El ministro de Sanidad, Salvador Illa.
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El ministro de Sanidad, Salvador Illa.

Nosostros, los allegados

martes 08 de diciembre de 2020, 04:32h

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Salvador Illa es un hombre ocurrente, al que algunos critican a pesar de que se esmera y con frecuencia consigue ser un ejemplo de moderación, buenas palabras y mejores intenciones. Su trabajo es complicado pero debemos felicitarnos de que sea él – un filósofo, aseado física e intelectualmente – quien esté al frente de la coordinación de la crisis sanitaria y haga de portavoz en los momentos más importantes, porque donde otros ofrecen confusión, cálculos a ojo de buen cubero o propaganda, él mantiene una alta dosis de credibilidad.
Pero antes de entrar en el asunto que me tiene preocupado y ansioso y que les contaré a continuación, quiero subrayar que el ministro Salvador Illa y su flequillo impoluto, ofrecen la imagen del buen tipo que no quiere entrar en peleas barriobajeras o en la utilización de frases de confrontación a las que son tan aficionados/as algunos de sus más ordinarios colegas. De hecho si alguna vez ha estado ausente de la inauguración de un hospital, estoy convencido de que no ha sido por su voluntad sino cumpliendo órdenes.

Dicho esto que es de justicia, también quiero agradecerle al barcelonés de La Roca del Vallés, que nos haya definido con una cierta laxitud lo que es “un allegado”, porque cuando lo escuché sentí un chute de nostalgia, sus palabras me inocularon un no sé qué y me sugirieron una idea que les voy a confesar.

Según mi admirado Illa – y no lo digo con ironía – “un allegado es una persona con la que, aunque no tengamos un vínculo familiar definido si tenemos con ella una afectividad especial”, y esa sabia sentencia me ha abierto los ojos, ha esponjado mi alma, ha dado alas a mi imaginación y he sentido un pellizco de nueva vida en mi cuerpo.

Como el asunto de la pandemia no está todavía controlado aplazaré el momento de hacer realidad su singular sugerencia, pero les confieso que un día me gustaría reencontrarme con todas mis allegadas aunque me saliese por un pico o la mitad de un riñón organizar el evento. ¡Llamadme nostálgico, soñador o simplemente curioso! Me da igual, pero estoy persuadido que sería un reencuentro con más buenas cosas que recordar que sorpresas no deseadas.

No pretendo que suene a algo frívolo porque realmente creo que, como escribí ayer mismo, hay voces del pasado que a veces se echan de menos, y si además el consejo que sugiere que sucedan estos encuentros proviene de un hombre sabio, no hay que echarlo en saco roto.
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