NACIONAL

La fracasada estrategia de acumular miedos de los dos grandes partidos

Raúl Heras | Martes 01 de agosto de 2023
Los dos grandes partidos del país han dejado muy claras sus intenciones tras los comicios del día 23 de julio: los socialistas se esfuerzan por hacer olvidar al gobierno de los últimos años, sobre todo en su vertiente más “podemita” a través del nuevo rostro de Yolanda Díaz, y que los ciudadanos que han ido a las urnas, y le han dado por una cómoda mayoría el triunfo el PP de Núñez Feijóo, piensen sólo en sus comunidades autónomas, sus ayuntamientos y hasta en sus calles. Para Pedro Sánchez su derrota, con 122 o 121 escaños, es un triunfo, lo mismo que le pasa a los integrantes de Sumar, Bildu, ERC y hasta el BNG. La suma total impide que la derecha gobierne. Hemos triunfado.

Ninguno de los integrantes de la “gran izquierda”, con independentistas de derechas incluidos en ese magma que se ha creado contra el Vox de Santiago Abascal pensaba en la victoria. Querían sumar las derrotas previsibles frente a la victoria igualmente previsible. No se partía de los votos, se contaba con los escaños y con ese desigual reparto a nivel nacional que produce la aplicación de la Ley D´Hont. De ahí sus mensajes y hasta las fotografías que les acompañan. Los populares, por su parte, hacen justamente lo contrario: nada de hablar de las otras administraciones y ni siquiera de las victorias de los otros candidatos, todo se centra en que el día 23 ganó Feijóo, con nunca noche que más parecía a un entierro que a un festejo de boda. .

El PSOE y el PP creen que los votantes necesitan cosas muy distintas: para los segundos se trata de centrar la atención en lo más inmediato de cada día a nivel a nivel de preocupación total.con independencia del lugar del que se trate, el paro, la situación económica de las familias y las empresas, con unas dosis de miedo ancestral - desde la derecha que es incapaz de pasar página a 40 años de franquismo - a esa izquierda que todo lo destruye y que en el colmo de las desgracias hasta piensa y va a necesitar a los comunistas, que de nuevo salen del viejo arcón de los recuerdos para aparecer ante los ciudadanos con cuerno y rabo.

Para los primeros ocurre justo lo contrario, hablan poco de lo general y cuando lo hacen es para intentar llevar a esos mismos votantes el también viejo temor a la derecha que restringe derechos, quiere privatizar todo y sólo piensa en los poderosos. Quieren y lo intentaron durante toda la campaña electoral y en los días siguientes al resultado en las urnas, en las necesarias conversaciones en busca de los 176 escaños de la mayoría absoluta, llevar los debates a lo geográfico, a ese ámbito pequeño, reducido y directo que es la calle en la que vivimos.

Se comprende que el PP quiera explotar la imagen negativa de Pedro Sánchez hasta más allá de lo razonable, y de la situación económica - sin atender a las cifras que da Europa y el resto de los países - en la que estamos hasta la saciedad pues cree que ahí está el mayor granero de votos, en el descontento de la población por la difícil situación personal y familiar que se vive con tres millones de parados y el pesimismo instalado en el corazón de casi todos.

No es lo que ha salido de las urnas. Además del miedo a que todo vaya a peor, la esperanza tiene más recorrido de futuro.. Ellos vendían que eran la solución y no se trataba de votar a este o aquel alcalde, a a este o aquel presidente autonómico, eso quedó en el mes de mayo. Se trataba de echar a los socialistas y sus socios de todos los sitios en los que tuvieran algún tipo de poder.

La campaña de los populares ha sido devastadora: si hace unos años denunciaban con razón el intento de Zapatero de pactar con los nacionalistas a cualquier precio para echarles del poder y marginarles, ahora ellos hacen justamente lo mismo, quieren convertir al PSOE en un partido marginal - la carta de Feijóo es una oferta imposible pues lo que busca en el fondo es el despido de la empresa PSOE de su Secretario General - , y lo malo para la democracia, esta nuestra democracia que se basa en la alternancia y en la posibilidad de la misma, en la convivencia de aquellos que piensan distinto pero no es la destrucción del rival, las dos tendencias, los dos intentos son más que malos, pésimos. Antes y ahora pueden llevar a nuestro sistema a una parálisis que acentúe el alejamiento de los ciudadanos de la clase política, y del propio sistema democrático. Ahora es más común hablar de repetición electoral que de pactos con el huido Puigdemont, el mal necesario.

Las dos estrategias que aparecieron con nitidez en la campaña oficial y que venían gestándose en esa larguísima precampaña de los mítines de fines de semana que hemos vivido son malas y falsas. Dañinas en sí mismas pues las dos se basaban en el miedo y las dos carecían de lo más elemental que deberían tener, que es una oferta amplia y clara ante los problemas que tenemos y afrontamos los ciudadanos y las empresas cada día. Cada uno denunciaba las posibles intenciones del de enfrente y pedía, o bien el cambio por el cambio, o intentar evitarlo desde la izquierda ante el posible tsunami electoral que pronosticaban todas las encuestas. Y todas se han equivocado y han equivocado a los medios de comunicación y sobre todo a los dirigentes políticos.

El mejor de los ejemplos de todo lo anterior está en la Comunidad de Madrid en la que aparece la quintaesencia de las dos estrategias y el deseo acumulado de populares y socialistas de marginar al resto de los grupos políticos e intentar que de una u otra forma se acumulen los votos en sus siglas. Por un lado se persigue concentrar el bipartidismo imperfecto que tenemos, y por otro se busca el monopolio electoral que permita al ganador acumular las mayores dosis de poder durante el mayor tiempo posible.

Entrar a buscar culpables de esta situación sería caer en el partidismo. Dejemos la situación en su esqueleto al margen de los colores que cada uno profese. La situación es mala para todos, para los que ganen dentro de unos días y para los que pierdan. Los ciudadanos seremos los perdedores pues la calidad de nuestra democracia - que no está en sus mejores momentos y necesita una revisión a fondo de sus estructuras fundacionales - se resentirá hasta límites que no sospechamos.

Fijémonos que casi como siempre ya han aparecido ETA y los GAL, ha aparecido la corrupción de esta o aquella Administración pública, han aparecido la derecha y la izquierda a palo seco como si fueran las de los años treinta del siglo pasado...y no aparece el futuro, ese futuro que necesitamos y en el que deberíamos encontrar con urgencia las necesarias dosis de esperanza que pedimos a gritos.

Sería fundamental mantener un equilibrio entre los dos partidos que se están alternando en el poder desde que llegó la democracia. Sería fundamental que así lo entendieran ellos mismos, que se esforzaran en buscar los consensos que parecen imposibles. Vamos a tener que cambiar la Constitución. Tenemos que cambiar la Ley electoral y el funcionamiento de los partidos para que entre en ellos y a fondo la democracia, que se acerquen de nuevo a esos ciudadanos de los que se han alejado.

Tenemos que cambiar las normas laborales y el sistema financiero, y llevar adelante una reforma educativa que nos haga salir del pozo en el que nos encontramos. Tenemos que elegir el modelo económico que dentro de diez años o veinte haga olvidar la importancia de eso que llamamos "ladrillo" y que ha sido y es la esencia de nuestra economía ( junto al turismo ) en los últimos decenios. Tenemos tantas cosas que cambiar que necesitamos que las dos grandes formaciones no se destruyan una a otra pues el resultado, por si aún no se han dado cuenta sus dirigentes, será la destrucción de España. Y puede resultar duro y hasta para algunas una exageración, pero creo que es así de exacto; y lo más preocupante, creo que es lo más posible.

Los viejos fantasmas que destruyeron la II República aparecen en el quicio de la puerta como en una copla de sentires y rencores que habíamos enterrado, o creíamos que habíamos enterrado, y que la crisis ha traído ante nuestros ojos. Y permitan ustedes, los lectores de este artículo, que coloque otra de esas verdades históricas fáciles de comprobar: cuando nos ha ido bien como país, como nación, como pueblo de pueblos, con unos objetivos comunes, con una esperanza común, con un deseo común de proyectarnos en el futuro y en el mundo que nos rodea, de forma casi inmediata se nos ha invitado desde fuera de nuestras fronteras con enorme éxito a echarnos a nosotros mismos la zancadilla, a tirarnos piedras a nuestro propio tejado, a volvernos contra nosotros mismos, a olvidarnos de lo que nos une para buscar hasta lo más pequeño de lo que nos puede desunir.

Y siempre, es triste reconocerlo y verlo aparecer de nuevo, siempre lo hemos encontrado. Ahora, en estos días en los que Europa parece capaz de disolverse, que personas, familias, empresas, bancos y países parecen incapaces de pagar todo lo que deben con los intereses devastadores que acompañan, ahora nosotros, los españoles parece que queremos volver a las andadas. Bueno, no los españoles de a pie, no, los españoles que nos dirigen. Y que se salve el que pueda, si es que puede.


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