Fernando Jáuregui

Y, cuando nos despertaron, el dinosaurio seguía allí.

Fernando Jáuregui | Lunes 14 de marzo de 2016
El propio Monterroso, autor del cuento más corto del mundo, el del dinosaurio que, al despertarte, seguía allí, me hizo partícipe en México, antes de morir, de algunos de los chistes y adaptaciones que su famosa mini-obra había ido cosechando.


"Un día, le pregunté a una dama qué le había parecido mi cuento 'El Dinosaurio' y me respondió que aún no había concluido de leerlo", se mofaba el escritor oficialmente guatemalteco, pero iberoamericano universal, citando una anécdota sin duda inventada, pero que siempre provocaba alguna risa.

Desde entonces, el dinosaurio, en sus alegóricas encarnaciones, ha sido utilizado para ejemplificar las más diversas situaciones indeseadas, indeseables y peculiares que nos toca vivir a los humanos.Como esta 'tormenta perfecta' que anega nuestra política. Cada mañana, al despertarnos leyendo las mismas encuestas y escuchando las mismas declaraciones de nuestros responsables y aspirantes a gobernarnos, constatamos que el dinosaurio feroz, acartonado, definitivamente pasado de moda, esotérico y que causa estupor y espanto a los habitantes de allende las fronteras de dinosauriolandia, sigue ahí, instalado en Génova, en Ferraz, en La Moncloa, en no pocas instituciones, quizá en muchos corazones.

Le dije a Monterroso, en una carta que le envié posterior a nuestra breve -y divertida_ conversación, que acaso su cuento, para hacerse más comprensible en su presunta vocación de parábola, debería haber terminado con otra breve frase, que completase a la de la presencia 'allí', del dinosaurio: "pero el mundo seguía, entretanto, dando vueltas". Claro que cómo iba uno a pensar, allá por los comienzos de los años noventa, que acabaríamos aplicando al aquí y ahora de este país en funciones, que ya digo que podríamos llamar dinosauriolandia, algunas de las exégesis y extrapolaciones dinosauriles.

Ahí están, sin ir más lejos, nuestros próceres, diciendo lo mismo que decían en la noche de aquel 20 de diciembre, casi tres meses ya, como si el tiempo no se acabara, como si el resto del mundo mundial, que comienza en nuestros confines, no siguiese, entretanto, dando vueltas, ajeno a la presencia de dinosaurios, diplodocus y demás fauna spiegelberiana: fíjese usted la que se va a organizar esta semana que comienza en la Unión Europea, sin ir más lejos, a cuenta del 'plan turco de acogida de refugiados'. Un plan al que Rajoy dio, sin más, su visto bueno, sin pensar en que él estaba apenas en funciones. Ni tampoco pensó el PEF (presidente en funciones) que tal ve a las restantes fuerzas políticas eso de convertir, previo pago, a esta Turquía, donde el moderno Ataturk cierra los periódicos de oposición, en un gran campo de concentración, podría, al fin, no ser tan buena idea. Y, claro, se ha montado la que se ha montado a cuenta del rechazo del PEF a concurrir en sesión explicativa en el Parlamento, que, por cierto, no es un PEF (Parlamento en Funciones), sino que está, o mejor debería estar, porque no lo está, plenamente operativo: y es que alguien tendría que explicar en sede parlamentaria por qué, de los dieciocho mil refugiados que dinosaurioland se comprometió a acoger, tan solo han entrado por la frontera dieciocho de esos abandonados por la diosa Fortuna.

Y también está plenamente operativa la ebullición, sin que por los madriles nos enteremos de la misa la media, en esas 'autonomías históricas', en esa Galeusca contemporánea en la que puede cuestionarse la continuidad del ser, como aquí y ahora son, territorios españoles muy queridos; ahí es nada la que se está montando, a la gallega claro está, en Galicia. O la que ya está montada en Cataluña. O en esa Euskadi que afronta las elecciones autonómicas de octubre con la candidatura 'ilegal', pero candidatura al fin, de Arnaldo Otegui como aspirante 'abertzale' a la lehendakaritza. Demasiados dinosaurios van a estar ahí cuando de una vez despertemos, si es que llegamos a despertarnos. Y es que Monterroso, falible al fin, olvidó incluir en su micro-relato la posibilidad de que el testigo de que el dinosaurio allí seguía no despertase nunca, tal vez para no tener que tomar conciencia de que el feroz animal no se había marchado, que al fin y al cabo seguir durmiendo, dejar que los problemas se pudran, es solución pregonada por algunos responsables de dinosauriolandia.

Porque todo eso de las galeuscas, lo mismo que lo que ocurra en Europa o las sombras sobre los mercados internacionales, importa mucho menos que el cainismo patrio, que es nuestro verdadero dinosaurio devorador de ilusiones constructivas. Total, mientras las panaderías sigan abiertas cada día, a qué preocuparse. Salvo, claro, que el dinosaurio, creyéndose elefante, entre en la cacharrería, o en la panadería y se coma todo el pan, y entonces qué.


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