Dónde hay que mirar

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Acabamos de atravesar un episodio de vértigo en los mercados en un momento en el que hay una especie de loca carrera por ver quién advierte antes la llegada de una nueva recesión. Ya iba tocando, porque hasta ahora, ni volatilidad, ni correcciones, ni nada.

Narcotizados por las políticas monetarias ultra expansivas, se compra todo, por caro que pueda ser. Hemos tenido un episodio de vértigo en un mes de calendario malo para los mercados -como suele ser octubre- y en un momento en el que hay una especie de loca carrera de aquellos que no han pillado ni una con anticipación y ahora tratan de advertirnos de una nueva recesión.

Está por ver qué síntomas de los que tradicionalmente se han considerado en los manuales de macroeconomía como anunciadores tempranos de una recesión están siendo visualizados por los nuevos gurús para advertir de la inminencia de una contracción y provocar con ello la estampida que hemos visto estos días. Claro que hay que preguntarse hacia dónde huir, qué comprar y a qué precios. No parece que se vean muchas gangas y es que, a pesar de todo, lo que sobra es dinero, y como no puede llevarse a Marte, lo normal es que después de refugiarse en liquidez hasta que el susto pase, volverá eso tan manido del apetito por el riesgo.

Lamentablemente una corrección no lo arregla todo. Tampoco el dinero. Europa es un buen ejemplo, porque es quizá donde más dinero hay. Al propio se suma el que ha estado llegando de fuera. Acumula superávit corriente tras superávit corriente, para el que no hay proyectos en los que invertir ni previsión de demanda que estimule la inversión. Los bancos están parados, y hay que pensar que será para rato, porque según acaba de decir el FMI nada menos que el 70% de los activos bancarios europeos no son lo suficientemente fuertes para dar crédito que apoye la recuperación.

Con activos caros, pocos proyectos y los bancos sin cumplir su papel de aceleradores monetarios, la consecuencia es que no hay rastro de inflación y la amenaza de deflación se hace más y más real. Para colmo baja el petróleo, algo en principio bueno, pero que difícilmente estimulará el consumo y desde luego no va a ayudar a la inflación. Nos queda la depreciación del euro, pero a la hora de manipular la divisa no hay gobierno manco.

Lo que no se puede, no se paga

La verdad es que no hay nada nuevo. ¿Por qué entonces la estampida? Dos respuestas que son la misma: no hay nada barato que comprar y los bancos se han puesto a jugar. Con poca actividad crediticia, sus resultados por trading se han disparado. La abundancia de liquidez y la garantía implícita que supone que el banco central correspondiente saque la manguera ante cualquier asomo de incendio hace que los grandes jugadores estén tranquilos y, como no se van a pegar un tiro en el pie, dejan que se pasee un poco el miedo y donde antes vendieron, ahora compran y hacen beneficio.

Lo que hay que preguntarse es cómo una economía que tiene la segunda deuda externa más elevada del mundo paga por su bono a 10 años el 2%
Pero el espacio se va cerrando. Cuando el bono español a 10 años ofrecía rendimientos superiores al 7% parecía el fin del mundo y sobrevivimos. Ahora pasamos del 2,10% al 2,20% y vuelve a parecer el fin del mundo. Demuestra lo relativo del mercado. Pero miremos donde todo continua sin resolverse, miremos a la deuda. Lo que hay que preguntarse es cómo una economía que ha seguido endeudándose y que tiene la segunda deuda externa más elevada del mundo paga por su bono a 10 años el 2%. Si no fuese por el BCE ¿de qué? Pero esto se agotará y casi siempre pasa lo mismo: que lo que no se puede, no se paga. Y según vamos, poder no se puede. Confiemos al menos en que no se haga al modo que proponen Syriza o Podemos. Mejor que lo dirija Alemania. ¿O no?
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