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La universidad ante el decenio que comenzamos

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Por Carlos Berzosa

Martes 21 de octubre de 2014

Hacer predicciones sobre el futuro siempre resulta arriesgado, y sobre todo visto lo que ha sucedido con la crisis económica y los acontecimientos del Norte de África. Así que predecir cómo será la universidad a finales de este decenio también es un ejercicio complicado, por ello me parece más útil plantear qué debe ser y no tanto qué será.

Para ello, en primer lugar, hay que partir de dónde estamos y qué es lo que habría que cambiar. La universidad cumple varias funciones. La más importante, cuantitativamente, es la de formar profesionales; esto es transmitir el conocimiento, tanto teórico como práctico. Pero a su vez, la universidad prepara a docentes en todos los niveles de la enseñanza e investigadores. De modo que la universidad es transmisora y generadora de conocimiento. Resulta indudable que para transmitir conocimiento hay que estar al tanto de las innovaciones que sobre ese conocimiento se hacen en otras partes del mundo y, a su vez, ser partícipe del avance en la ciencia.

Asimilar lo que aparece como nuevo en la investigación es una tarea fundamental, pues es obligación de los profesores universitarios estar al día de lo que sucede en su área de enseñanza. Pero no hay que limitarse a ello, sino que es fundamental innovar y hacer aportaciones valiosas para el avance científico y aplicar las contribuciones que se hacen. Al tiempo, la universidad debe implicarse en los problemas de la humanidad, sean técnicos o sociales.

La universidad debe fomentar la cultura, la erudición, la interdependencia de las diferentes especialidades. Desde la universidad se deben elaborar proposiciones que traten de dar respuestas a los diferentes problemas que se padecen. La universidad debe ser centro de enfoques diferentes, de controversias, de reflexión, de crítica, y de cuestionamiento de paradigmas dominantes. Para avanzar es necesario romper esquemas de pensamiento vigentes, hacer aportaciones novedosas, aunque ello suponga un riesgo para los que sean pioneros en esto. Pero si algo nos enseña la historia de la ciencia y del pensamiento es que los grandes científicos y pensadores se han atrevido a introducirse en terrenos no explorados con anterioridad.

Dicho esto, el estado de la universidad actual es bastante contradictorio. Si nos atenemos a las clasificaciones que se hacen desde unos años a esta parte que tratan de medir la calidad de las universidades en el mundo, y que se reflejan en los diferentes rankings internacionales que son publicados, las españolas no salen bien paradas. No hay ninguna entre las cien primeras. Pero si tenemos en cuenta la producción científica agregada, España ocupa un puesto entre los diez primeros países. Más o menos el que corresponde a nuestro nivel de desarrollo. Esto se debe en gran parte a las universidades, que es en donde se realiza la mayor parte de la investigación de nuestro país.


¿Qué opinión tiene la sociedad sobre la universidad?

Si nos atenemos a la opinión que los ciudadanos tienen sobre la institución de enseñanza superior, tanto de universitarios como de los que no lo son, la valoración que recibe la universidad española es bastante positiva. Así queda reflejado en las encuestas efectuadas por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), en sondeos realizados por la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad (ANECA), y en un estudio hecho recientemente por la Fundación BBVA sobre la opinión que les merecen a los ciudadanos europeos determinadas profesiones e instituciones. En este último, tanto en Europa como en España la universidad es la institución mejor valorada.

Por tanto, se puede deducir de esto último que la universidad prepara aceptablemente a los profesionales que forma, aun cuando sería deseable avanzar más en este terreno pues existen aún frente a progresos relevantes demasiados puntos oscuros. Por desgracia todavía siguen existiendo profesores incumplidores con sus tareas docentes y tutorías, obsoletos en sus conocimientos y en la forma de impartir sus enseñanzas, y con escasa atención a la docencia y al estudiante.

No deja de ser triste que las universidades públicas apenas dispongan de mecanismos para sancionar o expulsar a los profesores que no cumplen con sus deberes, y exigir que los profesores adecuen sus enseñanzas en contenido y en su forma a las contribuciones más modernas. Hay que acabar con la memorización sin comprender, y con los apuntes o textos hechos por el mismo profesor que a veces son de calidad ínfima. La evaluación del profesorado debe ser una exigencia para poder impartir una docencia de calidad.

Se tiene que hacer un esfuerzo en reforzar la investigación para avanzar, tanto cuantitativa como cualitativamente, para lo que se necesitan más medios materiales, sobre todo en las infraestructuras de investigaciones experimentales, pero también mayor número de investigadores, pues una buena masa crítica resulta necesaria y fundamental para estar entre los líderes de la generación del conocimiento, a la vez que hay que proporcionar a los investigadores técnicas de apoyo.

Los retos de la educación universitaria

Uno de los grandes retos y desafíos para el futuro de la universidad española es precisamente la investigación en todas las áreas del conocimiento, y para ello se necesita contratar, bien de forma temporal o permanentemente, a prestigiosos profesores extranjeros, y poner énfasis en lo señalado en el párrafo anterior. Para ello hay que tener en cuenta que todas las universidades no son iguales, pues a pesar de que las españolas no aparecen bien paradas en las clasificaciones internacionales, unas se encuentran por encima de otras. Habría que potenciar con una financiación superior a las que se encuentran entre los primeros puestos, como es el caso de la de Barcelona, la Autónoma de Madrid y la Complutense.

A su vez, tampoco las facultades son iguales, pues hay unas mejores que otras, y lo mismo se puede decir de los departamentos. Por tanto, esa diferente financiación entre universidades, que debe ser muy superior a la que hay ahora, también se debería llevar a las facultades y departamentos. Las políticas basadas en las diferencias y que premian  el trabajo bien hecho, el esfuerzo, la cooperación y el trabajo en grupo deben ser un estímulo para los demás y un acicate para obtener una mejor financiación. Al tiempo que potencian la necesidad de publicar siempre y cuando haya algo relevante que decir.

En suma, la universidad española tiene que reformarse en profundidad si quiere estar en los primeros puestos de las clasificaciones internacionales, y ello supone flexibilizar la política del profesorado y la investigación, modernizar la gestión y elevar el nivel profesional del personal de administración y servicios. Pero todo ello requiere recursos, y si no es así porque los políticos optan por otras prioridades, entonces que no se critique a la universidad por encontrarse en un bajo escalón de estas clasificaciones, que son discutibles, pero que están sirviendo de referencia internacional.

Hay que dignificar la docencia universitaria y admitir que puede haber muy buenos profesores que, sin embargo, por razones diversas, no publican en las revistas de mayor impacto científico, o que ni siquiera publican en exceso en otro tipo de publicaciones, que no son asimismo necesarias a la vez. Hay muchas posibilidades sin lugar a dudas de poner en marcha planes adecuados para hacer una evaluación sobre la buena docencia y reconocerla como mérito del buen profesor.

Por último, la universidad debe avanzar en la especialización, sin olvidar la visión global, y su papel activo y dinámico hacia la sociedad. La universidad tiene que salir de su esfera de cristal y comprometerse más con la sociedad. No puede ser que la universidad se convierta en una institución que se mira el ombligo, que solamente le interese el virtuosismo académico, y que aparezca como un organismo insensible a las cuestiones que tiene planteadas la humanidad como grandes desafíos en el presente y en el futuro. La universidad debe preservar su autonomía y libertad de cátedra para desarrollar la docencia y la investigación en libertad. No debe dejarse llevar por los cantos de sirena del mercado o de la empresa, ni sólo por los conocimientos prácticos y que se consideran útiles. Esto no quiere decir que no establezcan relaciones con la empresa, o con otras instituciones, pero sin subordinarse a esos intereses.

La universidad debe ser un poderoso instrumento para el cambio social, político y económico que tanta falta hace en el mundo actual. Hace falta avanzar en conocimientos técnicos, pero también hacen falta pensadores potentes y capaces de plantear con acierto los males que se padecen. Hay que preparar buenos profesionales, investigadores y docentes, pero también ciudadanos capaces de pensar y razonar. Esa es la universidad que necesitamos para los próximos años.


(*) Carlos Berzosa es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Complutense. Ha sido rector de la Universidad Complutense de Madrid