronunciadas por el ministro español de Exteriores, José Manuel García Margallo, propiciaron la primera crisis entre España y el Gobierno venezolano encabezado por Nicolás Maduro, sucesor de Hugo Chávez. Sugirió Margallo que debería realizarse el recuento de votos exigido por el candidato opositor (y perdedor por escaso margen) Henrique Capriles, lo que fue interpretado por los chavistas como "una injerencia" y una muestra de desconfianza por parte de la diplomacia en Madrid hacia el resultado de las elecciones venezolanas. Reacciones inmediatas: llamada a Caracas "para consultas" al embajador venezolano en España y declaraciones amenazantes de Maduro, dejando adivinar "sanciones ejemplares" en el orden político y económico si España no tiene "cuidado".
En la tarde de este martes (hora venezolana) tenía lugar un encuentro entre el embajador español en Caracas y un alto cargo del Ministerio venezolano de Exteriores, tratando de reconducir las cosas; al tiempo, parece que se cruzaron llamadas "de muy elevado nivel" entre ambos países. Y que cada cual trate de adivinar dónde se sitúa este nivel, teniendo en cuenta que los bolivarianos no aman demasiado al Rey Juan Carlos, que tuvo la 'osadía' de espetarle a Chávez aquel inolvidable "¿por qué no te callas?", cuando el fallecido caudillo atacaba al ausente José María Aznar en una 'cumbre' iberoamericana en Santiago de Chile.
Supongo que la situación acabará normalizándose, porque a ambas partes importa: a Venezuela, porque España sigue siendo un país muy importante para sus intereses y para su imagen, al margen de la cantidad de ciudadanos venezolanos que viven aquí; a España, porque Venezuela sigue siendo, de alguna manera, refugio de algunos etarras (no muchos, parece) y buen cliente de algunas grandes empresas españolas, sobre todo en lo que a construcción de barcos se refiere. Y es mucho lo que las sinergias entre las dos naciones 'hermanas' -hermanas, sí-- pueden hacer.
Lo que ocurre es que Venezuela no puede dar precisamente lecciones de diplomacia a España. Ni a nadie. Las formas del chavismo, primero, y del 'madurismo', ahora, no pueden estar más distantes de los educados usos y costumbres que rigen el trato entre las naciones. El lenguaje guerrero hacia los Estados Unidos ya ni siquiera impresiona al Departamento de Estado, que sigue haciendo excelentes negocios con la potencia petrolera que es Venezuela.
¿Tormenta en un vaso de agua, pues? No estoy tan seguro. Nicolás Maduro nada tiene que ver con un jefe de Estado al uso, ni siquiera en una América Latina donde tan inusuales mandatarios hemos encontrado, desde Ménem y los Kirchner hasta Fujimori, Morales o aquellos inolvidables presidentes ecuatorianos Abdalá Bucarán o León Febres-Cordero, salvadas sean todas las distancias entre unos y otros; a varios he tenido el privilegio de conocerlos en persona y a fe que alguno de ellos logró impresionarme, no estoy seguro de que favorablemente, en nuestros brevísimos encuentros. Y conste que no hay atisbo alguno de superioridad 'europea' o española en lo que digo: aquí, en este lado del charco, comenzando por la propia España, también hemos tenido y tenemos representantes de la alta política cuando menos peculiares; es más, puede que algunas de esas 'peculiaridades' tan castizamente españolas fuesen heredadas en algunos usos y costumbres políticos de ciertos Estados latinoamericanos (que no todos, desde luego; no se puede generalizar).
Lo que ocurre es que ahora hablo de América Latina, en general, y de Venezuela, en particular. Y Maduro, siento decirlo, en cuanto a las buenas formas diplomáticas, no tiene un pase, por mucho que, en este caso, forzado estoy a entender que ese buen ministro de exteriores que es José Manuel García Margallo Marfil tal vez debería haber contado hasta diez antes de producir la reacción que produjo tras conocer el resultado de las urnas en Venezuela. Y eso, por mucho que esa catástrofe ambulante que es la 'superministra' de relaciones internacionales de la UE, la baronesa Ashton, y el propio Departamento de Estado en Washington, hayan dicho más o menos lo mismo que Margallo. Ahora, lo importante es que la rencilla no vaya a más, que bastantes problemas tienen ya ambas naciones como para andar peleando por un quítame allá unas palabras inconvenientes.
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