Fernando Jáuregui

Cuando Puig se echó al Mont

Fernando Jáuregui | Lunes 17 de abril de 2017

Esta semana, santa para algunos, de pasión para muchos, ha sido más bien lo segundo para el 'procés' independentista en general, y para el molt honorable president de la Generalitat, Carles Puigdemont, en particular. Claro, sus ridículos internacionales no solamente son destacados en la prensa 'de Madrid' (y del resto de España, por supuesto), sino que han trascendido las fronteras patrias, dicho sea con perdón. En los reveses a los intentos secesionistas parece haberse implicado la propia Casa Blanca -cuando a Trump, entre bombardeo y bombardeo, le queda tiempo-: los asesores del peculiar presidente norteamericano han tenido al menos la visión de Estado de recordarle que ese pequeño país, llamado España y que él seguramente desconocía, es uno de los más fieles y seguros aliados con los que Washington cuenta en Europa, además de albergar una de las bases militares más estratégicas en el sur, la de Rota. Así que no será extraño ver cómo, en breve, el secretario de Estado Tillerson, que es algo más que un socio de negocios de Putin, nombra un embajador en Madrid que haga inequívoco el rechazo del Departamento de Estado, y de quien manda sobre el Departamento de Estado, a los planes independentistas. Algo bueno tenía que tener Trump.

Para colmo, la 'diplocat', tan desastrosamente puesta en valor -es un decir_ por Raül Romeva, está recabando apoyos en figuras internacionales claramente caricaturescas o ultraderechistas; hoy, de los candidatos franceses a la Presidencia de la República, Puigdemont solamente puede contar con Marine Le Pen, empeñada en destruir la unidad europea, y, menos, con Fillon, que no quiere, prudentemente, pronunciarse al respecto. En el resto de Europa, incluyendo la Gran Bretaña del Brexit y no digamos ya la Alemania de Merkel-Schulz, nada.

Así que ya me dirá usted cómo andan los ánimos entre los mentores del 'procés'. Cuando, para colmo, la falsedad de los pronunciamientos sobre la unidad entre las fuerzas políticas independentistas lanzados por Oriol Junqueras ha quedado patente. Ha sido a cuenta del vergonzoso caso de espionaje en un restaurante de Manresa, donde el responsable de Organización del PDECAT (la ex Convergencia), David Bonhevi, fue 'cazado' desde una mesa vecina, ocupada por dos miembros de Esquerra Republicana de Catalunya, diciendo a correligionarios que, si el referéndm independentista no salía adelante, habría que acudir a un nacionalista. Es decir, que la próxima Generalitat, surgida de las inevitables elecciones regionales tras el seguro fracaso del referéndum de secesión, estaría presidida por un autonomista, no por un independentista. Frase que los de ERC se apresuraron a transmitir, por el móvil y desde el propio restaurante, a Oriol Junqueras, que se ha lanzado, y nadie le ha creído, a desmentir el suceso.

El caso es que Bonhevi no ha podido negar sus propias palabras, grabadas por el móvil de los de Esquerra y filtradas a un diario, en un 'affaire' más de espionaje político de los varios que corroen la ya de por sí bastante corrupta vida pública en Cataluña. Corrupta y, además, desconcertada, sin rumbo y poblada de ambiciones personales. Porque Oriol Junqueras no va a tolerar, claro está, que venga un 'autonomista' cualquiera, de la mano del PDECAT, a quitarle el sillón en la plaza de Sant Jaume: si tiene que haber un autonomista al frente de la Generalitat, ya lo será él, desde el independentismo, que no en vano parece seguro que Esquerra será la formación que gane las elecciones que Puigdemont 'el breve' tendrá que convocar, tras tantas peripecias y viajes internacionales al vacío habidos y por haber.

Sí, porque en medios políticos catalanes cada día se habla más de la hipótesis de que Junqueras, que mantiene sus contactos 'subterráneos' con el Gobierno central (con la vicepresidenta Sáenz de Santamaría), en busca de algún acuerdo a la desesperada, encabezaría un Govern tripartito, con los socialista y los de en Comú, la formación aún sin nombre definitivo aglutinada por Ada Colau, que no se proclama, como no lo hace el PSC, independentista. Así que probablemente el futuro de Cataluña, y del resto de España con ella, va a estar en manos de dos personajes que saben bastante de política, Miquel Iceta y la alcaldesa de Barcelona, que ahora se tomará unas semanas de descanso posparto. Y más valdrá que en los despachos más altos del Partido Popular y en el Consejo de Ministros vayan tomando nota de esto, de cara a futuros contactos y negociaciones, que yo creo que ya lo están haciendo.

Porque lo curioso es que quienes tienen acceso directo a los más inteligentes en La Moncloa piensan que en el complejo presidencial se prefiere una Generalitat tripartita, presidida por Junqueras, que será de Esquerra Republicana, pero que al fin y al cabo es figura prudente y que sabe dónde le aprieta el zapato, al actual caos establecido por un "Puig echado al mont" -frase que podría ser monclovita_ y que encima depende, para sobrevivir, de la benevolencia "de los locos de la CUP" -frase también escuchada en bocas oficiales y oficiosas en la Villa et Corte-.

Si quiere que le diga la verdad, en los escasos contactos que he podido mantener en las últimas fechas con gentes cercanas al Gobierno de Rajoy, he obtenido la sensación de que existe un cierto optimismo en La Moncloa acerca de lo que vaya a ocurrir con la unidad territorial de España. Ahí está la 'deriva vasca', que se hará palpable este domingo en la moderación del Aberri Eguna. Y ahí está la casi unanimidad que se percibe entre una mayoría de las fuerzas políticas, incluidas las catalanas, en torno a la idea de que 'lo de Cataluña' no puede seguir así, instalado en el surrealismo.

Claro que es verdad que este, comenzando por Cataluña, es un país unido por lo surrealista. Este viernes, 14 de abril, un periódico digital -no recuerdo cuál, y lo siento- titulaba de esta guisa: "el palacio real cierra por exceso de visitas el Día de la República". Punto final, pues: no haré más preguntas, Señoría.