NACIONAL

Dos retratos para dos Reyes que no se hablan

Tras convertirse en Rey en el año 2014, Felipe VI cambió el cuadro que presidía el despacho de su padre, el de Felipe de Borbón Parma (a la derecha) por el de Carlos III.
Raúl Heras | Jueves 07 de octubre de 2021
Las últimas noticias, judiciales y literarias, sobre el Rey Juan Carlos y sus relaciones con su hijo y sucesor, hacen que los detalles pictóricos puestos de relieve en los retratos que les han hecho a los herederos de la Casa Borbón en los últimos 300 años tengan una gran importancia. Son un guiño hacia el exterior pero también a la propia Familia Real.

A Carlos III le retrataron muchas veces desde que nació en la Corte de Felipe V, su padre y primer Borbón en la Corona de España. Elegir uno de los que existen en nuestro país para que presida su despacho de trabajo en el palacio de La Zarzuela es toda una declaración de intenciones por parte de Felipe VI, sobre todo porque sustituye al que colocó Juan Carlos I y que era y no por casualidad uno de los hermanos pequeños del que la historia considera el "mejor alcalde de Madrid", un título circunstancial y que oscurece la labor del gran transformador del estado español en la segunda mitad del siglo XVIII.

Cuando se convierte en Rey de España tras la muerte de sus dos hermanos mayores, Carlos III tenía 43 años y una amplia experiencia de gobierno en Italia, primero como duque de Parma, Plasencia y Castro, y luego como Rey de Nápoles y Sicilia. Sabía lo que quería hacer y lo hizo entre muchos aciertos y unos cuantos errores de importancia, sobre todo en política exterior, siempre aliado de Francia y con Gran Bretaña como enemiga.

Si Felipe VI lo ha colocado a su espalda, como una sombra que desde 1759 a 1788 modernizó el anquilosado país que recibió como herencia, debe tener en cuenta que su nivel de exigencia es muy alto, que las necesidades de la España de 2014 no son menores que la del siglo XVIII y que los adversarios a los que debe enfrentarse son los mismos o muy parecidos a los que combatió Carlos III, desde la Iglesia a los banqueros, desde la nobleza a los gremios, y que sí expulsó a los jesuitas como responsables de los motines contra su ministro Esquilache, tal y como quiso demostrar Campomanes, mantuvo a los gitanos en un " apartheid " social. Todo eso y mucho más lo pudo hacer gracias al absolutismo monárquico y " liberal" que practicaba al estar aún muy lejos el parlamentarismo que cambiaría en el siglo XIX las monarquías europeas.

En el retrato que preside el despacho de Felipe VI, el antiguo Rey tiene puesta una bruñida armadura, cuando podía nuestro recién estrenado monarca haber elegido a su antepasado de civil y hasta de cazador. Es el primer detalle a considerar en esa declaración sin palabras, en ese gesto de cambio que envía al resto de los españoles. Es un Carlos III imperial y militar, poderoso y seguro tal y como lo pintó Mengs durante su estancia en Madrid entre los años 1761 y 1769. Es el monarca seguro de si mismo, capaz de cambiar todas los reglas del juego imperante en la Corte y en el estado, desde los impuestos a la educación, desde las carreteras a la cultura. Un Rey que quiso conquistar Gibraltar y no pudo, pero que recuperó Menorca y ayudó a Estados Unidos a independizarse de Inglaterra.

No lo tuvo fácil Carlos frente a los viejos y egoístas poderes de una España agraria, atrasada y en decadencia. De igual forma no lo va a tener fácil Felipe frente a los poderes de unos partidos políticos que se han burocratizado hasta la exasperación ciudadana, frente a una tensión independentista en Cataluña y Euskadi, frente a unos poderes financieros que son incapaces de apostar por el país a imagen y semejanza de lo que hacen sus colegas del resto de Europa. Si entonces eran urgentes los cambios, urgentes son ahora las modificaciones que pide nuestra Constitución y con ellas el resto de instituciones que conforman la estructura orgánica de España.

Carlos III reinaba y gobernó ayudado por Esquilache, Aranda, Campomanes, Floridablanca y Bernardo Tanucci, su asesor personal en la sombra y al que se trajo desde Italia donde lo había utilizado para su reformas en Sicilia y Nápoles, hombres de estado que supieron servir al Rey, como era entonces su obligación, pero también servir a España y soportar los ataques que recibieron de los estamentos más egoístas y retrógrados de aquel siglo. Felipe VI reina pero no gobierna, su capacidad de influencia es limitada y los éxitos y fracasos serán del Gobierno, primero, y luego y en mucha menor escala, de él en cuanto establezca una ejemplaridad que se le demanda y acierte en ese papel moderador que le asigna la propia Constitución de 1978.

Juan Carlos I retiró de su despacho un enorme tapiz con la Corona para colocar al cuarto hijo de Felipe V y fundador de la dinastía Borbón- Parma, tal vez como mensaje a los partidarios de la misma y para dejar claro que en su persona se " juntaban" todas las ramas Borbón que podían aspirar a la Corona de España. Era una opción familiar, dinastica. Felipe VI ha optado por el gran reformador de su familia, por el antepasado que puso en marcha una nueva forma de ejercer el poder desde el absolutismo. Veremos hasta donde le dejan llegar los mismos poderes que se enfrentaron a su tatatarabuelo hace 255 años.