Diez horas de dos Reyes bajo la larga sombra de la República
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Diez horas de dos Reyes bajo la larga sombra de la República

viernes 27 de mayo de 2022, 05:55h

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Vivimos en directo un nuevo capítulo de una historia que comenzó hace ocho años. La protagonizan dos Reyes, padre e hijo, que recuerdan mucho a otros capítulos de su propio apellido. La Casa Borbón los ha vivido entre la ambición, el miedo, la soberbia, la aceptación popular, los casos de corrupción y una meta común parav todos sus membros: la permanencia de la Monarquía como forma de estado en España frente a la memoria de dos Repúblicas.

Recordar no es malo. Antes de que terminara junio de 2014 y ante las Cortes Generales, Felipe de Borbón y Grecia se convirtió en Felipe VI, enlazando su nombre como Rey con el del primer monarca de la casa Borbón que llegó a Madrid el 16 de noviembre de 1701 para enfrentarse en un dura lucha por la corona con el archiduque Carlos, a quién curiosamente le coronaron también Rey en Cataluña.
El momentáneo regreso de Juan Carlos I y las diez horas de conversación familiar en el palacio de La Zarzuela, con contenido secreto, hacen que la Monarquía que se inició hace 300 años siga bajo la sombra siempre alargada de dos Repúblicas y la posibilidad de una Tercera. La crisis financiera, la pandemia, la guerra de Ucrania y los abruptos cambios en los liderazgos políticos, con la aparición, crecimiento y casi desparición de nuevos agentes políticos pueden haber enmascarado o alejado el debate, pero no lo han cerrado.
Desde aquel lejano inicio del siglo XVIII se han sucedido al frente de nuestra convulsa España varios monarcas, dos Repúblicas, varios levantamientos militares y una Dictadura hasta llegar al 22 de noviembre de 1975, fecha a la que habrá que unir en el calendario de la historia la del 2 de junio de 2014. Entre ambas están los 39 años de reinado de Juan Carlos I convertido en Rey y sucesor del dictador por unas Cortes franquistas y refrendado tres años más tarde por la mayoría de los españoles en el Referéndum constitucional del 6 de diciembre de 1978. A la figura del Rey se le unía la unidad de España y la voluntad democrática de un pueblo que un 14 de abril de 1931 quiso ser republicano, pero que tras los padecimientos de la Guerra Civil y la larga travesía de la Dictadura aceptaba la Monarquía como forma de gobierno.
Durante estos años de consolidación de las libertades y profundos cambios económicos y sociales el sentimiento republicano no ha desaparecido. Ha estado soterrado, creciendo lentamente entre las nuevas generaciones, las que no vivieron los duros años 50, 60 y 70 y para las que la forma del estado no era una preocupación hasta que estalló la crisis económica de 2006 y todo el andamiaje estructural de España se comenzó a poner en tela de juicio. Las nuevas voces, desde la derecha a la izquierda, siguen teniendo entre sus “papeles de trabajo” la necesidad de una nueva Constitución o, al menos, un Refrendum que intente cerrar el recurrente deseo de independencia de algunas Comunidades como Cataluña y Euskadi y el de la forma del Estado.
Con Juan Carlos en el trono el pacto político de la transición no corría peligro pese a los escándalos que han sacudido a la Casa Real en estos últimos tiempos, pero los defensores y partidarios de la República esperaban el anuncio del cambio en la Corona para pedir un nuevo pacto constitucional, un nuevo Referéndum sobre el carácter del Estado que estuviera en manos de todos los ciudadanos. No se ha producido pero los deseos no han desaparecido.
Las manifestaciones que se produjeron a mediados de 2014 de miles de españoles, sobre todo en Madrid y Barcelona, a favor de una Tercera República fueron la mejor constatación de que las relaciones de Felipe VI con los 46 millones de españoles que conformamos la Nación iban a ser muy distintas de las que tuvo su padre hasta que la cacería de Botswana y el duo formado por Corinna Larsen y el Comisario Villarejo y sus grabaciones hicieron saltar por los aires el andamiaje de una Monarquía que se había comprometido con la democracia.
La crisis económica en primer lugar y las reivindicaciones nacionalistas en Cataluña y el País Vasco, en segundo, a las que se unen los escándalos que han hecho tambalearse a la Casa Real, iban a exigir de los nuevos Reyes ( no podemos obviar las enormes diferencias que existen entre doña Sofía y doña Letizia y que se reflejan en la aceptación y valoración popular de una y otra ) unas grandes dosis de paciencia, reflejos políticos y tal vez la valentía de aceptar el reto de someter su Corona a una prueba de legitimidad popular que consagre de forma definitiva la forma monárquica en España, ahora en plena democracia y no como hace 46 años a la salida de una Dictadura.
Si aceptamos que don Juan Carlos pensó en abdicar en enero de 2014, que se lo dijo al entonces Príncipe en esas fechas y que trasladó esa voluntad a los líderes políticos a partir del mes de marzo, sorprende todavía hoy la provisionalidad y la urgencia con la que se han desataron los acontecimientos desde las diez de la mañana del 2 de junio al conocerse la nota de comparecencia de Mariano Rajoy, entonces presidente del Gobierno.
Creo que el resultado de las elecciones europeas de aquel año terminaron por encender todas las alarmas institucionales. Una mayoría de españoles, unos cuantos millones, apostaron por las formaciones de izquierda entre las que la fórmula de la República era y es mayoritaria. Debieron pensar en el palacio de La Zarzuela y el el complejo de La Moncloa que si ese sentido en las votaciones , con inclusión de una parte de la derecha, se repitiese en los comicios autonómicos y municipales, la Corona con Juan Carlos I al frente podría encontrarse en una situación similar a la que vivió su abuelo Alfonso XIII en 1931, con una mayoría de grandes ayuntamientos en manos de la izquierda, con las reivindicaciones catalana y vasca más fuertes que nunca y con unos partidos que hayan destrozado el bipartidismo que, desde la Transición, han hecho el mismo papel que hicieron los seguidores de Canovas y Sagasta en la Restauración borbónica.
Con ese panorama la decisión de abdicar del Rey se entiende, así como su sacriicio personal en aras de la institución y de los equilibrios democráticos que hemos tenido y tenemos en España. La crisis de la Monarquía se ha mimetizado con la propia crisis del país, de sus instituciones y de su sistema de convivencia. Sería más que deseable que aquella renuncia de don Juan Carlos - ahora que ha regresado tras dos años de voluntario exilio - sirviera de ejemplo para otras renuncias tan necesarias o más que la suya, tanto en el ámbito político como en el económico y empresarial.
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